La Tercera
Opinión
Sociedad

La era del rayo

Joaquín Trujillo S..

La era del rayo

Bien nos haría estudiar a las figuras que en cada uno de estos momentos entendieron las evitables tendencias de la historia (…) Con todo, pareciera haber dilapidadores de lo ajeno que necesitan echar mano a esos capitales, acumulados durante los ciclos, y derrocharlos.

Principios del 1700. En lo que hoy es Italia, muchos pensadores se suman en manada a las dudas indudables de Descartes. Un profesor de retórica en la Universidad de Nápoles va contra la corriente. Prefiere indagar en las supuestas mentiras que lograr las reputadas verdades, dejarse de trazar curvas sobre una plana irrealidad. Quiere revisar las hebras que nos tensan y arraigan en los misterios de la historia. Sus ideas fueron farragosas, pero iluminaron. Una de ellas es la de los tiempos cíclicos del mundo.

Su nombre: Giambattista Vico, el autor de la tesis según la cual la historia se comporta así: primero, la era de los dioses; los seres humanos temen al rayo y se ocultan en cavernas. Segundo, el tiempo de los héroes; la humanidad cultiva y cosecha, levanta gobiernos, hace guerras. Tercero, el de los hombres; surgen la libertad y la igualdad. Es en esta alta etapa donde suele irse a pique el desarrollo logrado. Entonces volvemos a una nueva era de dioses, en la que tememos que cualquier día nos parta una luz caída del cielo. Quienes viven estas épocas siempre creen que ellas son inéditas, actitud soberbia que Vico llama “la vanidad de las naciones”.

¿Cuáles serán en Chile nuestras propias eras y vanidades? Tal vez seguimos el siguiente orden: primero, nos gobiernan las armas, tememos su autoridad, sus arbitrariedades, sus rayos. Luego, en un segundo momento, alcanzamos una era civil en la que, poco a poco, reforzamos instituciones, propagamos burocracias. Y en una tercera aumentan las expectativas, nos crispamos, desatamos, gritamos toda la verdad (o algo de ella) y terminamos en tal incivilidad que, pese a todas las advertencias, cuando menos nos lo esperábamos, resurgen las nostalgias de la mano dura, las noches seguras en las que podía caer un rayo -creemos- solo a los malos de la película.

De jefes militares pasamos a Manuel Montt en el siglo XIX, al segundo Arturo Alessandri, y a Patricio Aylwin en el siglo XX. De estos líderes civiles a Balmaceda, a Allende y quién sabe, respectivamente. Está por verse.

Bien nos haría estudiar a las figuras que en cada uno de estos momentos entendieron las evitables tendencias de la historia. ¿El macizo Antonio Varas, en el primer caso, Pedro Aguirre, en el segundo? ¿Y en el tercero?

Con todo, pareciera haber dilapidadores de lo ajeno que necesitan echar mano a esos capitales, acumulados durante los ciclos, y derrocharlos.

Los irresponsables de la era incivil nos legarán un mundo muy difícil, uno en el que ocurrirá una de dos: se prolongará en una decadencia irritante o bien se cortará, y como reclama la cueca: ¡vuelta! Ninguna opción es buena. Y, mientras tanto, “la vanidad de las naciones” jurará que todo es nuevo bajo el sol o. lo que es peor aún, que los “malos” siempre ganan porque sí. Como si la historia no tuviera sus títeres.

Pero… el solitario maestro napolitano predicó además que, si nos estudiamos bien, podemos hacernos más dueños de nosotros mismos. Esta parte me gusta.