El Mercurio, 31 de marzo de 2013
Opinión

La lucha contra la desigualdad

Sergio Urzúa.

Tan esperado como la fecha de su arribo, era el tema que la ex Presidenta Bachelet impulsaría durante los primeros días en Chile. Su elección estuvo alineada con las expectativas: habló de desigualdad. Así, la ex Presidenta planteó la necesidad de «reformas profundas» para aliviar «el malestar ciudadano» que, en su visión, es un resultado directo de la desigualdad. Y si bien es aún temprano, ojalá pronto sepamos cuáles serán estas reformas y, quizás lo más importante, qué entiende ella por un «Chile más inclusivo».

Entretanto, y motivado por el debate -mejor dicho, por la ausencia del mismo-, algunas consideraciones en la materia.

El problema de la desigualdad no es un patrimonio de un determinado conglomerado político, es un problema del país. En este sentido, es importante reconocer los avances realizados durante las ultimas décadas, que a veces son convenientemente olvidados por quienes postulan visiones autoflagelantes y extremas. Si bien queda mucho por hacer, el éxito en materia de reducción de la pobreza es indesmentible. Por otra parte, en materia de desigualdad de ingresos, nuestros logros no han sido tan llamativos, pero sí han existido, particularmente cuando se analiza el impacto de la red de protección social implementada en los últimos 20 años.

Luego, hablar de desigualdad como un problema de ingresos es equivocado. En Chile, las brechas por nivel socioeconómico emergen tempranamente. De hecho, antes de los cinco años ya podemos apreciar diferencias en el desarrollo infantil en función del nivel socioeconómico de sus padres. Esto es más escandaloso que las brechas de ingresos observadas durante la adultez, pero los niños no votan ni marchan. El real problema de nuestra sociedad es la poca movilidad intergeneracional. En otras palabras, las brechas que emergen tempranamente se perpetúan en el tiempo. Así, quien nace pobre en Chile, con alta probabilidad muere pobre. Es esta condena la que debe revertirse.

Pero el debate de la desigualdad parece marchar con una dirección distinta. Hace algunas semanas escuché a un político cercano a la ex Presidenta decir en un acto público que el malestar por HidroAysén no había sido producto de las torres en la Patagonia, sino del hecho de que cada uno de los cables de HidroAysén haría más rico a alguien que ya era rico. En el fondo -argumentaba el personero-, el problema del proyecto era la desigualdad. Esta visión de los problemas de nuestro país debe evitarse a toda costa.

Reducir la desigualdad toma tiempo, requiere políticas públicas bien articuladas y una visión de largo plazo. Responder al supuesto malestar ciudadano, basado en relaciones de causalidad debatibles, parece poco prudente. Es de esperar que el desarrollo programático basado en el diálogo le permita a la ex Presidenta ir más allá de un eslogan y aterrizar en propuestas los desafíos que enfrenta nuestra sociedad.