El Mercurio, 14 de agosto de 2016
Opinión

«Neruda»: Persecución metafórica

Ernesto Ayala M..

Toda la discusión que se ha armado respecto a si «Neruda» es fiel o no a los hechos reales importa bastante poco…

Toda la discusión que se ha armado respecto a si «Neruda» es fiel o no a los hechos reales importa bastante poco, pero ciertamente ha hecho divagar la discusión en torno a la película. Importa poco, porque la anécdota de una película suele ser, al final, secundaria y lo que realmente vale es lo que la película obtenga de ella. Una niña es raptada por indios y un tío sale en su búsqueda. Parece muy básico, pero en manos de John Ford se convirtió en la enorme «Más corazón que odio» (1956). La discusión sobre «Neruda» entonces debiera ser sobre la propia cinta.

Como bien es sabido, «Neruda» cuenta el momento en que el Presidente Gabriel González Videla (Alfredo Castro) proscribe al Partido Comunista en 1948, lo que lleva al senador y poeta Pablo Neruda (Luis Gnecco) a convertirse en uno de sus críticos más furiosos. El gobierno logra entonces el desafuero del senador y dicta una orden de detención, lo que obliga a Neruda a esconderse y, finalmente, huir por la cordillera. La cinta no comete el error de ser demasiado didáctica en estos detalles y se concentra en el devenir de Neruda en medio de este tráfago, así como en el devenir de quién será, para la cinta, su perseguidor, el detective Óscar Peluchonneau (Gael García Bernal).

Quizás lo más llamativo de «Neruda» es cómo pretende ciertas claves del film noir o cine negro, aquel género de los 40 y 50, de películas ambientadas en una gran ciudad, generalmente Los Angeles, donde hay un detective, un crimen irresuelto, un mujer misteriosa y una voz en off. Aquí, la voz en off la asume el personaje de Peluchonneau, quien «cuenta» la historia, usa un sombrero de detective y se mueve en autos que, como en las películas de los años 40 y 50, tienen un fondo falso. Súmese a eso una fotografía de gran contraste y abundantes sombras, y tenemos la onda de un film noir. Ahora, en «Neruda» no hay crimen ni una mujer misteriosa. De hecho tampoco hay tensión. En ningún momento la cinta logra armar ni siquiera un mínimo suspenso o interrogante respecto a lo que va a suceder. Posiblemente no se lo plantee: su persecución es metafórica, abstracta; sus alusiones al film noir, un homenaje superficial. De hecho, el sustento existencial de dicho género era político y apuntaba a que bajo la cotidianidad de la vida diaria había arreglos, turbiedades y un tráfico de influencias que se revelaban frente al detective como un abismo.

Nada de eso está en «Neruda», claro.

Peluchonneau es un policía torpe aunque obsesivo, un hombre despojado de rasgos externos a su trabajo. Habla, sin embargo, tanto y de manera tan abiertamente «poética», tan abiertamente irrealista, que no queda más que concluir lo obvio: Peluchonneau es en realidad un invento del mismo Neruda, alguien que imagina como un persecutor frío y tenaz para hacer más interesante su huida. Neruda gusta leer novelas policiales y, por lo tanto, se imagina a un determinado detective, muy literario, persiguiéndolo, aunque -para la cinta- la imaginación de Neruda resulta bastante limitada, ya que no puede evitar que su policía hable con la misma retórica de sus poemas.

Habrá quien encuentre que este planteamiento -apariencia de film noir más reflexión metaliteraria- puede ser audaz, ingenioso o novedoso. Este espectador lo encontró pretencioso, que es cuando algo pretende ser de alto vuelo pero la confección misma no llega ni cerca de la altura buscada. La insistente voz «poética» del policía termina por hacerse monótona, no hay cómo hacer que la supuesta cacería nos importe y, por último, cuesta mucho encontrar lo que la cinta quiere decir sobre hoy, aunque es cierto que desliza cierta crítica al aburguesamiento del que Neruda gozaba pese a su militancia, lo que también puede leerse como una crítica a la comodidad que suele asumir toda élite.

Pese a estos serios defectos, y entrando en lo extracinematográfico, hay que reconocer que la cinta sacude un poco la imagen empolvada del mismo Neruda, al darle ciertos matices, donde el poder se conjuga con el temor, la conciencia histórica con el hedonismo. En una caracterización hecha con una adecuada cuota de maldad, Luis Gnecco vuelve a demostrar cómo es uno de los actores masculinos más interesantes que posee el cine chileno hoy.

«Neruda»
Dirigida por Pablo Larraín
Con Gael García Bernal, Alfredo Castro, Luis Gnecco y Antonia Zegers
Chile, España, Francia, Argentina, 2016
107 minutos