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«Estamos en un país dominado por una vulgaridad disolvente»

Joaquín Trujillo S..

«Estamos en un país dominado por una vulgaridad disolvente»

Entrevista a Joaquín Trujillo, investigador del CEP.

Liberal criollo, aventurero inmóvil que se encuentra a gusto en varias civilizaciones y en varias literaturas, pasó su infancia en Alicahue, y estudió la enseñanza básica y media en la Región de Valparaíso. “El primero rural, el segundo, no tanto”, aclara.

De su abuelo heredó una retinitis pigmentaria, una enfermedad degenerativa de los ojos que le ocasionó la pérdida de la visión periférica. Pero Joaquín Trujillo Silva (1983), en vez de victimizarse, ha usado la ceguera parcial como un destino virtuoso. Ataráxico, no sucumbe a la impaciencia reinante y digiere la información con lentitud, aquilatando cada palabra que lee y escucha.

Abogado de la Universidad de Chile, magíster en Estudios Latinoamericanos y candidato a doctor en Literatura, impopular como lo es el matiz, valora a las personas que guardan la compostura en momentos de excitación social y piensa que el trabajo de los intelectuales debe estar dedicado a pensar fríamente problemas complejos como los que hemos estado padeciendo desde 2019.

Investigador del CEP, autor de una biografía novelada de 800 páginas sobre Andrés Bello y de una novela («Lobelia»), cuenta que lleva 15 años trabajando en un libro sobre derecho y tragedia que publicará próximamente por Editorial Roneo. “Lo que yo hago es un recorrido masivo, pero no exhaustivo, por distintos momentos en que la tragedia cede terreno frente al espíritu cómico del derecho romano y la ley judía. Esta tendencia se acentúa con las épocas de las revoluciones y el intento de lograr una constitución universal”.

—Algunos analistas han señalado que la degradación intelectual de este país comenzó cuando pasamos de pensar con escrúpulos y antecedentes, a evaluar las cosas como si fueran buenas y malas moralmente. ¿Piensas que se empezó a simplificar la realidad cuando ciertos intelectuales adhirieron a eslóganes como el “Chile despertó” o “no son 30 pesos, son 30 años”?
—No veo nada de malo en pensar moralmente. Es más, me parece la mejor manera de pensar. Tampoco veo ningún problema en reflexionar religiosamente. El problema está en reaccionar unilateralmente, como si en los asuntos prácticos de este tipo no hubiesen principios o fines en tensión, que es necesario priorizar. Ese es el problema. Pensar en términos de bien y mal me parece bien. Aunque al tipo de intelectuales públicos que conocemos hoy se los puede remontar a Emile Zola, hay que decir que es una estirpe muy antigua y variada. En el Tanaj hebreo, conocido también como Antiguo Testamento, los vemos escribiendo y protagonizando muchos libros. Lo fue José como consejero del faraón. Lo fue Mardoqueo como consejero de la reina Ester en el Imperio persa. Lo fue el rústico Elías contra el rey Acab, pero también el sofisticado Daniel en la consejería de Nabucodonosor. Lo fueron Dante, Goethe, Andrés Bello, en la tradición de Daniel. También Pablo de Rokha, en la tradición de Elías, a quien las relaciones internacionales de Chile deben mucho más que a Neruda. Sus reyes sabían que ningún rey es nunca soberano, que toda soberanía es una ficción, por lo tanto, buscan la inteligencia lejos de sí mismos, para tenerla cerca, de ahí que sea lícito decir que algo de inteligencia tuvieron. Supieron irla a buscar a fin de incrementar la propia. ¿Por qué traigo estos ejemplos? Porque esos fueron pensadores de la moral, unos más refinados que otros, paradigmas insoslayables. El problema no es el enfoque moral, sino la simplificación, el facilismo moral, que se parece mucho a la hipocresía en algunos casos, y al cinismo, en otros.

—¿ Crees que estamos viviendo en un país que está sobre diagnosticado intelectualmente?
—No, no creo. Lo peor que pudiera pasar es que los intelectuales se quedaran callados o, peor, se pongan todos a repetir eslóganes al ritmo de una batucada. Ahora, es importante que esos diagnósticos sean contrastados entre sí, para que no queden girando en banda. Precisamente, el exceso de diagnósticos ocurre por la falta de contraste que se suscita en los verdaderos debates.

—Hay algunas palabras que se están reventando de tanto expandirlas, como el término“violencia”. En algún momento se dijo que la violencia era el maltrato que las empresas le daban a los consumidores. ¿Crees que una forma de solucionar los problemas intelectuales es dándole nombres precisos a ciertos fenómenos?
—¡ Por supuesto! Una de las gracias de las palabras es que sintetizan una historia muy compleja de experiencias compartidas. Por ello esas palabras figuran en la lengua común. Por lo mismo, se dice que los sinónimos no existen en realidad. Cada palabra posee un territorio que excluye el de las otras, y solo a veces se superponen en parte. De ahí que el uso descontrolado del lenguaje, vale decir, el uso equívoco de las palabras, sea el síntoma de una razón tan empobrecida que ni siquiera está a la altura del diccionario.

—¿ Qué intelectual, a tu juicio, hizo el mejor diagnóstico sobre lo que acontecía en Chile luego del 18-0?¿ Qué lectura de la realidad se ha sostenido en el tiempo por su densidad?
—Para mí existen tres figuras clave por la valentía, coherencia, prontitud y persistencia de su diagnóstico: Alfredo Jocelyn-Holt, Carlos Peña y Lucy Oporto. El primero, porque fue el lucero del alba de esta crisis. Es el típico, aunque atípico, gran historiador que es a la vez oráculo. Lo entiendo como un Jeremías. El mérito del segundo consiste no tanto en haber visto todo ese asunto de la modernización capitalista de Chile, con el que no sé si estoy tan de acuerdo, sino más bien en haber insistido, de forma tan preclara, en su método. Para mí ha sido el Ulises del mástil. Y la tercera me parece la voz más impresionante. Bucea la zona abisal de Chile. En la habría sido una jueza, una Deborah, pero como estamos en un país dominado por una vulgaridad disolvente, mezcla de resentimiento y clasismo, principalmente en la elite, nos toca oírla quizás demasiado tarde.

—Hace poco escribiste que el intelectual que entra en acción está encarnado en dos personajes de la modernidad: Fausto y Don Quijote. Señalas que ambos son paradigmáticos de la pérdida del control. ¿Qué comportamiento debería tener un intelectual ejemplar?
—Veo que el intelectual ejemplar debería ser un sabio itinerante. Fíjate en lo que esa doble figura significa al pensar en Fausto y Don Quijote. No es que ella reniegue de ellos enteramente. O sea, alguien que sepa combinar la rigidez del voto magisterial que ha jurado ante sí mismo, por una parte, con el fisgoneo, el coleccionismo, la curiosidad, la búsqueda de lo singular en todas las cosas, por la otra.

“A mí la ceguera me ha favorecido”

—En este mundo faccioso intelectualmente, dividido entre faustos y quijotes: ¿ Dónde te sitúas tú? ¿ Cuál es tu rol como intelectual?, ¿llevar la contraria?
—Lamento informar que he sido siempre una persona bastante pacífica y respetuosa de la autoridad. No me considero para nada un polemista. Lo que pasa es que la gente de clase media y alta se ha puesto tan mojigata que lo que digo suena disruptivo. Pero eso es culpa del contexto, no mía. A mí me gusta el ejemplo intelectual de Goethe. Aunque se equivocó en no pocas cosas, su actitud que combinó la filosofía, el arte, el derecho, la ciencia y los problemas prácticos de su ciudad, me resulta una cosa sana.

— Carlos Peña dijo que lo ocurrido en 2019 estuvo precedido por un simplismo intelectual. Que los analistas afirmaron que todo se debía al lucro. “Esto acabó convenciendo prácticamente a todos, que se dejaron anestesiar por este entusiasmo: la violencia no era violencia, era desobediencia civil (… ) Creo que es una mezcla de hipnosis y de adormecimiento intelectual con cobardía”. ¿Qué opinas de sus dichos?
—Yo complementaría esa opinión agregando que la culpa es también de los cazatalentos que, en lugar de alimentar cisnes, criaron cuervos, que fueron primero sus adláteres y después, como suele ocurrir en estos casos, se convirtieron en veleidosos y oportunistas.

—El politólogo Juan Pablo Luna le respondió a Peña diciendo que: “el ninguneo no es inocuo, la academia y el saber solo pueden ser una búsqueda colectiva. Pensar que un único individuo puede, desde la distancia de la torre de marfil, identificar las causas del enorme lío en que nos encontramos es pecar de ingenuidad y soberbia (… ) carente de trabajo empírico y densidad analítica”. ¿Estás de acuerdo con su diagnóstico de que la reflexión intelectual debería ser un ejercicio colectivo?
—Me parece un poco equivocado. Principalmente porque una reflexión intelectual tiende a hacerse colectiva en cuanto es recepcionada por un medio acorde. ¿O acaso los planteamientos de Peña nadan en el vacío? Son de los más comentados, por lo tanto, generan reflexión colectiva. No quiero pensar que el profesor Luna, que merece todo mi respeto, se esté refiriendo a la escritura de papers en grupo o a la participación en seminarios de amigos que son más bien una patota que carretea con ese mismo grupo. Su planteamiento, sin embargo, tiene un punto en cuanto a la recolección de datos empíricos. Bello estaría de acuerdo en eso. Sin embargo, es ingenuo pensar que esos datos vayan a hablar por si solos, que no haya una experiencia intelectual asociada a la lógica de esos datos. En tanto haya una lógica reconocible en ellos, entonces los autores clásicos tendrán mucho qué decir. Con sus datos inéditos, el colectivo Luna tendrá que demostrar que dichos datos demolieron a los autores clásicos que constituyen la lujosa torre de Peña.

—Sufres de una enfermedad a la vista, no obstante, dices que la maldición la ocupas como una bendición. ¿Qué tan complicado es para ti analizar la realidad chilena, cuando estamos cada vez más dominados por narrativas que provienen del flujo incesante de imágenes?
—A mí la ceguera me ha favorecido. Y, si mal no recuerdo, cuando veía mejor las imágenes me distraían mucho. Ahora, para enterarme de su existencia, cuento con buenos informantes que me soplan lo que aparece en ellas. Así me ahorro tener que darle audiencia personal a mucha tontera.

—El político francés Alain Peyrefitte escribió lo siguiente: “si eres políticamente fiel a Albert Camus, es difícil imaginar que puedas comprometerte con ningún partido”. ¿Crees que ese mismo problema le sucede al Presidente Gabriel Boric? ¿ Cuál es el costo de tener un Presidente que no transmite coherencia en sus convicciones intelectuales?
—Lo que es yo, no entiendo cómo es posible que un seguidor de Camus se deje elegir presidente de una república. Creo que los seguidores de este maestro sin igual están para cuestiones más elevadas. Pero como también puede alegarse a favor de Boric que fue arrastrado a ese cargo por las inauditas circunstancias, que él no se lo esperaba, puede decirse entonces que él es más bien un seguidor de Ortega y Gasset.