Con todo, es grave confundir la lealtad con la complicidad o el encubrimiento. Leal es quien se excusa de participar haciendo leña del árbol caído. Eso sí, otra cosa muy distinta es hacerse a un lado mientras un árbol cae.
Siempre he admirado la lealtad, pero a menudo me pregunto en qué consiste realmente. Difícil precisarlo. Ocasionalmente parece un empecinamiento, una obstinación. Leal es quien se mantiene firme en un vínculo, sea de amor (podría mejor llamarse “fidelidad”) o de alguna forma de amistad o de hermandad.
Sin duda, la lealtad se prueba en los momentos difíciles. En los que claramente ella conviene, resulta imperceptible, acaso impracticable. Sometida a escenarios adversos, en los que convendría deshacerse o desconocer un vínculo, la lealtad, si es tal, florece con toda desenvoltura.
Entre las figuras metafóricas los perros son paradigmáticos y las ratas contraejemplos. Ellos, como se sabe, desarrollan una versión extrema que los hace caer en eso que los seres humanos llaman “el ridículo”. Por lo mismo, se habla de lealtad o fidelidad “canina”. Las ratas, por su parte, se las menciona por ser las primeras en abandonar las embarcaciones que se anegan en el naufragio. Se cuenta que los sienten antes que cualquier instrumento de medición. Por eso, huyen en grandes grupos desesperados.
Otros animales de lealtad impresionante son los gatos y caballos. Gatos que han sido abandonados por sus dueños en lugares remotos se las han arreglado, nunca se sabe cómo, para regresar a casa. Se cuenta que llegan maullando, como si dijeran: “Aquí estoy, pueden alegrarse por mi retorno”.
El caso de los caballos es también de alto impacto. Las historias de equinos que tienden a desandar el camino de la pesebrera, torciendo siempre el cuello en esa dirección por lejos que se encuentren, son famosas. Antiguamente, lo eran también las de aquellos que transportaron moribundos a sus jinetes hasta depositarlos en un lugar seguro.
Un querido profesor me decía que la lealtad se daba poco, pero, si se daba, era en versión desmesurada. Hay en eso mucho de cierto. Ella tiene no poco de rasgo heroico y, como se sabe, el heroísmo escasea, tal vez porque solo existe en estado químicamente puro.
Con todo, mi experiencia personal es la siguiente: la lealtad, por alguna razón que no he llegado a dilucidar, a la larga, siempre conviene. Y este pudiera ser el premio a toda lealtad. Los oportunistas van siempre de un lado para otro, intentando subirse a este o aquel carro de la victoria. Dan un espectáculo harto hilarante, que a veces provoca asco. Nadie podrá confiar en ellos.
Los leales, era que no, en un primer momento causan cierto escándalo. Desconciertan a medio mundo, se contaminan de lepras demasiado ajenas. Sin embargo, con el pasar del tiempo, sus pelajes se renuevan, relucen, brillan. Han hecho una inversión primorosa. Parecieran haber apostado a caballo ganador cuando, más bien, no han dejado de hacerlo al perdedor.
Por eso, las personas leales crean a su alrededor mundos apacibles, en los que las ansiedades se evaporan. Valen su peso en oro o en piedras preciosas, aunque a veces se equivoquen.
Con todo, es grave confundir la lealtad con la complicidad o el encubrimiento. Leal es quien se excusa de participar haciendo leña del árbol caído. Eso sí, otra cosa muy distinta es hacerse a un lado mientras un árbol cae.