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El pesado peso

Leonidas Montes L..

El pesado peso

Los gobiernos y parlamentarios compiten por la cantidad de leyes aprobadas. Y en esa carrera sacamos más leyes y no mejores leyes, más regulaciones y no mejores regulaciones.

Jeremy Bentham (1748-1832) abrigó la esperanza de explicar el comportamiento de las personas y dibujar las leyes para una sociedad feliz. El padre del utilitarismo creía que cada persona maximiza su utilidad y la sociedad debe alcanzar “la mayor felicidad del mayor número”. Al final de su vida se ofreció para redactar las leyes de varios países. Chile no fue una excepción. En una carta dirigida a Bernardo O’Higgins, le ofrece sus servicios gratuitos como “redactor y compilador de un Código de Leyes”. Bentham tenía claro que “el país cuyos destinos presidís presenta en estos momentos, por así decirlo, un campo virgen para la legislación”. Desgraciadamente ese campo virgen se ha convertido en un campo minado.

Un país tan formal y legalista como Chile hoy es víctima de esa virtud. Los gobiernos y parlamentarios compiten por la cantidad de leyes aprobadas. Y en esa carrera sacamos más leyes y no mejores leyes, más regulaciones y no mejores regulaciones. Así creamos nuevos ministerios, nuevas reparticiones y más empleos públicos. Y todo esto en un país que apenas crece.

La “permisología” ha hecho y sigue haciendo un daño enorme a la economía. Mientras tanto la maraña de leyes, reglas y normas crece. Y también aumentan los ejércitos de fiscalizadores y funcionarios. Invertir, emprender o hacer negocios en Chile es muy difícil. Es un oficio para héroes. Solo los aventurados amantes del riesgo, los imprevistos y la incertidumbre se atreven. Y mientras países como Brasil y Argentina facilitan las grandes inversiones, en Chile las ahuyentamos y además ahogamos el impulso del emprendedor pequeño.

En Argentina, hace unos cuatro meses, se creó el Ministerio de Desregulación, a cargo del economista Federico Sturzenegger. Su objetivo es “reducir el gasto público y aumentar la eficiencia y eficacia de los organismos públicos” simplificando la burocracia estatal. Nosotros, en cambio, parece que hemos transitado de las reglas del juego al juego de las reglas. Si no, ¿cómo entender, por ejemplo, los azarosos vaivenes del proyecto Dominga?

Lo que vivimos y sufrimos es un caldo de cultivo para comenzar a denostar el rol del Estado y para criticar “la casta”. Por ejemplo, ¿cómo se explican los privilegios del Estatuto Administrativo versus el Código del Trabajo?; esto es, un trabajo asegurado versus riesgo laboral. Y, por si fuera poco, si hace unos veinte años el sector público pagaba poco, hoy paga mejor que el sector privado. Esta nueva realidad exige enfrentar el problema de las reglas del juego y acercarlas a la realidad y a la ciudadanía.

Además, muchas leyes bien intencionadas generan incentivos perversos. La Ley Karin, que exalta la perspectiva de género y regula el acoso laboral, abrió las puertas al chantaje. En el primer mes se presentaron 4.800 denuncias. Aunque muchas deben ser justificadas, también existe aprovechamiento y abuso. Por ejemplo, es gratis exigir bajo la amenaza de algún acoso. De hecho, el director del Trabajo sufrió las consecuencias de la ley que él mismo debe fiscalizar.

La nueva ley de delitos económicos es otro ejemplo digno de análisis. No solo se amplió el concepto de personas jurídicas responsables, sino que se incluyen más de 200 nuevos delitos. Llenar el sesudo cuestionario es una hazaña. Me tocó hacerlo y a ratos me sentí en “1984”. Mientras respondía, pensaba en todo lo malo que podía pasar frente a ese abanico de posibles delitos. Es más, soñé con jueces y abogados apuntándome con el dedo. ¿Cómo lo harán las empresas pequeñas, las universidades públicas, los partidos políticos y muchas fundaciones para enfrentar este engorroso y aterrador ejercicio legal?

Mientras nos llenamos de leyes, reglas y protocolos, me pregunto qué hubiera sucedido si Bentham nos hubiera ayudado. Tal vez nuestras leyes, regulaciones y permisos serían más simples.