El Mercurio, 6/4/2011
Opinión

En torno al relato

David Gallagher.

La gran diferencia entre el liberalismo y el colectivismo está en que el uno tiende a priorizar los derechos de los individuos, y el otro, los de algún grupo, llámese nación, raza, religión, clase o pueblo. En las sociedades colectivistas se supone, también, que la gente vibra con las metas del grupo más que con las propias, mientras que en las liberales, priman las de los individuos, las familias y las asociaciones libres. En un notable ensayo sobre Inglaterra, publicado en 1941, George Orwell demostró cómo en un país donde la gente tiene libertad para perseguir sus fines propios, hay incluso más unidad que en uno en que está sometida a fines colectivos. Según él, los ingleses, a pesar de que jamás se juntarían en un estadio para vitorear a un líder en torno a un proyecto colectivo, están tan profundamente unidos, que no titubean en dar la vida por su país. Lo están instintivamente, por el valor que le atribuyen a su libertad individual compartida.

Orwell hablaba de los ingleses en plena Segunda Guerra Mundial, y los contrastaba con los súbditos de dictadores colectivistas como Hitler, Stalin o Mussolini. Ocho años más tarde, en su novela «1984», el mismo Orwell se imaginó cómo los ingleses también podrían caer en colectivismos totalitarios, porque nadie es inmune. Pero lo que importa es su tesis central, de que el mundo plural que emerge desde abajo en un país libre y moderno no sólo es rico y variado: es muy querido por quienes lo habitan, y los une más que cualquier objetivo común impuesto desde arriba por una élite.

Hago estas reflexiones porque los llamados que se hacen a que el Gobierno tenga un «relato» me parecen un tanto colectivistas y elitistas. Las sociedades modernas, que son estructuralmente plurales, ¿qué relato tienen, que no sea el de su fecunda multiplicidad? Los relatos parecen más propios de sociedades arcaicas, o de países totalitarios como Cuba o Irán. Por supuesto, un país tiene que tener un relato si está en guerra, para levantar los ánimos. Pero es dudoso que sea posible o deseable un relato en tiempos de paz, en un país democrático y moderno como es Chile. No parece tan claro, por lo demás, que hayan tenido relatos ex ante los gobiernos de Frei, Lagos o Bachelet. Lo que sí ocurre es que cuando un gobierno llega a su fin, nos da por resumir sus logros y sus defectos, y allí, en el resumen, se destila una suerte de esencia. En ese sentido esos tres gobiernos tienen relatos, pero ahora, ex post .

Reconozco que la gente que le exige un relato al Gobierno no es necesariamente colectivista. Hay algunos en la derecha y en la izquierda que quisieran vernos a todos como en un coro, cantando un mismo himno, pero en Chile felizmente son cada vez menos los colectivistas. Intuyo que, al pedir más relato, lo que muchos buscan de parte del Gobierno es, simplemente, mejores comunicaciones, y allí sí tienen algo de razón, porque allí todavía hay deficiencias.

Pensándolo bien, se me ocurre que estas deficiencias comunicacionales provienen de una equivocación respecto de lo que la gente quiere oír, que hace que el Gobierno priorice la divulgación de sus medidas sociales sobre las que está tomando -y son cuantiosas- para mejorar la productividad de la economía, con el resultado de que muchos hemos subestimado a estas últimas. Al pregonar aquellas medidas que podría haber tomado la Concertación más que las que son más propias de una centroderecha, el Gobierno da la sensación de no estar seguro de sí mismo, y eso, creo yo, lo penaliza en las encuestas.

El Gobierno necesita redondear su mensaje, abandonando su timidez en publicitar sus convicciones más profundas y los logros que emanan de ellas. El discurso del 21 de mayo será una oportunidad para hacerlo.