La Tercera
Opinión

En Sodoma

Joaquín Trujillo S..

En Sodoma

A la nueva tolerancia, la mejor, no le basta con soportar, va más allá, valora y promueve la diversidad, no es que solamente la soporte.

Qué “insoportable” esa gente que cuando, por jugar, la invitamos a hacerse una autocrítica, confesarnos su peor defecto, respira profundo y “admite”: sí, lo reconozco, no tengo filtro, soy muy honesto, no me callo la verdad. Dan ganas de respirar profundo y responder: fíjate que yo me hago la misma autocrítica, también soy un mentiroso.

Son casos del mismo tipo aquellas prédicas de tolerancia. Suelen ir así: la vieja tolerancia era simplemente soportar. A la nueva tolerancia, la mejor, no le basta con soportar, va más allá, valora y promueve la diversidad, no es que solamente la soporte.

¿En serio? Yo diría que es exactamente al revés. Quienes celebran la tolerancia como el mejor de los bienes es porque suelen relacionarse nada más con lo que toleran, a lo cual llaman diversidad. Más mérito tiene el que tolera precisamente aquello que le resulta insoportable. En el fondo, es a la vez más sincero y abierto.

Un caso famoso, el del justo hombre Lot. Vivió junto a su familia en una ciudad que para él era horrible, rodeado de patos malos (nunca les hizo daño), y para sacarlo de ella, Dios tuvo que enviar ángeles y amenazarlo con morir si no se iba, o sea, por poco queda incluido en la destrucción de Sodoma. Ese sí era un tolerante.

Muchas vestiduras se rasgan ahora. El país está repleto de intolerantes. ¿Desde cuándo? Recuerdo que durante décadas pacíficas se silenció y ninguneó a quienes esbozaban críticas leales, casi siempre desde una posición solitaria. ¿En qué sentido eran “leales”? En el sentido que jamás se hubiesen servido de una toma o de una funa para poner en práctica su punto. ¡Cuánta virtud hubo en esas personas y cuán intolerante fue la respuesta que se les dio! Casi siempre “omisión represiva”.

Ahora el país parece dividido en dos grandes partidos: el de los acomplejados por haber ostentado alguna cuota de poder y el de los enrabiados por no haber logrado ninguna. Con todo, hay un tercer partido. El de quienes saben que el poder no es ajeno a nadie y que la rabia es mala consejera.

En su poema La mujer de Lot, la escritora soviética Anna Ajmátova, una insobornable fustigadora del régimen de la URSS, propone que la mujer del santo fue transformada en estatua de sal al haber dado la vida “por solo una mirada”. Invitada a salvarse, la mujer miró aquello que había quedado prohibido, haciéndose testigo de esa aterradora justicia divina.

Una de las lecturas de ese poema es que, a veces, cuando un mundo se termina y empieza otro nuevo, hay quienes miran atrás porque llegaron a hacerse realmente tolerantes, y les cuesta asumir que, inclusive sus detractores, acaben tan mal. Por su parte, mientras la ciudad no arde aún del todo, el resto calcula qué es lo que más convenga: si quedarse en el viejo mundo o trasladarse al nuevo. Porque los verdaderos tolerantes, en cambio, soportan, y ante todo, confían en que se les soportará, pase lo que pase, en este o aquel mundo, ¡ojo! a veces mirando y otras sin mirar atrás.