El Mercurio, 18 de agosto de 2013
Opinión

Educación: ¿qué hay bajo la alfombra?

Sergio Urzúa.

El deseo de un padre o madre es darles a sus hijos aquello que ellos no tuvieron. Por eso, para muchos, el sueño de una mejor educación encabeza la lista de prioridades. Para avanzar en esta dirección necesitamos ocuparnos de los principales beneficiarios de nuestras políticas públicas en educación: los niños, especialmente aquellos que asisten a colegios con magros resultados educativos.

Miremos, por ejemplo, la situación de los mil establecimientos con peores resultados en la prueba Simce 2011 (4° básico). Lo primero que resalta es el número de planteles públicos. Estos representan el 65,6% del total, seguidos por el 33,9% de particulares subvencionados. Solo 5 privados aparecen en la lista. Por otra parte, las probabilidades de que un alumno estudie en alguno de estos mil colegios dependen críticamente de la comuna donde esté ubicado. Si el niño estudia en Lo Espejo, por ejemplo, las posibilidades son altas, pues allí el 65% de las escuelas pertenece al grupo de los mil. Algo similar ocurre en La Pintana y Cerro Navia. Ahora, si estudia en Providencia, Las Condes o Vitacura, los riesgos son mínimos, pues solo un establecimiento (de más de cien) califica en esa lista.

Ahora bien, ¿qué tan malo puede ser tener a un hijo matriculado allí? Mal que mal, el grupo se construye con el Simce del colegio y poco informa respecto del niño. ¿Afectará realmente su futuro? En este caso, los mismos maestros pueden ayudar a responder esta pregunta, pues son consultados al respecto en el mismo Simce: solo el 44% cree que sus alumnos de 4° básico alcanzarán la educación superior. El porcentaje sube al 69% entre los profesores que trabajan en planteles fuera del grupo de los mil. Las diferencias en expectativas son tristemente iluminadoras.

Pero quizás los docentes exageran. En una de esas, el sistema sí revierte la suerte de los chicos. Lamentablemente, esto no ocurre. De hecho, un análisis histórico de los datos de estos mil colegios sugiere que los docentes son optimistas: solo el 34,4% de sus alumnos de cuarto básico rinde la PSU, obteniendo en promedio cerca de 450 puntos. Las cartas, entonces, parecen echadas.

Los esfuerzos por mejorar la situación de los niños que asisten a escuelas con malos resultados educativos han existido por décadas. El programa P900 (1990-2003) y el reciente plan de Apoyo Compartido (2011) son buenos ejemplos. El debate debe estar centrado en el fortalecimiento de iniciativas de este tipo. Le apuesto a que el retorno social de cada peso gastado en los niños entre kínder y 4° básico matriculados en alguno de esos mil colegios supera largamente a aquel dirigido a asegurar gratuidad en la educación superior.