A menudo se percibe la existencia de las manifestaciones como un signo de inestabilidad y crisis del sistema político, precisamente por el contenido crítico que justifica la marcha.
Las manifestaciones sociales, sobre todo las que logran repletar las calles de las ciudades más grandes del país, pueden generar la percepción de que el ya tradicional desinterés en la política estaría retrocediendo. No obstante, esta observación no sería más que una mera percepción. De acuerdo a cifras del Informe de la Encuesta CEP 2016, publicado recientemente por el Centro de Estudios Públicos, un 17 por ciento de los chilenos declaró haber asistido a una marcha o manifestación en el último año o en el pasado distante el año 2015, dos puntos porcentuales más que en 2005. No hay variación estadística entre ambos años. Es decir, uno de cada seis chilenos ha participado en marchas, fracción que no ha variado en la última década, a pesar de que la frecuencia de las mismas ha crecido en el mismo lapso.
Tampoco se observa un cambio en su composición. Tanto en 2005 como en 2015, quienes más asistieron a las marchas eran principalmente personas entre 18 y 34 años, pertenecientes a los grupos socioeconómicos ABC1 y C2.
Si junto al sexto de los chilenos que participa en las manifestaciones, consideramos que, de acuerdo al mismo Informe, entre 2005 y 2016, las personas que declararon tener nada de interés en la política pasaron de ser un 39 a un 48 por ciento -con fluctuaciones que, en algunos casos, llegaron a 62 por ciento en 2008-, y que el porcentaje de la población que realizó actividades cotidianas vinculadas a la política con frecuencia y que no requieren mayor compromiso, como mirar programas políticos en televisión, conversar en familia o con amigos sobre política y leer noticias sobre el tema no superó el 10 por ciento en más de 20 años, se puede apreciar claramente que el desinterés no ha retrocedido.
Por otra parte, a menudo se percibe la existencia de las manifestaciones como un signo de inestabilidad y crisis del sistema político, precisamente por el contenido crítico que justifica la marcha. Sin embargo, los estudios muestran que las personas que adhieren más a los valores de la democracia son aquellas cuya probabilidad de participar en marchas es mayor. Bajo esa perspectiva, las marchas pueden ser señal de un robustecimiento de la democracia, en vez de la existencia de una crisis. De hecho, de acuerdo a la académica de Harvard, Pippa Norris, se observan fuertes protestas y marchas en países con extensa experiencia democrática porque es ahí donde existen derechos de asociación y reunión bien establecidos. Un ejemplo pueden ser las violentas manifestaciones ocurridas en Hamburgo por motivo de la reunión del G-20 la semana pasada.
En suma, las marchas no son más masivas que antes. Todavía se trata de un grupo pequeño relativo al tamaño del conjunto que no está interesado en la política y que no sigue este tema en los medios de comunicación ni en su vida cotidiana. Tampoco ha variado mayormente la composición sociodemográfica de los manifestantes tras una década que ha sido testigo de un incremento de la cantidad de marchas. A pesar de las críticas a la institucionalidad vigente presentes en las manifestaciones, la existencia de éstas es signo de una democracia más robusta.