El Mercurio, 25 de mayo de 2018
Opinión

La conciencia suplantada

David Gallagher.

En el colegio aprendí que los sacerdotes en su mayoría son seres humanos excelentes pero imperfectos, además de vivir tiranizados por la porfiada e innecesaria prohibición de casarse.

La carta del Papa a los obispos nos ha dejado pensativos. A mí me ha llevado a acordarme del colegio benedictino en que estuve en Inglaterra.

Una vez un monje fue pillado jugando rugby con algunos de los alumnos. El problema era que no estaban en una cancha, sino en un aula, era medianoche, y el monje les había dispendiado ingentes cantidades de alcohol. Los benedictinos administraban unas parroquias lejanas, creo que en Liverpool y Gales. El monje rugbista fue enviado a una de ellas y no supimos más de él.

Todos nos enteramos de este caso, pero otras veces, algún monje simplemente desaparecía. No nos decían por qué. Suponíamos que lo habían mandado a alguna de esas parroquias por algún desmán menos ruidoso. Nada de esto nos hacía renegar de nuestro colegio, en que aprendíamos mucho y lo pasábamos bien. Tal vez era porque los monjes eran humildes. No practicaban lo que el Papa -psicoanalizado, como buen argentino- llama «espiritualidad narcisista». No padecían de la «psicología de élite» que el Papa critica. No pretendían -lo sigo citando – «suplantar la conciencia de los fieles olvidando la enseñanza conciliar que nos recuerda que ‘la conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella’ «.

En el colegio aprendí que los sacerdotes en su mayoría son seres humanos excelentes pero imperfectos, además de vivir tiranizados por la porfiada e innecesaria prohibición de casarse. Con mis compañeros los queríamos, pero con ese sano y cariñoso escepticismo que se da entre gente que no se cree perfecta. Alentados por los mismos monjes, aprendimos a valorar nuestra propia conciencia por sobre cualquier intento de suplantarla.

En esa época los ocasionales desmanes sacerdotales existían en todo el mundo, igual que ahora, pero se conocían poco y se discutían menos. Era normal mandar a las ovejas negras a otra parroquia. Era normal en Inglaterra y en cualquier otro país. Hoy los parámetros han cambiado. En los últimos diez años, ese mismo colegio ha estado en los diarios por casos de pedofilia. La diferencia es que ahora los desmanes ni se esconden ni se toleran, tanto que en 2012 un monje fue condenado a cinco años de prisión.

Con todo, me parece que la iglesia católica se ha desprestigiado menos en Inglaterra por casos de este tipo que en Chile y me pregunto por qué. Intuyo que es porque en un país donde es minoritaria, la iglesia está obligada a ser humilde. Le favorece la sana competencia, y simplemente no le nace esa «psicología de élite», para no decir prepotencia, que ha exhibido la iglesia en países como Chile, en que ha tenido poco contrapeso espiritual. En eso Chile se parece mucho a Irlanda, o a la España de Franco, países en que la iglesia se empeñó demasiadas veces en subyugar espiritualmente a los fieles. Al hacerlo se concentró, además, en temas de moral sexual y reproductiva cuando la conciencia de cualquier ser humano le dice que también hay otros temas morales; pecados más graves que aquellos, como el divorcio, que la iglesia condenaba con tanta severidad. Para qué hablar de que algunos sacerdotes incurrieran en pecados sexuales aún más graves que los que tanto condenaban.

Me parece que la baja tasa de aprobación de la iglesia en Chile se debe casi más a su ejercicio excesivo de poder que a los desmanes sexuales de algunos de sus sacerdotes. O que por último se debe a la combinación de las dos cosas. Creo que pasó lo mismo en Irlanda o España. De allí que es bienvenido el llamado del Papa a sus obispos a ser humildes y no creerse Dios. «La conciencia consciente de sus límites y pecados», les dice, «la hace vivir alerta ante la tentación de suplantar a su Señor».