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La trampa del pesimismo y el juego de la desconfianza

Sebastián Izquierdo R..

La trampa del pesimismo y el juego de la desconfianza

Urge sobreponernos a aquella polarización que ha exacerbado los constantes bloqueos, arrastrándonos a los recurrentes problemas de gobernabilidad en esta crisis institucional. Por ello, por muy agotado que estemos, debemos levantar la mirada, tomar aire, e ir por aquellos desafíos.

Estos últimos días, los principales diarios económicos del país han copado sus portadas con docenas de constructoras que se han declarado en quiebra o en procesos de reorganización. De igual manera, la OCDE, el FMI, el Banco Mundial, la Cepal, el Banco Central y el Ministerio de Hacienda han expuestos sus negativas proyecciones económicas. No solo se espera un modesto 2% de crecimiento este año, sino que todo apunta a una recesión económica para el 2023, siendo el único país de América Latina con crecimiento negativo. Por su parte, la elevada y persistente inflación -entre las más altas de la región- ha ido deteriorando las expectativas y los ingresos, con un fuerte efecto regresivo (¡la canasta básica aumentó 23% anual!). Pronto, los desequilibrios acumulados se traducirán en desempleo y en fuertes caídas de los sueldos reales. Las razones de este catastrófico escenario son múltiples: desde los devastadores efectos de la pandemia hasta la crisis institucional local, factores que han cubierto con un manto de incertidumbre la economía nacional.

Por una parte, el Gobierno ha sido sometido a un punto de inflexión, al verse atrapado en un programa “antiliberal” que fue diseñado en un contexto diametralmente distinto al actual y al que le pasó máquina la derrota del 4 septiembre. Al menos así lo dejó ver un ala del Ejecutivo, la cual rápidamente comprendió que tendrá que navegar en tiempos difíciles y alejados de aquellos primeros meses de gobierno en el que reinaba un espíritu refundacional. Ahora bien, las tensiones oficialistas son cada días más evidentes, lo que ha dejado entrever fracturas difíciles de remediar. Ejemplos de estos desórdenes hay muchos, pero el más evidente es la dilatación del TPP11, en donde algunos tozudos intentan seguir con su desprecio por los 30 años de la Concertación, tiempos en que la apertura comercial fue un elemento crucial.

El estallido social no fue solo una revolución anticapitalista, ni tampoco pura violencia, como aclaró recientemente el Presidente. Fue más bien, en gran medida, el deseo por transformaciones que permitan hacer frente a aquellas inseguridades que entorpecen llevar una vida digna y en paz. Hoy, en materias como educación, salud, vivienda y seguridad, por nombrar solo algunas, hemos retrocedido. La ciudadanía, cada vez más desilusionada de la política, espera con un cierto resquemor que de una vez por todas sean escuchadas sus demandas. Ahí está el meollo del asunto: ¿seremos realmente capaces de “caminar y mascar chicle”, atendiendo simultáneamente las urgencias y el pantanoso acuerdo constitucional -que ya ha copado la agenda de la clase política-? Tarea nada fácil en un contexto donde la paciencia es el recurso más escaso y donde de telón de fondo se encuentra una economía muy deteriorada, con un Estado de Derecho cada vez más debilitado.

Temo decir que he caído en la trampa del pesimismo. Hago el esfuerzo por no dejarme llevar por los juegos de la desconfianza, pues aquellos solo resultaría paralizante. Lo cierto es que es complejo ver una oportunidad en este difícil momento, pero recordando el refrán “al mal tiempo, buena cara”, recurro a Winston Churchill en lo que me queda de esperanza: “El optimista ve oportunidad en toda dificultad”. ¿Cuál será la oportunidad que no estoy viendo? ¿Cómo recuperar la política?

Quizás la oportunidad esté en reivindicarla, objeto que solo será posible dejando las mezquindades partisanas de lado y jamás validando la violencia como una forma de impulsar las transformaciones. Esa es la única manera de poder hacernos cargos de las urgencias sociales. Y no basta con acuerdos moderados de corta vida, pues los avances sociales deben ser sostenibles. No basta con una reforma tributaria mejorada; se requiere un plan de reactivación económica con señales claras para el sector privado, que nos permita amortiguar el chaparrón. Debemos también ponernos a trabajar en el gran problema estructural de la Constitución: el sistema político. Urge sobreponernos a aquella polarización que ha exacerbado los constantes bloqueos, arrastrándonos a los recurrentes problemas de gobernabilidad en esta crisis institucional. Por ello, por muy agotado que estemos, debemos levantar la mirada, tomar aire, e ir por aquellos desafíos. Solo si llegamos a aquella meta, podremos ir dejando atrás ese pesimismo que nos hace creer que no hay forma de responder a las legítimas demandas ciudadanas.