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“El Estado chileno está en disolución”

Joaquín Trujillo S..

“El Estado chileno está en disolución”

Investigador del CEP, autor de una colosal biografía sobre Andrés Bello, que acaba de ganar el Premio Municipal de Santiago al libro del año, es tajante cuando se refiere al futuro inmediato de Chile. “Lo veo negro”, dice.

“A mí no me cuadra Boric, eso que yo lo conocí en la universidad. Para mi es un nostálgico magallánico que el destino ha ido poniendo en distintos lugares”.

Es imposible adivinar la edad de Joaquín Trujillo. Parece un adolescente muy ordenado pero el rango de sus lecturas y la profundidad de sus pensamientos son las de un anciano de mil años. Joaquín Trujillo mira hacia adelante, pese a que una retinitis pigmentaria hereditaria le ha quitado la vista periférica. Es quizá uno de los lectores más profundo y voraces de su generación, pero los libros los escucha en el computador. No lo distrae nada ni nadie y tal vez por eso pudo escribir Andrés Bello: Libertad, imperio, estilo, una impresionante biografía intelectual del poeta y jurista venezolano que recibió, de manera más que merecida, el Premio Municipal de Literatura de Santiago al libro del año.

Criado en Alcahue, cerca de Cabildo, en el campo de sus abuelos, la cabeza de Joaquín Trujillo no se parece a ninguna de las que se pronuncian sobre la actualidad chilena. Hijo de la educación pública de provincia, pero también de la vieja aristocracia, fue comunista hasta que tuvo que escenificar La Madre de Gorky delante de Gladys Marín, quien lo mandonió y con eso le quitó todo el entusiasmo, confiesa en la terraza del Flaubert donde almorzamos. Fue en la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile en plena toma que asegura se hizo liberal. Trabaja desde hace décadas de investigador del CEP y aunque el derecho es su obsesión, la combina cuando puede con la literatura buscando en el texto de las tragedias de toda época el momento en que la justicia se separa del destino; es decir, la pura voluntad de los dioses y empiezas a ser un asunto de humanos.

—Decías en Facebook que hay épocas donde uno tiene el deber moral de caer mal. ¿Por qué?

—Yo antes me esforzaba en caer bien. Nadie me lo ha dicho en la cara, aunque es sabido de gente a la que le caigo mal. Yo en general busco el consenso para evitar las peleas. Pero en esta época de imbecilidad colectiva ya no me esfuerzo en caer bien.

—¿Cómo caracterizarías la imbecilidad colectiva actual?

—En general en Chile siempre ha habido problema con las personas conflictivas. Se solía decir: “Esta persona es conflictiva, hay que alejarse de él, hay que apartarla”. Pero ahora es al revés. Hay como un partido de los conflictivos. Hay como una masa conflictiva, pero lo ridículo es que son uniformes en su conflictividad. Es decir, lo que están haciendo es mantener la uniformidad con distintos temas bajo la apariencia del conflicto. A mí ahora me interesa ser conflictivo contra los conflictos

—¿Los nuevos conflictivos serían unos inconformistas conformistas?

—Cuando se ponen todos contra uno, a mí me dan ganas de defenderlo. Aunque me caía mal antes ahora me cae bien, y lo defiendo. Por ejemplo, a Fernando Atria, lo atacaron todos y yo mandé una carta en El Mercurio para defenderlo.

—Pero no era una defensa. Volvías a recordar todas tus diferencias con él.

—Si era una defensa. Obviamente nunca he estado de acuerdo con Atria, pero cuando todos lo atacan me parece importante decir que Fernando no nació en el Arcis, o en (el diario) El Siglo, sino que nació de ahí mismo, en la élite chilena, así que se hagan cargo de él. Es mi manera de defenderlo.

—¿Cuál es tu diferencia con Atria?

—Atria es un schmittiano. Es parte de una teoría de la excepción jurídico-política. Carl Schmitt fue nazi. Los nazis son hijos de la excepción, llegaron por vía política y fueron torciendo y torciendo la ley hasta convertir la muy liberal República de Weimar en un Estado totalitario. Ese es un ejemplo de revolución sin revolución, de una revolución con un discurso antirevolucionario.

—¿Consideras que la Convención es una revolución sin revolución?

—Ojo, no creo que haya que tirarse totalmente en contra de Convención, porque puede ser la gran solución a la chilena como dicen.

—¿Qué te parece la incorporación de los pueblos originarios a la Convención?

—No existe ningún pueblo originario. Somos todos mezcla de pueblos. Es cosa de ver el español de Chile, que tiene pedazos de mapudungún, de árabe, de latín. ¿Qué pueblo es puro aquí? Claro que hay pueblos que han sido mirados para abajo. Pero yo por lo menos nunca los he mirado para abajo, a ningún pueblo. Los que lo han hecho quizá deberían sentirse mal, yo no. Yo miro mi árbol genealógico y está lleno de indígenas. Miro la foto de mi abuelo y era un cacique. Somos el sitio más mezclado de la tierra. No somos Sudáfrica. Tendríamos que tener más cuidado a la hora de incorporar discursos de la academia norteamericana a una realidad distinta a la suya.

—¿Pero te parece bien la reivindicación de una cultura propia por parte de estos pueblos?

—Yo creo que los pueblos originarios no deben renunciar a nada de lo que están haciendo, somos nosotros los que deberíamos hacer lo mismo y tener un poco más de sentido común y darnos cuenta de que el pueblo chileno tiene una forma de ser gentil muy importante. Tiene una cosa doble, una cosa de corte cortesana y una parte violenta de repente.

—Una mezcla terrible.

—Pero también una mezcla sana cuando se sabe usar una y la otra en el momento adecuado.

—¿Qué habría hecho Andrés Bello frente al estallido?

—Bello es alguien que buscó siempre la regularidad en las cosas. Más que tener nostalgia del pasado, buscaba en el desorden cierta regularidad y de eso se agarraba. Eso lo ves en su gramática. Él era partidario del uso regular del idioma. En el habla buscaba esa regularidad, cuando no tenía regularidad lo excluía.

—¿Pero cómo crees habría reaccionado frente a algo tan inaudito como el estallido?

—Es que no tiene nada de inaudito, él vivió estallidos mucho más grandes que estos. Imagínate, la Independencia, donde murieron poblaciones enteras. Él rehuyó siempre de las batallas. Algunos podrían decir que era cobarde, pero quizá el destino lo tenía preservado para otra cosa.

—¿Crees que Andrés Bello se habría hecho parte de la Convención?

—Habría que ver si la Convención es una regularidad dentro del desorden. Habría que ver si no sería una regularidad a corto plazo, y ahí Bello no entraría.

—Pero se supone que la Convención es justamente algo a largo plazo.

—Es que no sabemos. Tienes que pensar por qué Bello insistió en llamar a la Constitución de 1933 una Constitución reformada de la de 1928, aunque no era real, porque era una Constitución nueva. Para él tenía que encadenar la Constitución nueva a la antigua, aunque la anterior era del partido vencido. El carácter refundacional no le gustaría a Bello y personalmente a mí me desagrada muchísimo.

—¿De dónde crees que nace esa necesidad de refundación? 

—Eso no es más que una tradición de hace 200 años. Una tradición ya completamente agotada, una tradición mal envejecida que viene de la Revolución Francesa. Casi sería más refundacional pensarla como una restauración que es un término mucho más complicado. Sería mucho más útil ver la continuidad que el quiebre.

—Allende en su discurso ante la ONU subrayó como un valor que las instituciones republicanas seguían sin interrupciones en Chile desde el siglo XIX.

—Es que Allende es un Bellista total, es un hijo de Bello. Eso mismo lo hacía distinto al socialismo internacional, eso lo hacía contradictorio consigo mismo. Quería ser parte de la historia de la república y al mismo tiempo hacer la revolución. Por eso me parece que el allendismo es mucho más interesante que el marxismo normal. El socialismo de Allende es un socialismo hijo del liberalismo.

—Aunque es una alianza imposible al final.

—Claro, es imposible, pero intelectualmente muy interesante y propiamente chilena

—¿Esa tradición continuó en Lagos y Bachelet?

—No creo. Quizá fueron un remanente. Para mí el hecho de que haya habido una dictadura entre medio es tan fuerte, que no puede haber una tradición liberal después. Para que haya una tradición, tiene que estar viva,

—¿Boric sería heredero de esa tradición?

—Si Boric madura, quizá podría. No sé, a mí no me cuadra Boric, eso que yo lo conocí en la universidad. Para mí es un nostálgico magallánico que el destino ha ido poniendo en distintos lugares. Él ha estudiado a Bello y a estas cosas le tiene respeto, pero al mismo tiempo tiene un impulso por hacer cosas insolentes que no corresponde en esa línea.

—¿Como ves desde la perspectiva de Bello los resultado de primera vuelta de elección?

—Como digo en el libro, en Chile el péndulo se mueve entre Portales y Bilbao. Bello queda en el centro. Lo que parece es que ambos candidatos están cada uno más allá del punto de retorno respectivo. Acaso corresponda el momento a un nuevo fracaso de la tradición de Bello. Sin embargo, confiando en que siga el movimiento pendular, será momentáneo.

—¿Qué te parece el fenómeno Kast?

—De Kast pienso que es un caballero y un gran candidato de la izquierda estúpida. O de la del sector estúpido de la izquierda.

—Más allá de la elección ¿cómo ves el futuro de Chile?

—Lo veo negro. Creo que el Estado de Chile está en disolución. Esta disolución (no comenzó) después del estallido, sino que está desde hace mucho tiempo. La vocación pública es como un hospital sin remedios, sin atención, donde no viene nadie. Quizá hay países que tienen más tradición y se pueden permitir eso, pero nosotros no tenemos esa tradición. Es un proceso. Siento que nadie se opone, nadie hace nada para oponerse. Y quizá es mejor que nadie haga nada.

—¿Por qué es mejor que nadie haga nada?

—Porque quizás sería peor hacer algo. El nazismo consistió en gente que se puso a trabajar para cambiar las cosas y todo lo que hicieron fue mucho peor. Creo que no hay soluciones globales en estos momentos. Yo creo que lo único que existe es predicar puerta a puerta. No creo en los bautizos colectivos. Yo siento que soy como un pastor Soto que da un sermón muy laico. Un pastor Soto de la Universidad de Chile.