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La nueva “cruzada verde” que une a empresarios y conservacionistas

Jorge Matetic.

La nueva “cruzada verde” que une a empresarios y conservacionistas

El próximo jueves, un grupo de empresarios, académicos y expertos iniciará un proceso para proponer una nueva institucionalidad que permita al Estado disponer de mayores recursos para “administrar y conservar el patrimonio ecológico chileno, y a los privados hacer su aporte”.

por Soledad Vial

Todavía se acuerda de ese día. Era apenas un niño. Se levantó temprano a pescar y cuando iba en la mitad del sendero lo vio, en frente suyo, sentado y mirándolo fijamente. Los dos mantuvieron la mirada, tranquilos, sin moverse ninguno, y todo quedó ahí. “Yo sabía que con los pumas no hay que correr”, afirma el empresario Jorge Matetic.

Ese contacto temprano con la naturaleza no lo abandonó más y hoy forma parte de sus negocios, que tienen un brazo agrícola importante. A Inchalam, la histórica industria de alambre de su familia, Matetic sumó la viña que puso su nombre en el valle de Casablanca, un gran fundo frutero en Los Ángeles y otro ganadero en Magallanes, al lado de las Torres del Paine y cerca de Punta Arenas, donde nació y recaló antes su padre al llegar de Croacia. Allí conviven ñandús, cóndores, armadillos, guanacos con una gran masa ganadera de ovejas, y una reserva natural de pumas salvajes para los que tiene varios proyectos.

Proyectos que tienen que ver con otra “empresa” que Matetic comenzará esta semana junto a empresarios como Eliodoro Matte, Max Ibáñez y Nicholas Davis, a un grupo transversal de expertos como Kristine Tompkins y Alexandra Petermann de Huilo Huilo, Francisca Tondreau de The Nature Conservancy, y los abogados Enrique Barros (CEP), Carolina Fuensalida, Valentina Durán (Espacio Público) y Jorge Canals (Chile 21), entre otros. La investigadora Sylvia Eyzaguirre será la secretaria ejecutiva de la nueva comisión sobre Conservación, Institucionalidad y Filantropía que nace al alero del CEP. Hasta ahora nadie ha rechazado su invitación —nos cuenta Jorge Matetic— a trabajar en una institucionalidad que permita más recursos al Estado para administrar y conservar el patrimonio ecológico chileno, y a los privados hacer su aporte.

La idea le rondaba hace tiempo. La tiró al ruedo hace seis meses, cuando dejó el consejo del CEP, y le llegó de vuelta… le pidieron que la echara a andar. “Y me pareció bien predicar con el ejemplo”, dice Matetic, “incluir a empresarios con interés en el tema, científicos que dieran su mirada técnica e instituciones a nivel mundial”. Además de la educación, donde su familia ha desarrollado proyectos, la conservación le ha interesado siempre. De chico, se acuerda levantándose temprano, tomando el caballo y andando todo el día por el campo. “Nos gusta mucho, tenemos apego a la tierra”, cuenta; “yo soy agrónomo, tengo un hijo agrónomo, una nuera agrónoma, un nieto que estudia agronomía, y veo que otros nietos también serán agrónomos”. En todos sus campos conviven conservación y producción. En la viña Matetic desarrolla una agricultura biodinámica para conservar el valle de Casablanca libre de pesticidas; y aunque el de Los Ángeles es full productivo, intentan mantenerlo lo más “prístino” posible.

De más grande, el expresidente de la USEC (Unión de Empresarios Cristianos) volvió a Punta Arenas y se maravilló con el paisaje, con su fauna, y fue sumando hectáreas a un fundo ganadero que hoy tiene más de 100 mil y también el complejo turístico Tierra Patagonia. “Nos hemos dado cuenta de cómo lo valoran los extranjeros, y todo eso me fue prendiendo las luces de la conservación, de que tenemos que ser inteligentes como país para cuidar y mantener lo que tenemos”. Son 18 millones de hectáreas de parques nacionales, las que hoy administra el Estado chileno, una de las masas más importantes del mundo. Pero suman más las hectáreas en manos de privados como San Carlos de Huinai de Enel, Tantauco del actual Presidente Sebastián Piñera, Futangue de Gabriel Ruiz-Tagle o el Parque Tricao de Eduardo Fernández León en Santo Domingo.

Por el camino conoció a Kristine, en una charla que la viuda del norteamericano Douglas Tompkins dio en el CEP. “Hicimos muy buenas migas y estuvimos en el parque que acaba de donar”, explica; “ha sido una suerte que se fijara en Chile, es un ejemplo de lo que hay que hacer para tener áreas naturales de clase mundial. Me sentí muy interpretado por su mirada, ella es conservacionista dura”.

—Y usted, ¿no es duro?

—No, yo no soy duro —se ríe—. En los parques de Tompkins no hay ni siquiera caballos, nosotros tratamos de mantener una actividad ganadera de ovejas con la fauna silvestre. Toda esa interacción de ecosistemas genera la productividad del suelo, el CO{-2} del aire, y cuando hablamos de conservacionismo es tratar de cuidar y mantener eso lo más prístino posible. Un gran tema han sido los pumas, y estamos desarrollando un proyecto que nos tiene muy entusiasmados.

Entonces el empresario acostumbrado a los alambres y la chatarra en AZA, otra de sus empresas, se explaya hablando de cómo buscan “empatizar” con los pumas para que la reserva donde habitan, junto a las Torres de Paine, pueda visitarse al estilo de un safari africano. Y es que estos leones de montaña eran los “delincuentes” del lugar, perseguidos por los perros ovejeros, hasta que ensayaron otra lógica para que “la gente que viene a ver los cóndores y los guanacos pueda también ver a los pumas en su hábitat”. Y asegura que los pumas saben que pueden comerse una oveja, un guanaco, pero no atacan a las personas si no se sienten atacados. Lo han comprobado los trackers, empleados del parque que los visitan todos los días y que se están comenzando a ganar su confianza.

“El desarrollo económico no puede ser absolutista”

“El CEP es un buen lugar para instalar esto”, dice, cuando volvemos a la nueva comisión que lanza este jueves. “Es un lugar de encuentro de personas estudiosas para ir generando políticas públicas consensuadas y de largo plazo”. Y lo que quiere, en un plazo de dos años, es proponer una institucionalidad pública para el conservacionismo —“porque hoy en Chile hay como una melcocha de instituciones que se dividen este tema”— que apoye y estimule la acción de privados, “con políticas de país inteligente respecto a sus recursos naturales y que tiene ecosistemas increíbles”.

Hoy el Estado chileno gasta unos dos dólares por hectárea al año y los países desarrollados, entre ocho y diez dólares. Apuestan a sumar donaciones y filantropía privadas como el sistema que existe en Estados Unidos, creado hace 100 años en época de Teodoro Roosevelt.

—¿Qué sentido tiene para un privado, para un empresario como usted, conservar grandes territorios que podrían destinarse a producir?

—Desde chico me enseñaron que uno tiene que dejar este mundo mejor que como lo recibió. Tenemos un compromiso con las generaciones posteriores y lo que ha estado pasando apunta un poco en sentido contrario; hemos hecho cosas y sus efectos aparentemente no son tan buenos. Por lo pronto, tratemos de mantener aquellas áreas que todavía tienen un estatus más prístino y no romper sus ecosistemas.

—¿Qué rol le cabe al Estado y cuál a los privados?

—El Estado tiene un rol medio subsidiario y los privados también tenemos obligaciones. El nuevo Servicio Nacional de Biodiversidad va a ayudar bastante, y queremos proponer una legislación que valore estos proyectos, que dé algún incentivo en lo tributario si uno quiere donar tierras.

—¿Eso significa abrir todos esos parques al público?

—Obviamente, conservar debe ser compartido, y habrá que ver la mejor forma. No es la idea pedir aportes al Estado, al revés, es cómo podemos colaborar para desarrollar el conservacionismo, que no se penalice, que se pueda invertir sin que le saquen una tajada para otra cosa. Si miramos el mapa, el 70% de los parques está en el sur y el 30% en el norte. Chile tiene ecosistemas muy distintos y no todos tienen que ser parques de miles de hectáreas, pueden ser áreas chicas. Los ingleses tienen parques en el centro de Londres que no tocan, aunque muchos tengan hasta zarzamoras.

—Al final, ¿qué buscan?, ¿dejar un legado, trascender como otras fundaciones empresariales chilenas?

—Sí, hay muy buenas fundaciones, como la López Pérez que se dedica al cáncer. La conservación de la naturaleza es algo más nuevo y si alguien quiere dejar este legado, nuestro deseo es que pueda hacerlo. Un parque genera turismo, una actividad económica importante, desarrollo; esto no es para dejarlos cerrados, que nadie sepa y hacer solo conservacionismo. Yo tengo una mirada social.

“Un modelo es el de los Tompkins, que han creado parques y que los han donado al Estado para que los administre y preserve en el tiempo. Otro son las reservas privadas, pero que sean compartidas con todos y se genere conciencia nacional de que esto se cuida y se valora”.

—¿Cuáles son los grandes cuellos de botella para institucionalizar esto en Chile?

—Lo primero es poner en papel qué entendemos por conservación desde el punto de vista social y de país, qué es lo que nos interesa defender y promover, porque para pedir un régimen especial deben cumplirse ciertos objetivos sociales.

—¿Y no puede verse como oportunismo de subirse a una causa de moda, popular, porque tradicionalmente desarrollo y medio ambiente se han enfrentado?

—Van de la mano, el desarrollo económico no puede ser absolutista, si no termina en la Edad de Piedra. Son temas que han ido cambiando, la gente valora estos espacios. Hace cien años se valoraba la luz eléctrica, las autopistas, cosas que hoy son mucho más asequibles para todos. Cuando vienen japoneses a nuestros hoteles, no quieren ningún tour, quieren salir solos, pararse en medio de la nada y gritar, porque nunca han podido gritar en Japón…

Amazonía en llamas: “Es un bosquicidio”

—Hay poca tradición filantrópica en Chile, ¿será que las donaciones hoy despiertan suspicacias?

—Filantropía es una palabra griega; filos es amor y ánthropos, persona, amor por las personas. ¿Qué es filantropía ambiental? No hay definición, y ahí queremos avanzar. Recuerde que cuando Tompkins llegó a Chile también hubo toda clase de supuestos. Uno tiene que hacer lo que siente, habrá gente a la que le va a gustar y a otra no, debemos mirar para adelante con mucha transparencia y convicción, porque la responsabilidad social es hoy tremendamente compartida entre los empresarios.

—¿Ha cambiado la visión de los empresarios?, ¿ya no ven el conservacionismo como un freno al desarrollo productivo?

—Es un freno si lo llevamos al extremo, pero yo creo en un equilibrio. Si encuentro un patrimonio mineral muy relevante que puede generar bienestar a muchas personas, hay que buscar cómo contrarrestar el efecto negativo. Hay necesidades de crecimiento económico y tienen una prioridad muy importante para muchas personas, pero para eso están las políticas públicas que deben zanjar bien esas situaciones.

“Como ciudadanos, los empresarios tenemos una responsabilidad ética de cuidar el mundo, es parte de la responsabilidad social empresarial que le da legitimidad a lo que hacemos. En la medida que uno tiene más recursos, tiene más responsabilidad que otros, es mi mirada”.

—¿Qué opina de la emergencia por los incendios en la Amazonía?

—Pasó en Indonesia, donde la producción de celulosa era diez veces la de Chile y se hacía con bosque nativo; también en África, que la han talado entera para leña. Entiendo que en Brasil hay una situación muy complicada, mucha gente que lo está pasando muy mal y que seguramente está limpiando una hectárea para subsistir, pero hay que reglamentarlo, es un bosquicidio. Son las cosas que nos están pasando la cuenta, por eso sentimos la responsabilidad de aportar si podemos.

—Se pensaba que eran los costos del desarrollo…

—Se ha tomado mucha conciencia de que se ha hecho daño y que hay cosas que nos están pasando la cuenta, como la sequía que no se sabe si es efecto del cambio climático o el cambio climático es parte de un ciclo.

“Esto de las 40 horas, que en realidad son 35, es como la guinda de la torta”

—Como empresario, con tanto debate económico y menores expectativas de crecimiento, ¿qué es lo que más le preocupa?

—En lo internacional, se habla de la probabilidad alta de una recesión; en Europa están todos enredados, los ingleses con el resto y, por otro lado, los americanos con los chinos. Trump tiene una elección en octubre y creo que en algún minuto tendrá que cambiar su discurso, porque hay costos, pero va a seguir hasta después de la elección. Y en lo interno, Chile ha perdido competitividad en muchas cosas, tenemos una legislación laboral que es antiempleo. No tengo nada en contra de las huelgas, pero hay huelgas políticas que paran la empresa y no es bueno que un grupo de personas —a veces pequeños— pueda infligir un daño muy grande a mucha gente, como hemos visto, por ejemplo, en los puertos. Esto de las 40 horas, que en realidad son 35, es como la guinda de la torta. Si saca la cuenta, están pidiendo que las remuneraciones aumenten en 35% y las pensiones en 4%. Así, ninguna empresa resiste. Espero que en el Senado haya algún grado de consenso y salga algo razonable. Si el mundo está medio en recesión, lo peor es generar más incertidumbre interna con proyectos que asustan a todos.

—¿Cómo ha manejado el Gobierno esta discusión que impulsan dos diputadas comunistas?

—Tengo muy buena impresión de los ministros del área económica y es complicado cuando llegas al gobierno con la música que vas a hacer crecer al país, todo apunta hacia allá y te encuentras con este escenario exterior complejo. Las medidas que ha anunciado el gobierno van en sentido correcto. No me gustó cuando apareció el proyecto de las 40 horas y el gobierno dijo vamos hacer uno de 41, son igual de malos. Me enseñaron que el trabajo era una virtud y ningún país ha progresado trabajando menos. El gobierno tuvo un discurso equivocado.

—El proyecto es bastante popular según las encuestas.

—La legislación laboral es súper relevante porque define las relaciones entre la empresa y las personas que trabajan, es súper delicado y hay que tratarlo con mucho cariño; es como el amor, se triza y ya no existe.

“Espero que reine la cordura y termine bien. Estos son los temas donde debiéramos tener grandes acuerdos políticos para avanzar, políticas estables a muy largo plazo y no manosearlos porque se le ocurrió a una diputada o a un diputado inventar un proyecto de ley”.