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“La democracia chilena está en peligro”

Joaquín Fermandois.

“La democracia chilena está en peligro”

Entrevista al historiador, Joaquín Fermandois

Joaquín Fermandois, en La Democracia en Chile. Trayectoria de Sísifo, reflexiona sobre su ejercicio en una coyuntura preñada de desafíos. “Para que exista” – la democracia – “debe haber un consenso ojalá tácito de sus condiciones, que ahora se ha desdibujado”.

En medio de la compleja coyuntura que vive Chile, azotado por la pandemia y la crisis social y política, Joaquín Fermandois acaba de publicar La Democracia en Chile. Trayectoria de Sísifo (Ediciones UC /CEP 2021). La publicación profundiza sobre la historia de la democracia en Chile y la suma de esfuerzos tendientes a construir un Estado de derecho moderno, cuyo desarrollo económico nos encamine efectivamente a la igualdad de oportunidades. La democracia es descrita en estas páginas, como una alegoría de aquella condición humana propia del mito de Sísifo, condenado a ver la constante aniquilación de sus esfuerzos, pero sin despojarse nunca de su capacidad de mejorar su condición y auscultar de paso el sentido de la existencia.

Joaquín, tras el estallido social del 2019 señaló que la democracia chilena estaba en peligro. ¿Lo sigue estando todavía?

La democracia en sí misma es manejo de crisis, que le es propio a la sociedad humana. Lo que sucede con el advenimiento de la democracia, es que esto se hace autoconsciente, y por lo mismo puede existir la tentación de exacerbarla. No cabe duda de que con el estallido se transitó de una crisis recurrente, casi cotidiana, a una crisis existencial de la democracia. Sí, la democracia chilena está en peligro, ya que para que exista debe haber un consenso ojalá tácito de sus condiciones, que ahora se ha desdibujado.

¿Cómo surge la democracia en Chile?

Como lo anotó tempranamente Simón Bolívar, Chile parecía ser el mejor ejemplo de un desarrollo democrático, y en cierta manera lo fue, aunque experimentando con extraña regularidad crisis graves cada aproximadamente 40 años. En esto último, se asemeja a la fatalidad del mundo político latinoamericano. Hubo tempranamente un sistema institucional que funcionó. En Chile la institucionalización precedió a la movilización, al menos desde1830. El sistema portaliano le dio la marcha a una protodemocracia que crece en el siglo XIX, en términos políticos no muy diferente a lo que sucedía en gran parte de Europa, y con mayor paz y procedimientos institucionales crecientemente competitivos al menos al interior de la clase política, en comparación a América Latina.  Se la ha clasificado como “democracia oligárquica”, pero “oligarquía” no es una categoría cerrada, no para el caso chileno.

Parece que la democracia cae, una y otra vez…

Como decía, la democracia es el manejo de crisis con mayor autoconciencia que en otros sistemas. Por ello, al menos en las apariencias, es más propensa a las crisis. En Chile lo extraño es que cuando hay períodos de estabilidad, era vista mayoritariamente como un sistema ejemplar, comparado con el continente, añadiría que con no pocos países europeos. Eso sí, la crisis del período 1924-1932 fue poco violenta, con la excepción del año 1931. La guerra civil de 1891 ha sido el episodio más violento de la historia republicana, medido en víctimas fatales (en lo básico, en dos grandes batallas militares). ¿Por qué advinieron las crisis? Falta de madurez. Los problemas políticos de las sociedades humanas no surgen primariamente de factores “objetivos”, materiales, sino que son resultado de ofuscaciones mentales.

CHILE, UNA MODERNIZACIÓN INCOMPLETA

Joaquín Fermandois Huerta (Viña del Mar, 1948) es licenciado en historia por la Universidad Católica de Valparaíso. Doctor en historia por la Universidad de Sevilla. Se ha especializado en relaciones internacionales y en historia contemporánea. Actualmente es docente en la Universidad San Sebastián y en la Pontificia Universidad Católica de Chile. Presidente de la Academia Chilena de la Historia, es además, columnista de El Mercurio de Santiago.  Entre sus libros destacamos: La noción del totalitarismo (1979), Abismo y cimiento. Gustavo Ross y las relaciones entre Chile y Estados Unidos 1932 – 1938 (Ediciones UC, 1997), Mundo y fin de mundo. Chile en la política mundial 1900 – 2004 (Ediciones UC, 2005) y La revolución inconclusa. La izquierda chilena y el gobierno de la Unidad Popular (2013). Joaquín Fermandois está considerado uno de los intelectuales políticos más influyentes de Chile.

Joaquín, ¿qué llevó a la sociedad chilena al estallido del 2019? A usted no le convence la desigualdad existente en el país.

Expresado así, que principalmente la desigualdad originó el estallido, como una suerte de causalidad como ley, es redondamente falsa. Hay muchos países donde la desigualdad -tengo entendido que nada menos que China entre tantos- es mucho mayor y son una taza de leche. Eso sí, hay que tener en cuenta que las sociedades humanas son inherentemente inestables, cambiantes. Mantengo lo sostenido, que la mejoría material sustancial, que aproxima a los grupos sociales, exacerba la percepción de las diferencias y hace más insoportables las falencias que a 45 años del inicio de transformaciones sistemáticas, han cambiado para bien muchos aspectos del país, pero no han hecho de este uno que podamos llamar legítimamente “desarrollado”, a pesar de que no es nada de mal ejemplo en nuestra América.

¿Cuál sería la razón?

Con los riesgos de cualquier generalización, podría decir que la sociedad chilena, teniendo en cuenta lo respondido en la pregunta anterior, no resistió el shock cultural de la modernización incompleta. Adquirimos el frenesí de lo moderno, pero no su sustancia, esta bien inestable por lo demás, incluso en los países que nos sirven de metro. Una causa concomitante podría ser que resurgió una voluntad antisistema, herencia de un país como Chile, donde la polaridad ideológica ha sido más radical que en otras partes de América, desde el nacimiento de la izquierda antisistema a fines del XIX. No fue algo consciente, planificado; me parece que estaba anidada en una especie de preconciencia colectiva; ayuda como parte de este fenómeno en el Chile actual la extensión de la contracultura, aunque es un hecho fuerte en tantas partes del mundo.

PROCESO CONSTITUYENTE

¿Cómo aprecia el proceso constituyente que vive en el país?

Lo he expresado como aquella fiesta infantil de niños en una pastelería con chipe libre; o como un carnaval adolescente. En estas semanas ha ido derivando a ser dominados por mentalidad de sindicato con sus pliegos respectivos. Ha demostrado que pretende ser a lo menos un poder del Estado; a lo más el corazón del poder. Puede que derive en Convención Constituyente, que es a lo que se la convocó. Lo probable que es que surja una constitución estilo derecho universales, propia a los populismos. La parte creativa de la Constitución de 1980, realzada por las reformas de 1989 y el 2005, provenían de lo que alguien la llamó una Constitución tramposa. Puede ser. Yo prefería llamarla una constitución autodisciplinada, con sus ventajas, como en general lo demostraron los famosos 30 años. Tenía el problema o pecado capital del origen. La que surja de la Convención -supongo que lo hará, por el ritmo de bailoteo con que se inició uno tiene su cuota de escepticismo- será una Constitución embaucadora, que ofrece lo que no puede dar. Veo poco probable que se de a luz una constitución homologable a aquellas de las democracias consolidadas.

¿Cómo alcanzar acuerdos?

Buscando un mínimo común denominador entre una mayoría razonable, que a su vez se oponga a las pretensiones más extremas, alcanzando los dos tercios. Baja probabilidad.

¿Se espera demasiado de una eventual nueva constitución?

Desde el estallido, una sólida mayoría del país se aferró cual talismán a la idea de que la constitución no solo era u método de pacificación (el Acuerdo del 15 de noviembre en cierta medida lo fue), sino que ella iba a solucionar los problemas existenciales, materiales y cotidianos de la gente. Es un fenómeno digno de los estudiosos de la sociedad de masas, o de pervivencia de la fe tradicional transferida a instrumentos seculares, se supone racionales. Quizás ha comenzado a crecer un contrasentimiento de escepticismo, pero si es así, solo está asomando con timidez. Va a ser la Constitución N° 253 de la historia de América Latina. Para llorar a gritos.

¿Es equivocado pensar que una nueva constitución es una refundación del país?

Parte del Carnaval es el sentimiento de autosatisfacción moral de participar en la refundación del país, con todo tipo de proyectos. El problema es que no hay ánimo de filtrar, sino que de agregar, cualquier ocurrencia”.

¿No era mejor reformular la Constitución vigente?

“Es lo que siempre he pensado, desde que alcancé cierta madurez digo. Lo mismo en 1973 o 1980. A una democracia le es propio afrontar la forma y reforma constante de procedimientos y renovación de instituciones. La creación de instituciones casi siempre es una ilusión, de jugar a ser un demiurgo o menos, un encantador de serpientes. A todos se nos fue haber transformando la reforma del 2005 en algo más vasto y convocado un plebiscito para aprobarlo. Ahora es llorar sobre leche derramada. El ideal, sé que casi inalcanzable, es que la nueva constitución no sea ni más ni menos que una reforma de toda la experiencia constitucional de la historia de la república. Al decir esto temo estar yo mismo cayendo en una utopía.

¿La clase política está a la altura de los desafíos?

No lo ha estado. Ahí radica la tragedia de la democracia chilena -y de cualquiera, casi siempre- ya que es el corazón que permite funcionar al sistema. Se supone que no debe caer en la ley de hierro de las oligarquías, es decir, debe renovarse, saber transmitir mensaje y oportunidades a nuevas generaciones.

Usted vivió la profunda crisis de 1973. ¿Qué la diferencia y asemeja a la que vivimos ahora?

La grieta ideológica es la misma, pero evolucionada hacia la sociedad del espectáculo y de muy alto consumo en prácticamente todos los sectores sociales, más casi dos millones de inmigrantes. La polaridad marxismo/antimarxismo se ha hecho más borrosa y reemplazada, a riesgo de decir lo que tanto se repite (me carga como principio), por una entre populismo vs el camino pedregoso a una democracia madura. El marxismo sobrevive con fuerza, aunque transformado en el mundo intelectual y académico a lo largo de muchas partes del globo (ironía, más en democracias que en sistemas autoritarios); en términos políticos, solo lo hace en América Latina, con sus nuevas vestimentas. En esa estamos.

¿Seremos capaces de transformar el Chile desigual que nos acompaña históricamente?

Me parece que el tema de la desigualdad está desfigurado. Los humanos somos iguales y desiguales a la vez. Es su riqueza y muchas veces su problema. De ahí no se sale jamás; el asunto es cómo estar a la altura de ideales civilizatorios propios de nuestra época. Los sistemas colectivistas -la única experiencia moderna de alternativa que tenemos- crea una desigualdad de poder horrenda, aunque camuflada. Lo que ofrece el desarrollo económico y social producto de la economía moderna -si se quiere, el denostado capitalismo, palabra que escasamente empleo- es que junto con la diversidad social se crea un mundo social en donde la gran mayoría o la casi totalidad de la sociedad vive una vida de estilo de clase media, con costumbres democráticas en el trato, lo que tanto subrayó Alexis de Tocqueville; y que exista un mínimo material para toda la población. Para ello se debe ser perseverante en las transformaciones que acompañan al crecimiento de la economía, pero sin entrabar a esta, una práctica poco popular en nuestra América.