www.T13.cl/blog, 2 de febrero de 2015
Opinión

La dolce vita

Raphael Bergoeing Vela.

Vacaciones al fin: el momento preciso para escribir sobre ocio. Y es que hoy, no es fácil parar. De hecho, muchos esperan el regreso de las vacaciones para tomarse vacaciones.

Etimológicamente ocio es estudio, escuela, paz, liberación; y también pereza, lentitud, inactividad, indecisión. Porque entre el ocio y su negación, el negocio, hay tensión y afinidad.

Aristóteles usa scholés –griego para ocio– para referirse a “estar liberado”. En griego, el verbo scholázein tiene la doble acepción de “estar liberado de” y “estar liberado para”. Séneca lo aclara: “En ocio el hombre puede alcanzar su fin propio, la felicidad intelectual, pero también, si permanece inerte, el peor de los estados.” Nietzsche va más allá al sostener que quien no dispone de las tres cuartas partes de su tiempo para sí mismo es un esclavo.

Y nos estamos liberando: las horas trabajadas han caído significativamente durante el último siglo. En Inglaterra, hacia 1800, se trabajaba 4000 horas anuales. Esto es 15 horas diarias, de lunes a sábado; el domingo, después de una larga misa, quedaban algunas horas para descansar y recuperar fuerzas, solo para volver a empezar.

Pero en 1848 surge la jornada laboral diaria de 12 horas en Francia; y veinte años más tarde, durante la Guerra Civil norteamericana, en Baltimore se propone por primera vez la jornada diaria de 8 horas, común en la actualidad. Finalmente, en 1944, la Declaración de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas plasma el derecho al tiempo libre.

Por otro lado, Francia, que redujo su jornada laboral semanal desde 40 a 35 horas en 2000, hoy está debatiendo si volver atrás. Y en Chile, preocupan la poca participación laboral femenina y juvenil. En estos casos domina la preocupación por el crecimiento económico.

En el ámbito familiar es igual. Hay quienes no están dispuestos a trabajar menos si eso les impide comprar una casa más grande, aunque raramente tengan tiempo para estar en ella.

La caída en el tiempo formal destinado al trabajo se explica por preferencias, avances tecnológicos y políticas. Por ejemplo, a comienzos del siglo XX una persona en Estados Unidos ocupaba 44 horas semanales limpiando y preparando comida en su casa. Hoy, sólo usa 5,5 horas para ello.

Pero es la política pública la que explica la mayor parte de la caída en las horas trabajadas. Con la revolución industrial y la masificación de la tecnología, millones quedaron desocupados. Los países desarrollados, intentado atenuar el costo de la mano de obra, decidieron reducir la jornada laboral.

Trabajando menos se gana menos, pero se trabaja. Algo similar ha ocurrido en Europa desde los años 70. Con campañas públicas que legitiman el ocio, las autoridades han intentado evitar el despido de muchos.

Así, en 1970 los europeos y norteamericanos trabajaban anualmente cerca de 2.000 horas per cápita. Hoy, las horas trabajadas en Europa son bastante menos que en Estados Unidos. Allí, un 70% de la población en edad de trabajar lo hace, las horas semanales alcanzan a 40 y las semanas trabajadas por año a 46. Pero en Francia, por ejemplo, un 63% trabaja, 36 horas a la semana y durante sólo 40 semanas al año.

Con más tiempo libre disponible, el ocio se transformó en negocio. Al iniciarse el siglo XX las actividades puramente recreativas comenzaron a ocupar un lugar preponderante en la vida de las personas.

Henry Ford, quien no fue conocido precisamente por sus motivaciones filantrópicas, lo tenía claro. Su fábrica fue la primera en instaurar el fin de semana de dos días libres. Mientras más tiempo libre tengamos, pensó, habrá más demanda por mis automóviles.

Un comentario final: en la actualidad es usual poder decidir cuándo, cuánto y desde dónde trabajar. La separación entre trabajo y hogar está desapareciendo.

Los teléfonos inteligentes no son los únicos responsables. La sociedad capitalista ha exacerbado la búsqueda de riqueza material, promoviendo una competencia desenfrenada. Sí, hoy hay más tiempo para la dolce vita, pero hoy, también, muchos, en vez de trabajar para vivir, viven para trabajar.