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Opinión

El cero y sus frutos

Joaquín Trujillo S..

El cero y sus frutos

Desde aquel tiempo, cuando el triple cero del año 1000 hizo creer hasta a ese mismísimo Papa, Silvestre II, que el mundo acabaría, la estética purificadora del cero ha estado ligada a cambios de folio.

La arqueología matemática ha buscado el cero original, la primera vez que fue tallado en piedra, madera… ¿Dónde habrá surgido el cero primigenio? Esa ciencia lo ha encontrado en Egipto, en Babilonia, en la India y entre los mayas. Esta especie de vacío, a veces la nada, otras, premonición del todo, al cual llamamos simplemente cero, se las arregló para entrar en la cultura medieval, al alero de un pontífice, y desde ahí conquistó el resto del mundo.

Desde aquel tiempo, cuando el triple cero del año 1000 hizo creer hasta a ese mismísimo Papa, Silvestre II, que el mundo acabaría, la estética purificadora del cero ha estado ligada a cambios de folio. La idea de un vacío en mitad de la nada, de un quiebre en la corrupción del mundo, de un punto de inflexión, ha ilusionado a quienes ven en el borrón y cuenta nueva una receta para tramitar la ansiedad.

En rigor, el cero ha llegado a estatuirse en la gran metáfora, por no decir el mito, gracias a la cual porciones completas del pasado van quedando bien sepultadas en el pasado, sin riesgo de reaparecer a la vuelta de la esquina. Es el rito de cada año nuevo, y también lo fue, de cierta manera, el calendario adoptado por la Convención Nacional durante la Revolución Francesa, que, en 1793, fijó el inicio del año 1 en septiembre de 1792.

Pero el cero —o, mejor dicho, su versión política que es el borrón y cuenta nueva— tiene sus detractores. Si la vida en sociedad es una suma de premios y castigos que resultan del mérito y el desmérito (o de la carga impositiva), ¿no hace trampa el cero? ¿No tacha las contabilidades del juego para, en cambio, jugar de nuevo, como dicen los juristas, a fojas cero? Y peor, ¿hasta dónde es capaz de llegar ese borrón? ¿Tal vez no solo a los puntajes del marcador, sino que hasta las propias reglas de ese juego?

Todas estas consideraciones, favorables o contrarias al cero, no bastan ni para aplaudirlo ni para motejarlo, pero nos dan una idea del problema político que significa el cero.

En el actual proceso constituyente, la idea de una hoja en blanco es un método muy interesante, otra versión del cero. Sin pretender abolir la historia, pero al hacer cuenta que la sociedad principia en cero, lo que se escriba en esa hoja no quedará forzado por escrituras previas que algunos quisieran conservar sobre la hoja. Las escrituras previas —las cargas que acarrea la historia— siempre están ahí, como telón de fondo, con todo su evocación positiva o negativa, pero, sin embargo, a la hora de ponerse de acuerdo o en desacuerdo, para escribir sobre la hoja, la hoja solo tiene bordes, del mismo modo como toda suma cero es un resultado y un comienzo si es que no es el cero del Big Bang.

Ante este optimismo del cero están quienes sospechan de él al menos por dos tipos de razones. Aquellas razones que pueden ser llamadas conservadoras y aquellas que pudieran ser llamadas progresistas. Ambas objetan que tal cero, tal hoja en blanco, no existe en la realidad.

Las razones conservadoras observan que, como nunca se da tal cero en los hechos políticos, apelar a él como hipótesis de trabajo no es más que una manera mañosa, o conmovedoramente idealista, de conseguir una ventaja significativa sobre el oponente. ¿No está siempre el devenir histórico inclinado, por no decir torcido, en alguna dirección? Y si es así, ¿qué nos hace pensar que al arrancar el árbol para que crezca otro, no se inclinará también? ¿Por qué mejor no disfrutar de sus frutos —y especialmente de su sombra— direccionándolo, ocupando la técnica adecuada?

Las razones progresistas, por su lado, critican el cero de la hoja en blanco. En efecto, puede no haber en ella una escritura reconocible como tal, aquellas formas que todos desde el Kindergarten reconocemos como “letras”, ¿pero quiere decir eso que no haya una poderosísima escritura oculta, una que la sociología crítica, por ejemplo, sabe leer, como si al calor de la lumbre, descubriéramos el mensaje escrito con tinta invisible? En efecto, no hay tal hoja en blanco, aquella fue una ingenuidad del siglo XVIII. La hoja nunca está en blanco, ni siquiera como hipótesis. Lo que corresponde no es solo arrancar el árbol torcido de frutos envenenados y dador de sombra oscurantista, sino que revisar la mismísima composición del suelo del cual otro eventual árbol podría nutrirse, como del agua, y el aire del que respire.

La búsqueda del cero puede cavar muy profundo en la tierra, tal vez demasiado. Chile no es la primera sociedad que se ha hecho estas preguntas (más bien, una de las últimas). En sus excavaciones, la arqueología matemática ha encontrado muchos orígenes del cero, distribuidos en diversos lugares de la Tierra, a distinta profundidad. La historia de la arqueología, por otra parte, indica que viejas excavaciones han retirado como si fuera polvo objetos que nuevas consideraron de mucho valor, pero demasiado tarde.