No busco restarle mérito a las grandes heroínas, sino simplemente devolvérselos a las menos reconocidas. Demasiadas formas de vida suelen darnos lecciones, algunas distintas de las entusiastas y altisonantes.
Entre los personajes de la mitología clásica griega destacan varias mujeres protagonistas del teatro de Esquilo, Sófocles y Eurípides. Ellas fueron caracterizadas como verdaderos portentos de la integridad y la resistencia al poder masculino. Hay que mencionar a Antígona, Electra o Medea, pero también a Ifigenia y Andrómaca, e incluso a personajes secundarios como Ismene y Crisótemis
Antígona es paradigmática por haberse opuesto a las leyes tiránicas e inhumanas de su tío el rey Creonte, A Electra, por su parte, se la recuerda por el complejo psiquiátrico al que dio nombre. Sin embargo, también fue un ejemplo memorable de resistencia primero pacífica (después ya no) contra sanguinarios y decadentes líderes políticos. Medea, sin duda, ha tenido mucha mala prensa. Da nombre a una patología psiquiátrica, el de madres que matan a sus hijos. Pero en cierto sentido en Medea hay un síntoma oculto. El de una mujer que cometió el error de darlo todo por un hombre traidor.
En el segundo grupo encontramos a Ifigenia y Andrómaca. Ambas fueron princesas que acabaron en territorio enemigo. La primera cautiva de los tauros, una tribu de bárbaros que la obligaron a ejercer las funciones de sacerdotisa en sacrificios humanos. La segunda, fue inicialmente la consorte del príncipe Héctor en Troya. Cuando esta cayó derrotada, Andrómaca fue esclavizada y trasladada a Grecia. Tanto Ifigenia como Andrómaca supieron liberarse. En las obras de Eurípides, la una mediante una ingeniosa treta huyó y la otra, contra todo pronóstico, se salvó junto con su hijo, luciendo habilidad política.
De diverso tenor son las vidas de Ismene y Crisótemis. Se las recuerda como mujeres que supuestamente no se atrevieron a oponer una resistencia clara y definida a los poderes tutelares. Sus hermanas respectivas, Antígona y Electra, las acusaron de servilismo. Debe decirse que, en cierto sentido y si se mira fríamente, fueron muy astutas. En el caso de Ismene, los resultados hablan por si solos. ‘Tras el enfrentamiento entre Antígona y Creonte y los sucesivos suicidios de los integrantes de la familia de este último, solo quedaron dos personajes en pie el prepotente Creonte, ahora atormentado por su ruina personal, y la jabonosa Ismene. Si bien, claro está, no es recordada como la heroica hermana suya, encontramos en ella a uno de esos personajes que sabiamente saben hacerse a un lado durante las grandes catástrofes que arrastran a muchos. Algo similar puede decirse de Crisótemis a la que solo incorpora la versión de Sófocles. Sus tenaces hermanos Electra y Orestes, sedientos de justicia, acaban cometiendo matricidio para vengar la memoria de su padre, el rey Agamenón, tras lo cual serán perseguidos por las horripilantes erinias. Estas se transformarán en seres benévolos una vez el caso se ha llevado ante un tribunal. Pues bien, un atisbo de sabiduría hubo en Crisótemis cuando prefirió no participar del atentado contra su madre.
Con esto no busco restarle mérito a las grandes heroínas, sino simplemente devolvérselos a las menos reconocidas. Demasiadas formas de vida suelen darnos lecciones, algunas distintas de las entusiastas y altisonantes.