La Tercera, domingo 1 de julio de 2007.
Opinión

Grandes oportunidades, malos gobiernos

Alexander Galetovic.

Mucha gente ha escuchado de algún país que, teniéndolo todo, se farreó su oportunidad histórica, pero pocos han visto una de verdad. Me temo, sin embargo, que una de esas oportunidades está pasando delante de nuestras narices y que la vamos a perder.

Con toda la desazón que está dando vuelta podría parecer un tanto estúpido hablar de “oportunidad histórica”. Pero escarbando un poco uno se da cuenta de que jamás hemos estado en mejores condiciones para crecer rápido y terminar con la pobreza. Desde luego, el fisco tiene un montón de plata por los excedentes del cobre. Bien gastados, alcanzarían para hacer las reformas estructurales para solucionar problemas endémicos. ¿Modernizar la educación, la salud o el estado? Pues ahora tenemos plata para terminar con estatutos e inamovilidades, indemnizar a los que se quieran ir y recontratar en condiciones de mercado.

Más importante que la plata es el abundante contingente de jóvenes inteligentes y bien preparados. Examine usted la ocupación que quiera y se asombrará de cuánta gente capaz y emprendedora hay. Bien liderados, sobra gente para implementar políticas públicas tan innovadoras y eficaces como las que nos hicieron crecer rapidísimo entre 1986 y 1997.

Y, por supuesto, hay tanto que mejorar. Disminuir la maraña burocrática que encarece, retrasa o impide desde la creación de una microempresa hasta la ejecución de un megaproyecto; simplificar los trámites públicos que suelen volvernos locos; liberalizar el mercado laboral, eliminar el salario mínimo, e introducir las jornadas flexibles para que muchos más jóvenes y mujeres trabajen; modernizar al estado aplicando, por fin, la reforma de la gerencia pública y terminando con los programas públicos que no sirven; introducir instrumentos de mercado para disminuir la contaminación, estancada desde 1999; sacar una ley de quiebras que permita reasignar recursos con rapidez; eliminar el Impuesto de Timbres y Estampillas y crear una central de garantías para que los bancos compitan; crear registros comerciales y de profesionales para que los frescos no mientan y los honrados no tengan que legalizar títulos y escrituras todo el tiempo; normar la designación de cargos públicos para que no sean coto de un par de familias; normar los conflictos de interés para que ningún funcionario público o privado use su información privilegiada; liberalizar la comercialización de electricidad para que sea más barata y no ocurran crisis de abastecimiento; modernizar los Conservadores de Bienes Raíces para que compitan y den buen servicio; arreglar los Tribunales de Familia para que no haya que esperar seis meses para la primera audiencia; modernizar Aduanas, para que retirar un libro no tome una mañana o haya que llegar hasta la Corte Suprema para pagar lo que corresponde; privatizar las empresas públicas o profesionalizar su administración para que no sean botín de partidos y sindicatos; etc., etc., etc.

¿Por qué no se aprovechan las oportunidades? Una razón es que no hay gobiernos más conservadores que los de la Concertación. Para ellos, toda oportunidad es un problema. Peor aun, muchos creen que es imposible volver a crecer rápido porque las mejoras incrementales de poco servirían. ¿Aprender de quienes hicieron las reformas durante los setenta y ochenta? ¡Pero hombre, si para crecer rápido en ese entonces bastaba con cosas tan simples como abrir una de las economías más cerradas del mundo, liberalizar o crear mercados desde cero, o terminar con apenas un siglo de déficits fiscales e inflaciones!

Pero no se trata sólo de inacción. Es de suponer que después de las chapucerías del Transantiago, los US$1.000 millones de dólares botados en ferrocarriles, el puente del Chacao o los desvíos de Chiledeportes empezaremos, al menos, a preguntarnos si acaso la imagen de perfección que nos pintaba la maquinaria comunicacional del gobierno del Presidente Lagos no era una cortina de humo. Porque quien hubiera mirado detrás de la cortina entonces se habría dado cuenta de que las políticas públicas son regularmente mal diseñadas, peor ejecutadas y sus resultados rara vez evaluados (hasta ahora se han evaluado alrededor de una docena de programas, alrededor del 1% del gasto; y el primer programa evaluado fue Chiledeportes en 2001).

Esto no es casualidad porque a la mayoría de los cargos públicos no llegan los mejores. Por ejemplo, según propia confesión el personaje a cargo de los 1.000 millones de ferrocarriles no sabía de trenes. Y las empresas públicas están a cargo de un cirujano quien dijo ante el Congreso con todo desparpajo que lo de ferrocarriles no tenía nada de extraordinario, porque desde Balmaceda se han utilizado con fines políticos. El problema es general. Según el semanario inglés The Economist, el grupo de asesores más influyente de este gobierno es hermético y “of no great ability” (eufemismo británico para “incompetente”). Y el ex Presidente Frei llamó a gastarse los 20 ó 30 mil millones del cobre para no dejárselos a la derecha.

Las circunstancias actuales serían óptimas para una oposición inteligente. Pero los políticos de derecha sólo saben quejarse, profetizar “estallidos sociales” y perder elecciones (un amigo mío dice que las metidas de pata de la derecha jamás sorprenden pero siempre asombran). Peor aun, buena parte de la derecha pareciera empeñada en no presentar candidatos creíbles y atractivos para los votantes de centro. Por eso, aunque les bastaría con atraer a poco más del 5% de los votos, un cambio de gobierno se ve lejano. La falta de competencia potencia a los dinosaurios y extremistas dentro de la Concertación y les da vía libre para imponernos políticas ideologizadas pero, sobre todo, torpes. Y si agenda de uno y otro lado es dominada por extremos ¿cabe alguna duda de que nuestra oportunidad histórica terminará con un desastre?

Alexander Galetovic es profesor en la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad de Los Andes e investigador del Centro de Estudios Públicos.