La Tercera, 12 de marzo de 2014
Opinión

La verdad y las ambiciones fiscales de Bachelet

Sebastián Edwards.

La reforma tributaria es el elemento central del proyecto político de Michelle Bachelet. Sin ella, nada será posible. Ni la educación gratuita, ni la mejor infraestructura, ni las pensiones dignas; tampoco los otros programas sociales prometidos durante la campaña.

Pero el desafío no es hacer una reforma cualquiera -eso es relativamente fácil, dado el dominio de la Nueva Mayoría en el Congreso-. El desafío es hacer una buena reforma, una reforma que concite un apoyo amplio, y que impulse el crecimiento económico, en vez de mermarlo. Si hay alguien que puede lograr estos objetivos es Alberto Arenas, un hombre comedido, natural y talentoso.

En este proceso la oposición tendrá una responsabilidad tan grande como el gobierno. Y dentro de la oposición, Amplitud y Evópoli jugarán un rol central, el que posiblemente defina su futuro político. Si contribuyen con inteligencia y mesura, y se suman en vez de obstruir, podrán convertirse en el futuro de la derecha nacional.

Para que la reforma sea un éxito, y beneficie al país como un todo, es necesario que la discusión sea llevada en forma abierta y transparente, que se hable con la verdad y que se dejen las consignas y los clichés de lado.

Y los elementos centrales de esta verdad son cuatro: Primero, la reforma tributaria propuesta en el programa de Bachelet es una reforma razonable, prudente, cuidadosamente presentada, y bastante modesta. No es, como algunos han denunciado, una reforma extrema. Se habla de gradualidad, y de avances en cuatro años. Además, se preserva uno de los aspectos más importantes del sistema tributario nacional: la integración entre los tributos a las empresas y las personas. Todo esto sugiere que cuando el nuevo régimen esté en marcha -en el 2018, según el programa- Chile tendrá uno de los sistemas tributarios más eficientes del mundo.

Segundo: El Programa habla de aumentar la recaudación en 0.51% del PIB a través de medidas administrativas. Esta es una estimación optimista que difícilmente se logre. En Chile el SII es eficiente y el control tributario ya es altamente profesional. Mi experiencia en el Banco Mundial, donde evaluamos centenares de reformas impositivas, es que esta partida suele ser un “relleno” que casi nunca produce las recaudaciones anunciadas.

Tercero, la eliminación del FUT tendrá, por sí misma, un efecto negativo sobre la inversión. La razón de esto es simple: sin el FUT la tasa de retorno del capital será menor, y cuando la tasa de retorno cae, los montos invertidos se reducen. Así de simple y de básico; es un principio que responde al simple hecho de que la elasticidad de la inversión no es cero. Es esencial que las nuevas autoridades no se embarquen en polémicas sobre este punto, porque sin duda van a salir perdiendo, y van a ser reprobadas. Su punto de defensa tiene que ser otro: lo correcto, deben argumentar, no es evaluar la eliminación del FUT en forma aislada, sino que dentro del paquete total del programa. Y cuando eso se hace, es muy posible que la inversión aumente.

Cuarto: Al final, el éxito -o fracaso- de la reforma va a depender de cómo se utilicen los fondos recaudados, y qué se haga en otras áreas del programa. Si de verdad se mejora la calidad de la educación -cuestión que me parece difícil-, se reducen las trabas administrativas y el papeleo, se conjugan adecuadamente las medidas pro-medioambiente con las pro-crecimiento, y se soluciona el desbarajuste energético, todo habrá valido la pena. Pero si las medidas anteriores fallan, será como multiplicar por cero. Y como todo el mundo sabe -o debiera saber-, cualquier número multiplicado por cero, es cero.