El Mercurio, 4 de agosto de 2013
Opinión

El año de la mujer

Sergio Urzúa.

En las primeras siete semanas de vida del embrión humano, el género es indistinguible, emergiendo luego de cambios hormonales producidos durante este período. Ante aumentos en los niveles de testosterona, el embrión se masculiniza; de otro modo, continúa su desarrollo como mujer. Así, todos habríamos sido mujeres en algún momento de nuestra vida.

Pero nuestros orígenes comunes dan paso a importantes diferencias. Hombres y mujeres poseen perspectivas distintas de la vida, distintas habilidades y capacidades. En palabras de John Gray, ellos son de Marte y ellas de Venus. En la escuela, por ejemplo, las mujeres son mejores que los hombres en el desarrollo del lenguaje y peores en el caso de las matemáticas. En Chile esto se observa con claridad en los Simce. Típicamente, las diferencias en la prueba de lenguaje son de 10 puntos a favor de las mujeres, y en torno a 5 a favor de los hombres en matemáticas. Y si bien la PSU parece no mostrar la misma tendencia, ellas compensan los menores puntajes con mejores notas en la enseñanza media. ¿La explicación? Las mujeres son más metódicas y ordenadas, con una mayor capacidad para autocontrolarse y aplazar gratificación. Quizás esto explique, además, que el mal llamado sexo débil haya aprovechado la expansión de la cobertura educacional de las últimas décadas: entre los chilenos menores de 35 años, ellas tienen hoy mayores niveles educacionales que ellos.

Lamentablemente, lo anterior no se ha traducido en mejores condiciones en el mercado laboral para las mujeres. Si bien la tasa de desempleo femenino ha disminuido significativamente, las diferencias de salarios promedio entre géneros superan el 30%, y en participación laboral, el 50%. El tema tiene además implicancias sociales importantes: la reducción de la pobreza depende directamente de la capacidad para atraer a los 3,6 millones de mujeres que hoy se encuentran fuera del mercado laboral, tarea difícil, pues sobre el 65% de estas indica que no trabajaría incluso en caso de recibir una oferta de trabajo, siendo los «quehaceres del hogar», por lejos, la razón más común tras la inactividad -¿tendremos los hombres los dedos crespos para tales tareas?-.

Para revertir esta situación no será suficiente modernizar el Código Laboral, mejorar los programas de protección social que fomentan el empleo femenino ni reformar el sistema de capacitación para generar inclusión laboral de este grupo. Será necesario también impulsar un cambio cultural profundo. En este contexto, la próxima elección presidencial ofrece una oportunidad única. El debate del género se tomará la agenda, siendo la competencia entre Evelyn y Michelle un buen ejemplo de los nuevos tiempos. Como lo dijo acertadamente la primera, su ventaja sobre los otros candidatos del sector fue su género. Es de esperar que la campaña presidencial permita a muchas mujeres hacer del género un activo y no un pasivo, y a muchos hombres, valorar el real aporte del sexo opuesto.