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El arquetipo Lord Byron

Joaquín Trujillo S..

El arquetipo Lord Byron

El desgaste del arquetipo Lord Byron lo ha ido transformando en estereotipo pasado de moda.

Antes del estreno de los unidimensionales poetas malditos hubo un tipo de escritor que, a diferencia de aquellos, fue capaz de cautivar a inmensos públicos, tanto de adherentes como de rabiosos detractores, y no especialmente a propósito de su creación, sino de sus connotaciones políticas. El nombre de ese fenómeno, Lord Byron, se transformó en el arquetipo del joven aristócrata enemigo de los intereses de su propio grupo social, transgresor de convencionalismos, libertador de los pueblos sometidos, aventurero, seductor, mago y fantasma. Su pose de corsario ha pasado a la historia.

A principios del siglo XIX la fama de Lord Byron corría a la par de Napoleón por toda Europa y también América. Fue aquí donde se granjeó una adhesión más notable. Sus hazañas en la Guerra de Independencia de Grecia se consideraron un símil de las de los patriotas en los enfrentamientos que hubo en Hispanoamérica. Ambos mundos, se decía, buscaban desembarazarse de dos imperios, el Turco-Otomano, allá, y el Español, acá.

En Byron se veía a lo más progresista de la ya de por sí progresista Gran Bretaña, la potencia europea que había dado un apoyo significativo a las emancipaciones hispanoamericanas.

Y en Chile, el mismísimo Andrés Bello, cuyo comportamiento distaba del de Byron, tradujo y divulgó varias biografías del Lord, entre ellas la escrita por el camaleónico prosista y político francés Abel-François Villemain, en la que lo sorprendimos disfrazado de cura en juveniles orgías, bebiendo vino de un cráneo humano a modo de copa y, en suma, escandalizando con encanto morboso.

Lord participante de su Cámara a la vez que guerrillero en los confines de Europa, no pocos parlamentarios e insurgentes americanos se inspiraron en su sombra, la del jefe-poeta.

El desgaste del arquetipo Lord Byron lo ha ido transformando en estereotipo pasado de moda. Los parlamentos de Latinoamérica dejaron de constituir el escenario para esos portentosos discursos en que la política y la poesía se mezclaban por partes iguales y con desigual calidad. Si fuera por reincidir en ese local, los parlamentos se parecen a esos bares en los que el poeta recita mientras los comensales no paran de conversar y lo aplauden desganados para que de una buena vez se calle.

Lo que sí queda en pie, aunque apenas, es la buena prensa del joven privilegiado que se bate a duelo por los subyugados. Apenas, digo, porque no pocos quieren descubrir en sus ideales un negocio, el del hablante lírico que, muy en el fondo, lo que pretende es una manutención con cargo a rentas generales, un mecenas sin nombre ni apellido y, por lo tanto, que no exija obras.

Con todo, el negocio continuará mientras exista un adolescente no clamorosamente pobre, disconforme y enamorado de la humanidad, con cierto talento retórico y algún grupo humano, optimista, unilateral y quejumbroso, ávido de hacerse feudo, sea de Lord Byron, un caudillo terrateniente, un tribuno asambleísta, un vocero estudiantil, un socialyutuber o en lo que vaya a decaer este antiguo astro benéfico.