La tragedia del INBA revela el naufragio de los liceos emblemáticos, a vista de las autoridades.
La tragedia vivida esta semana en el INBA, en la que más de 30 alumnos sufrieron quemaduras —16 de ellos de carácter grave— por la explosión de artefactos incendiarios manipulados por los adolescentes en un baño, pone de manifiesto la magnitud de la crisis de la escuela pública como espacio de socialización y reproducción cultural.
Los liceos emblemáticos tuvieron una tradición de excelencia y orientación republicana, sostenidas en un ethos que fomentaba el mérito y el esfuerzo individual. “El trabajo todo lo vence” reza el lema del Instituto Nacional, de cuyo anexo de internados surgió el INBA. En sus aulas se formó parte de la elite intelectual y simbólica del país, que incluye a 17 premios nacionales, un presidente de la República y destacados políticos, deportistas y empresarios.
Como otros liceos emblemáticos, el INBA fue una institución escolar con conciencia de sí misma. Sus estudiantes eran formados con una visión amplia de la excelencia, en que las notas eran un elemento central, mas no el único. La misión sostenida por sus profesores era educar a las elites dirigenciales, traduciéndose en estudiantes con un gran compromiso social.
Pero esta misión se desdibujó por varias razones. En primer lugar, el compromiso social devino en radicalización política. Es obvia la influencia del mundo adulto en este proceso (apoderados, profesores y autoridades), que por acción u omisión ha legitimado la protesta violenta para comunicar insatisfacciones y demandas políticas irreflexivas. Por esto muchas familias hoy evitan matricular a sus hijos en estos liceos, contribuyendo a su segregación.
La radicalización fue potenciada por la crisis de autoridad docente que se vive en las escuelas. Esta autoridad se ejerció históricamente siguiendo un modelo autoritario, caracterizado por su consideración de la juventud como amenaza o simple receptáculo de la enseñanza. Los procesos de individuación, la expansión de la semántica de los derechos y democratización socavaron este modelo, haciéndolo inviable.
Pero la escuela pública no ha logrado cuajar modelos concretos de autoridad que exige la transmisión cultural. Las antiguas prácticas de mando tienden a ser vistas como formas de vulneración de derechos por los escolares y sus familias. Los docentes experimentan esta tensión como incertidumbre, lo que se traduce en abdicaciones a su ejercicio. Esta tensión se agudiza en escuelas con radicalización política.
Finalmente, se suma el fuerte cuestionamiento político a los ideales meritocráticos en las últimas décadas, lo que minó el prestigio que sostenía a estos liceos. Para avanzar en reformas de inclusión, se señaló que estos liceos sobresalían nada más que por su admisión selectiva, la que reflejaba los privilegios familiares de sus estudiantes y no el proceso de enseñanza en sus aulas. El argumento devino en dos opciones: o bien todos los liceos se volvían igualmente emblemáticos en su calidad, o estos debían nivelarse con los demás, abandonando su estatuto especial. Incomprensiblemente, la lógica política optó por la segunda.
La tragedia del INBA revela el naufragio de los liceos emblemáticos, a vista de las autoridades. Es incomprensible que la rectora del liceo haya calificado la explosión como un “hecho aislado”, o que el Superintendente de Educación haya abierto un sumario para determinar si se aplicaron protocolos como atención médica a los heridos y contacto oportuno a sus apoderados. ¿No es materia del sumario que escolares manipulen acelerantes en un baño? El ministro de Educación cuestionó la fabricación de bombas incendiarias señalando que “detrás de esta acción no hay demandas, rostros, ni propósitos”. ¿Sería aceptable si las hubiere? Es tiempo que las autoridades de todo nivel deben revisar profundamente sus marcos de referencia.