Diarios regionales
Opinión
Sociedad

Kafka, un provinciano hambriento

Joaquín Trujillo S..

Kafka, un provinciano hambriento

Los personajes de Kafka heredaron la visión de los provincianos ante las monumentales puertas de las ciudades capitales y sus justicias a medias.

Un siglo sin Kafka son cien años de un escritor que hizo de la escritura una experiencia arcaica y, por eso, más auténtica.

Kafka se entregó a una imaginación de mundos reales a la vez que inverosímiles. No mágicos ni fantásticos, tampoco falsificados. Transitaron por sus cuentos, relatos y novelas los tipos humanos de su tiempo, los distintos oficios, aparecieron los claustrofóbicos espacios familiares y los grandes en los que ha quedado atrapado el individuo intentando cruzar las puertas que le han sido reservadas, sin éxito.

Su lectura del escritor alemán Heinrich von Kleist, muerto, a su vez, cien años antes que él, orientó buena parte de su literatura. La novela corta “Michael Kohlhaas” de Kleist, es la historia de un criador de caballos víctima de un vulgar señor feudal local. La trama, basada en un caso real del siglo XVI, sigue con los intentos del criador para que el señor le restituya en su calidad original los dos caballos que le dejó en prenda, convertidos en jamelgos a causa de los duros trabajos del campo. Como el caballero tiene contactos a alto nivel, las demandas del criador quedan sin resolver. Escandalizado ante la desfachatez de los corruptos tribunales, el criador decide tomarse la justicia por su mano. Quema el castillo del señor infractor y lo persigue de ciudad en ciudad, y las reduce a cenizas cuando sus habitantes no logran entregárselo. A instancias de Martin Lutero, el criador depone las armas y se acuerda un juicio justo. En aquel, el caballero es condenado a restituir los caballos en su estado original mientras que su fustigador, a muerte. En el patíbulo, lee ante el pueblo la profecía sobre el principado de Sajonia que una gitana había escrito en un papel, y a continuación se lo introduce en la boca y se lo traga.

Kafka leyó esta novela ante los asistentes al centro cultural Toynbee, en Praga, sin recibir mayor atención. En cierto sentido, dos de sus novelas más importantes, “El proceso” y “El castillo”, establecen un diálogo intenso, secreto, y a veces no tanto, con la novela de Kleist. El gran punto podría resumirse en lo siguiente: ¿Qué pide quien busca justicia? No está dispuesto a salidas alternativas, a consolarse con falsas puertas. Quiere la única que le sirve y que, sin embargo, casi siempre, se le niega. La justicia absoluta no está disponible.

De manera similar se comporta el personaje del cuento “El artista del hambre”, fenómeno, atracción de circo cuyo espectáculo es no comer nada. El público lo mira expectante, hasta que después de mucho tiempo se aburre de él y se entretiene ahora admirando a una pantera.

Consultado acerca de por qué no comía, el artista responde que nada de lo que se le ofreció le apetecía. Porque para el genuino hambriento no cualquier cosa sirve de alimento. Así también el de la justicia.

Los personajes de Kafka heredaron la visión de los provincianos ante las monumentales puertas de las ciudades capitales y sus justicias a medias. El mismo Kafka fue el súbdito marginal de un imperio, el Austro-Húngaro, que se disolvió, esfumándose del mapa europeo. Kafka, sin embargo, permaneció.