El Mercurio, 23 de septiembre de 2018
Opinión

Neruda y Cochrane

David Gallagher.

Neruda le pide a Cochrane que aguante, que no ceda, porque Chile lo espera. Porque mientras a Cochrane lo asediaban en Londres, Chile, ‘como un monumento que aun no inauguran,/dormía y sangraba, sin voz, esperando’.

Pola Valdivieso, una chilena que vive en Inglaterra, era amiga tanto de Neruda como de Douglas Cochrane (1928-2007), un descendiente del Almirante. Douglas por su lado trabó una cálida relación con Neruda. La resultante amistad tripartita brindó muchos frutos. Se evidencian en una fascinante exhibición llamada «Lord of the Sea» que Pola Valdivieso ha montado en nuestra Embajada en Londres.

Neruda y Douglas fueron instrumentales en organizar el homenaje a Cochrane que se realizó en Valdivia en 1970, para marcar los 150 años de la temeraria toma de la ciudad en 1820. Un Neruda refrescantemente transversal le escribe cartas a Douglas desde Isla Negra. Le aconseja que en Londres vea todo con el embajador Víctor Santa Cruz, «un entusiasta partidario y activista de la celebración. Su apoyo es muy valioso y te ruego estés en contacto con él para lo que viene». En cuanto a Chile, Neruda le aconseja que «la persona que tiene la mayor injerencia en el éxito del homenaje de 1970 es un historiador llamado Rafael Guarda. Es un monje benedictino, gran amigo mío y autor de una historia sobre Valdivia».

Uno de los objetivos de Neruda y Douglas es que se levante un monumento a Cochrane en Valdivia. Neruda le dice a Douglas que lo debería hacer Henry Moore. El escultor británico está de acuerdo, y para inspirarse, ha pedido una biografía de Cochrane. Pero hay un pequeño problema. Nadie se ha atrevido a preguntarle cuánto costaría. En una carta Neruda le sugiere tímidamente a Douglas que él lo haga. No hay evidencia del resultado en la exposición de nuestra Embajada, pero me imagino que no fue alentador. En una carta posterior Neruda celebra que el monumento lo haga el más modesto escultor Harry Jackson, un amigo de Douglas. Mejor que uno abstracto como el que habría hecho Moore, dice Neruda, como para consolarse, es contar con «la figura física del Almirante, para que lo recuerden los chilenos, especialmente los escolares».

Pero el resultado más notable de esta amistad tripartita fue el poema «Lord Cochrane de Chile», recogido en 1967 en «La Barcarola», y escrito cuando Douglas le preguntó a Neruda por qué no había escrito sobre su antepasado a pesar de tener tantos libros sobre él. Neruda recoge el guante, ¡y cómo!

Su magnífico poema parte describiendo la notable rebeldía política de Lord Cochrane, uno de los radicales más connotados de su época. Entre una y otra intrépida campaña en el Mediterráneo contra las naves de Napoleón, Lord Cochrane oficiaba de parlamentario donde denunciaba la corrupción y la injusticia. Neruda nos brinda una versión poética de un discurso violento pronunciado por Cochrane en el Parlamento en 1809, en que compara la compensación que recibe un marino de rango menor por perder piernas o brazos con lo que recibe uno de rango mayor como Lord Arden, cuya sinecura «equivale a 1.022 brazos de capitán de navío».

Esta insolencia le costó caro a Cochrane. En 1814 lo acusaron -injustamente- de difundir la noticia falsa de que Napoleón había muerto, con el fin de hacer ganancias en la Bolsa. Cochrane fue humillado por la élite inglesa. Lo encarcelaron, y lo expulsaron de la Armada, del Parlamento y de la prestigiosa Orden del Bath. Era todo un país contra uno, Londres entero contra Cochrane, Londres que con su tupida niebla y falsa justicia Neruda ve como «un gran octopus hinchado de gas amarillo», una bestia insaciable que con «hambre de carne marina» va «buscando a Tomás, el Marino, buscando su cuello desnudo».

Neruda le pide a Cochrane que aguante, que no ceda, porque Chile lo espera. Porque mientras a Cochrane lo asediaban en Londres, Chile, «como un monumento que aun no inauguran,/dormía y sangraba, sin voz, esperando».

La espera le valió tanto a Chile como a Cochrane, quien, como dice Douglas en una introducción al poema, «zarpó del viejo mundo» rumbo a Chile «dejando atrás el naufragio de su vida». La nave en que zarpa se llama La Rosa, «la rosa más dura del mundo», dice Neruda, mientras aplaude el acercamiento de Cochrane que viene parado «en la proa del siglo».

Douglas hace una traducción del poema, que no está mal, pero Neruda en una carta le objeta algunos términos. Demuestra Neruda la extraordinaria sensibilidad que él tiene para el inglés. Le dice a Douglas que tenga cuidado con palabras que al parecer son similares en los dos idiomas pero que tienen significados distintos. Especialmente interesante es el pedido de Neruda de que no traduzca la palabra «copa» («la noche del sur… levanta su copa de estrellas») como «chalice», o sea cáliz. Neruda usa la palabra copa con frecuencia en su poesía y son muchos los traductores -algunos que creen que Neruda era un católico frustrado- que cometen ese mismo error.

Pero es un error que se le puede perdonar a Douglas si es gracias a él que Neruda escribió esta gran obra sobre Cochrane en Chile, y si es gracias a ambos que se le pudo hacer el homenaje a Cochrane en Valdivia en 1970. Todo esto lo aprendemos gracias a la exposición «Lord of the Sea».