Como soy una optimista, creo que el virus “corona” (qué irónico nombre) puede enseñarnos varias cosas y en ámbitos muy diferentes. Por ejemplo, lo que realmente significa la vida en sociedad
Reconozco que no pocas veces he pensado cómo sería ser presidente de Chile, fantaseando con los cambios que me gustaría establecer. En este momento creo que ello más bien sería una pesadilla, en la que todos los días debería tomar medidas con poca información, sabiendo que cada una de ellas tendría un impacto negativo en la economía, pero que son necesarias para evitar un desastre sanitario. Paso.
Como soy una optimista, creo que el virus “corona” (qué irónico nombre) puede enseñarnos varias cosas y en ámbitos muy diferentes. Por ejemplo, lo que realmente significa la vida en sociedad. Darnos cuenta de que no se trata de cuidarnos a nosotros y a nuestras familias (y de luchar por vacunarse primero), sino que de cuidarnos todos porque nuestros actos pueden tener repercusiones importantes en el resto. También nos alecciona en cuanto a humildad, ya que hay otras personas que tienen más conocimientos y que hacen recomendaciones que debemos seguir. Quedarse en casa no es solo para otros, es para mí, es para todos. Nadie sabe quién puede contagiar a quién. Nadie es inmune, nadie es inmortal.
Y así, uno podría listar una serie de otras lecciones. Quizás la más relevante para las políticas públicas tiene que ver con la importancia de contar con un buen Estado. Es en estos casos cuando se requiere que la autoridad informe, decida, coordine, ordene y regule. La alternativa es el caos, la irracionalidad y sus consecuencias –como la compra desenfrenada de papel higiénico y las peleas por conseguirlo–. Ahora es cuando más se justifican entidades que tengan como horizonte el bien común, que administren nuestros recursos adecuadamente para sortear una crisis de este tipo. Ello requiere de buenas instituciones, que cuenten con la agilidad e información necesarias para tomar decisiones sobre la marcha.
Más que nunca requerimos un sistema de salud fuerte, donde cada institución cumpla el rol que le corresponde. Ello necesita de una adecuada gobernanza y separación de funciones. Por ejemplo, el Ministerio de Salud debe cumplir a cabalidad el rol rector que le compete como autoridad sanitaria, con foco en la salud pública. No obstante, gran parte de los recursos, tiempo y energía de quienes trabajan en dicho ministerio se destina a administrar recintos hospitalarios o prestadores de salud. Ello tiene consecuencias. Primero, el ministerio juega el rol de juez (regula a los prestadores) y parte (es el regulado), por lo que no se cuenta con información del desempeño de dichos hospitales (es difícil autoevaluarse y, de hacerse, solo exponemos nuestros resultados cuando son buenos). Segundo, al ser el Ministerio de Salud una entidad política, su toma de decisiones considera criterios técnicos, pero también políticos. Por ello, no siempre se construyen los hospitales donde más se requieren.
Actualmente contamos con un proyecto de ley que busca fortalecer a Fonasa en su rol de asegurador y separarlo del rol rector y proveedor de salud del Estado. Asimismo, existe otro proyecto de ley que busca reformar a las isapres. Si bien ambos deben ser perfeccionados y no resuelven todos los problemas del sistema de salud, ciertamente son una oportunidad de avanzar. Por ello, cuesta entender su lenta tramitación y que se haya rechazado incluso la idea de legislar en el caso de Fonasa.
Tenemos frente a nuestras narices la oportunidad de debatir y cambiar la realidad en salud. Así como con las recomendaciones del coronavirus, no dejemos para mañana lo que podemos hacer hoy.