La experiencia internacional indica que cuando las monedas se deprecian por inestabilidad política, las intervenciones de la banca central, o de los gobiernos, raramente funcionan.
El 10 diciembre de 2021, cuando las encuestas ya indicaban que Gabriel Boric sería el próximo presidente de la República, Rodrigo Valdés dijo en el podcast “Sin Fronteras”: “Hay escenarios de dólar a $1.000 el próximo año, si las cosas se manejan mal.”
Pues bien, la semana pasada el dólar llegó a los mil pesos, algo que unos meses atrás era considerado imposible.
¿Se debe el derrumbe del peso a que las cosas se han manejado mal?
A primera vista ese no parece ser el caso. Consciente de que “el mercado” es un animal quisquilloso, el Presidente nombró a Mario Marcel en la cartera de Hacienda. Difícil un mejor fichaje: Marcel es un hombre serio y comedido, estudioso y de hablar suave, de corbatas impactantes y de probada eficiencia profesional. Es un ministro de lujo. Algunos incluso han dicho – con bastante razón – que es uno de los pocos adultos en el gabinete.
Pero, el quehacer del ministro de Hacienda no es el único determinante del precio de la divisa. Desde tiempos inmemoriales sabemos que el mercado cambiario es delicado y que responde a las percepciones sobre la estabilidad política y financiera. Y, cuando se mira la situación nacional en su conjunto, lo que vemos es un gobierno que suma desaciertos a un ritmo preocupante, una administración que ha cometido un cúmulo de errores que se van apilando hasta conformar un cuadro alarmante. Si a esto le agregamos el comportamiento de la Convención Constitucional, con su propuesta de un texto constitucional experimental, repleto de desincentivos a la inversión, lo que tenemos es una tormenta casi perfecta. Ante este cuadro el derrumbe del peso no es nada sorprendente.
Algunos analistas han intentado restarle responsabilidad al gobierno por el “dólar a luca”. Han dicho que se trata de una cuestión global; no es que el peso chileno haya perdido valor, sino que el dólar se ha fortalecido en los mercados internacionales. Pero estas son explicaciones propias del Ratón Mickey, excusas que no aguantan el más mínimo análisis de los datos.
Empecemos por lo más simple, por una comparación entre el aumento del precio del dólar en Chile y el aumento del precio del dólar en los principales mercados de monedas en el mundo – esto último capturado por un índice construido por la Reserva Federal, llamado “Nominal Broad U.S. Dollar Index”. El 14 de marzo de este año, unos días después de la toma de poder del Presidente Boric, el dólar se cotizaba a 802 pesos. El viernes 8 de julio su precio fue de 973 pesos, un aumento de 171 pesos. Vale decir, en lo que va de este gobierno el tipo de cambio se disparó 21%. ¿En cuanto subió el dólar en los mercados globales en esos días? Pues, en tan solo 4.3%. Vale decir, solo una mínima fracción del derrumbe del peso se puede atribuir al comportamiento internacional de la moneda estadounidense. Si ese ejercicio se repite para otras fechas, los resultados son aún más fulminantes, y señalan que el estallido, la violencia, y la Convención también han contribuido al “dólar a luca”. El 15 de octubre del 2019 – unos días antes de “la revuelta” – el dólar estaba a 712 pesos. Desde entonces su precio ha subido en 36.5%. Durante el mismo periodo la apreciación de “billete verde” en los mercados financieros globales ha sido de tan solo 4.3%.
¿Y el precio del cobre, uno de los llamados determinantes “fundamentales” del tipo de cambio? Aquí el cuadro es un poco más complejo. A fines de junio el metal rojo se cotizaba 57% por encima de su precio en septiembre de 2019, pre-estallido. Esto significa que, si todo lo demás estuviera constante – lo que, obviamente, no es así – hoy el precio del dólar debiera estar en aproximadamente 630 pesos. Es verdad que en las últimas semanas el metal rojo ha sufrido una corrección, pero ello en ningún caso revierte su enorme aumento desde septiembre 2019: 36%.
La experiencia internacional indica que cuando las monedas se deprecian por inestabilidad política, las intervenciones de la banca central, o de los gobiernos, raramente funcionan. Es como tirar el dinero al mar. En la literatura económica esas intervenciones se llaman “apoyarse en el viento”, y se considera una acción fútil.
Hace unos días, la ministra Camila Vallejo llamó al Banco Central a “tomar medidas, respetando su autonomía, pero son ellos los que manejan la política cambiaria”. Si bien al día siguiente declaró que no era su intención pautear al instituto emisor, sus declaraciones fueron un error por partida doble. Primero porque se puede interpretar como una intromisión indebida en el quehacer de una institución autónoma que ha funcionado muy bien. Segundo, porque, dadas las circunstancias actuales, una intervención del Central tendría muy pocos efectos. El mercado cambiario solo se calmará si la situación política se calma, si el gobierno es más claro en su actitud contra la violencia y la inseguridad, si se llega a un entendimiento nacional sobre la futura carta magna, si la gran mayoría reconoce que el proyecto de la Convención es deficiente y que nuestra nueva constitución debe ser moderna, inclusiva, y pro-crecimiento.