No olvidar la tragedia no significa olvidarse de la justicia. Es en el derecho donde encontramos una justicia bien combinada con su técnica. De ahí que el derecho funciona como una comedia de aciertos cuando no se extravía en aceleraciones de sí mismo.
En su libro “La muerte de la tragedia”, el gran sabio judío George Steiner, estudiando obras de teatro que iban desde las de Esquilo, Sófocles y Eurípides, en la Antigüedad, a las de Samuel Beckett, en el siglo XX, pasando por los pináculos de Shakespeare o Jean Racine, vio preocupado lo que la eliminación del factor trágico en el análisis que hacemos del mundo podría suscitar. A primera vista tiene algo de contrasentido, pues ¿qué perjuicio tiene vivir la vida omitiendo eso que en ella hay de grave? Más aun, ¿prescindiendo de aquellas cuestiones inevitables, esas que no ofrecen solución? Eso no implica, en principio, nada malo, pero sí el paso siguiente. En este otro, los seres humanos no solamente por opción de vida la miran de manera positiva. Ahora, le exigen que calce exactamente con los resultados que esperan de ella. Ya no se trata de eludir los males, en este momento se exigen los bienes y, por lo general, todos ellos al mismo tiempo.
Esta pérdida de la mesura, por supuesto, exaspera. Como nunca ocurre tal despliegue de bondad, los razonables enojos se transforman en odios incontrolables. Puesto que la vida no está calzando con lo que espero de ella tendrá que hacerlo a la fuerza, como las hermanas de la Cenicienta ante el zapato de cristal. ¿O acaso no está alguien más granjeándose bienes a costa de mis males?
Para este exceso de optimismo, esta comedia de fuerzas más que de simples errores, la vida no es un dato, sino un logro. Por lo tanto, habrá que lograr con ella el sumo bien. No habrá destino trágico, plan divino, bien común, condiciones de posibilidad, diseño inteligente ni nada que a la larga no afloje. A la larga y a la corta.
¿No es la idea de revolución un buen ejemplo de esta confianza en la mutación radical de mil cosas? Las revoluciones demuestran que los lentos cambios son el consuelo de los mediocres. Estas son la prueba de que el ser humano puede presionar el acelerador, abonar la tierra con nuevos productos, extraer más frutos. Así se cree.
Ineludible preocupación la de Steiner. En la medida que Occidente olvida el factor trágico, lo inevitable, se rebela sin criterio contra esa Moira que se oculta tras el universo, ¿no termina dañándose mucho más? Los romanos, con su hábito tan práctico, lo resumieron en que la cosa consiste en saber si debes dejarte llevar por la corriente, navegándola, o ir contra ella, oponiéndole un dique. Lo que no debe ocurrir es que la corriente te arrastre cuando tu intención era vencerla.
Claro, la comedia es una visión de la vida en que la vida tiene mucho de evitable, corregible. La astucia cómica permite operarse de los males, sin hacer de ellos cargas fatales.
Sin embargo, no olvidar la tragedia no significa olvidarse de la justicia. Es en el derecho donde encontramos una justicia bien combinada con su técnica. De ahí que el derecho funciona como una comedia de aciertos cuando no se extravía en aceleraciones de sí mismo.