Es por ello que ahora, la carga de la prueba está también (quizás principalmente) en los partidos de derecha e izquierda que, desde un principio, se han comprometido con una nueva Constitución.
Algunos han sostenido que ahora que Republicanos es mayoría, entonces adoptará una actitud “republicana”. Señalan que el que la ciudadanía les haya dado la conducción del proceso constitucional los obliga a tener una “mirada de país” y a negociar un texto que concite amplio acuerdo, incluyendo a todos en la comunidad política que tal texto simbolice. Es decir, Republicanos debiera dar muestras de solvencia y gobernabilidad. Esta sería su oportunidad para asumir un liderazgo que no excluya a quienes antes los excluyeron. En definitiva, Republicanos no solo tendría que colaborar a la redacción de “una que nos una”, sino que sentarse a escribir la síntesis dialéctica de todas las diferencias políticas. La carga de la prueba se habría desplazado a ellos.
Para esto tendrían varios incentivos. El de Kast sería la campaña presidencial de 2025; el del partido, en general, las municipales del 2024 y el de los consejeros, en particular, el de ser exitosos y pasar a la historia en un empeño en el que la izquierda fracasó. El problema es que para las presidenciales faltan “siglos” en tiempo político. Muchas cosas pueden acontecer entremedio, como por ejemplo la irrupción explosiva de alguno de los doce partidos en formación que hay en Servel. Si el PDG se destapó en las parlamentarias de 2021, ¿por qué no podría hacerlo en el futuro el Partido Sentido Común o Fuerza de la Muchedumbre, dos colectividades en proceso de creación? Si hemos pasado del 78% en el apruebo de entrada al 62% del rechazo de salida en dos años, entonces hay más cosas entre el cielo y la tierra de las que soñamos.
El Partido Republicano ha triunfado democráticamente en las elecciones del Consejo. De eso no cabe duda. Sin embargo, lo que han expresado varios de sus consejeros denota una desafección con el proceso constitucional actual. No es extraño. No participaron del Acuerdo por Chile, como sí lo hizo Chile Seguro y Unidad para Chile. En la campaña, su motivación estuvo enfocada en los problemas de seguridad antes que en la resolución del tema constitucional y, en segundo lugar, su motivación se asoció a la contención del giro a la izquierda que mostró la Convención. Con estas ideas ganaron. Entonces, ¿solo porque ganaron ahora habría que esperar que renuncien a ellas y se transformen en líderes de la próxima unidad constitucional? Con débiles incentivos para hacer otra cosa, el partido tendría que olvidarse de sus votantes y hacer justamente lo contrario de lo que hicieron para obtener su mayor éxito electoral desde que existen. Esto es improbable.
Hay algo de comodidad intelectual y política en trasladar la carga de la prueba completamente a Republicanos y prácticamente eximir de ella a las fuerzas que sí impulsaron el Acuerdo por Chile, lo negociaron, le dieron forma y principios en las doce bases y lo firmaron. Chile Seguro y Unidad para Chile también fueron favorecidos por sus electores justamente por hacer eso. La UDI, RN y Evópoli pagaron un precio electoral alto al buscar mantener abierto el proceso constituyente e intentar cerrarlo con una nueva Constitución. La vigente, le sigue penando a una generación ya distanciada del pasado. No terminar la tarea sería un fracaso.
Por su parte, el socialismo y el Frente Amplio han reivindicado las doce bases, y si bien el Partido Comunista ha abierto la posibilidad de rechazo en diciembre, lo que pase en el Consejo también dependerá de su capacidad de negociación. Más allá de no querer ser funcionales a un texto con influencia de Republicanos, y a costa de dejar el capítulo constitucional abierto, muchos saben en la izquierda –como lo ha dicho la ministra Orellana– que una Constitución hecha en democracia tiene un valor en sí mismo. Esta ha sido su bandera de lucha por casi un cuarto de siglo. Bajar los brazos justo cuando arranca el nuevo proceso y renunciar a su capacidad de persuasión en la deliberación que viene, sería un error que lamentar.
Es por ello que ahora, la carga de la prueba está también (quizás principalmente) en los partidos de derecha e izquierda que, desde un principio, se han comprometido con una nueva Constitución. Ese es su mandato, el símbolo de confianza de sus electores.