La Tercera, 1 de febrero de 2014
Opinión

El todo y las partes

Sebastián Edwards.

El que las relaciones exteriores vayan a estar en manos de Heraldo Muñoz debiera producir tranquilidad a todos los ciudadanos de la nación. Si alguien puede destrabar el problema energético que aqueja al país, ese es Máximo Pacheco; la dupla Alberto Arenas-Sergio Micco en el Ministerio de Hacienda es garantía de seriedad y profesionalismo. Ximena Rincón es una carta espléndida, y aunque Nicolás Eyzaguirre no tiene experiencia en el campo educativo, posee el temperamento y la perspectiva que se necesitan para avanzar en el complejo tema de la reforma educacional. Hay otros nombres que también son buenísimos: Céspedes, Blanco, Gómez-Lobo, Peñailillo y Elizalde, por nombrar sólo a un puñado.

Pero el que un gabinete esté formado por personalidades atractivas, con liderazgos claros y buenas ideas, es sólo una parte de la ecuación. Para que un gobierno sea exitoso -y eso es lo que la gran mayoría espera de Bachelet 2.0- se necesita más que un ramillete de buenos ministros.

Lo que se requiere es que el gabinete como un todo sea más que la suma de sus partes. Sólo cuando esto sucede, los gobiernos avanzan en forma armónica y coordinada, de manera eficiente y con un norte claro. Sólo entonces logran capturar la imaginación de los votantes y su labor se transforma en un verdadero esfuerzo nacional.

Por el contrario, cuando los ministros buscan brillar en forma individual, y cuando los objetivos personales se anteponen a los de la administración, el funcionamiento del gobierno se resiente y sus logros se hacen mezquinos. Es lo que le sucedió al gobierno de Piñera, donde al poco andar los ministros con ambiciones presidenciales _x0007_-Allamand, Golborne, Longueira y otros- fueron impulsando sus propias agendas en vez de la del gobierno.

Defender lo avanzado

Los miembros de un gabinete potente comparten una narrativa épica. Una narrativa que empieza con los orígenes del gobierno y que contiene una visión luminosa y cautivante sobre el futuro.

Es por esto que el primer requisito para que el próximo gabinete sea más que una colección de personalidades es que los nuevos ministros entiendan que en Chile ha habido avances gigantescos desde el retorno de la democracia. Los logros son muchos, y debieran ser motivo de orgullo para todos y cada uno de los miembros del equipo de gobierno (incluso para la camarada del PC).

Más que cambiar, lo que Chile necesita es avanzar, moverse hacia nuevos estadios de desarrollo, aspirar a ser una nación verdaderamente moderna. El país prosperó tanto, que hoy enfrenta un punto de inflexión en el que muchas de las políticas de los últimos 20 años ya no son efectivas. No porque hayan sido malas, sino porque son anticuadas (claro, hablo en general; siempre hay cuestiones de detalles o situaciones específicas en las que uno actuaría en forma diferente).

Lo anterior implica que alguien dentro del gobierno tiene que defender lo hasta ahora alcanzado; alguien tiene que recordar que se estará construyendo sobre bases sólidas, sobre una plataforma exitosa. Este rol, naturalmente, le cabe a la presidenta. Es ella quien debe dar la perspectiva histórica a su segunda administración, perspectiva que tiene que recoger y proteger los éxitos del pasado, los que son, en parte importante, sus propios éxitos.

Pero, además de la presidenta, alguien dentro del gabinete debe cumplir este rol. No estoy seguro de quién será esa persona; ni siquiera sé si alguien querrá (o podrá) asumir ese rol. Es un papel difícil y antipático, que requiere recordar permanentemente que no se está empezando de cero, que hay antecedentes políticos que explican dónde estamos, que Chile lo ha hecho bien, muy bien, y que el desafío es dar el salto adelante sin desconocer el tremendo terreno ya recorrido.

¿Jugará este rol el ministro del Interior, Rodrigo Peñailillo? Espero que así sea, pero no lo sé; no lo conozco lo suficiente como para tener esa certeza.

Pero de lo que sí estoy seguro es de que si nadie defiende los avances logrados hasta ahora, si nadie pone a nuestra experiencia en una perspectiva internacional -incluyendo el que somos una nación admirada e, incluso, un poco envidiada-, la labor del nuevo gobierno terminará entrampada, dando vueltas en círculos, sin avanzar eficientemente hacia la construcción de un país mejor, más justo y más inclusivo.

Una visión en tecnicolor

En un gabinete exitoso, todos los ministros comparten una visión de país. Tienen metas comunes, que se engarzan entre sí y que forman un todo consistente. Pero lo importante es entender que esta visión va mucho más allá del programa de gobierno. Después de todo, los programas son, casi siempre, unos documentos interminables, repletos de cifras frías y de generalidades; documentos pobremente escritos, que nos recuerdan a esas malas películas de antaño, granulares y torpes, con una banda sonora pésima. Filmes que incitan a dormir o, simplemente, a abandonar la función.

El programa de la Nueva Mayoría no es una excepción: es larguísimo y tedioso; también un poco gris. Es fundamental que durante los próximos años este documento insulso no se transforme en una camisa de fuerza. Hay miles de ideas buenas que no están en este documento, pero que deben (y pueden) implementarse. Hace unas semanas di, en este mismo espacio, algunos ejemplos, incluyendo el acortar la semana de trabajo a 40 horas, eliminar el IVA a los libros, reducir el arancel de las universidades públicas y agregar una hora de clases por día en las escuelas vulnerables.

La visión del gobierno de Bachelet debe girar, como la misma presidenta lo ha insinuado, en torno a la modernidad. Chile tiene que transformarse en un país moderno; en un país inclusivo, sin abusos y sin segregación; en un país con una Constitución legítima, con igualad de géneros y con una educación pública de calidad (ello requiere cambios de programas y currículos). La visión debe ser la de un país tolerante, inclusivo, amable y respetuoso. Al elaborar esta visión es necesario recordar que la nostalgia, la burocracia, los intereses creados y las ambiciones desmedidas de poder son los peores enemigos de la modernidad.

Pero defender el pasado e impulsar una narrativa moderna no es suficiente. Para que el gabinete tenga un efecto amplificador y el gobierno sea exitoso, también es necesario hablar con la verdad. Aunque a veces ésta sea incómoda y cree situaciones impopulares.

¿Quién hará todo esto? ¿Quién será la fuerza aglutinadora del gabinete? ¿Quién se jugará por defender el pasado y, al mismo tiempo, por empujar el futuro? ¿Quién pondrá orden y se transformará en el campeón o campeona de lo moderno? ¿Será Peñailillo, o tal vez Ximena Rincón, o quizás Elizalde? Repito que no lo sé. Pero por el bien del gobierno, por el bien de Chile, alguien tiene que hacerlo.