El mercado laboral chileno muestra signos de recuperación con una baja en la tasa de desempleo al 8,2%. Sin embargo, el crecimiento laboral sigue estancado, con menos empleos y una masa salarial debilitada. Reformas como el alza del salario mínimo y el desaliento laboral profundizan los desafíos estructurales.
El mercado laboral chileno parece sumido en una fragilidad persistente desde la pandemia. Menos personas empleadas, una alta desocupación y una pérdida de ingresos que aún pesa sobre los hogares son parte del diagnóstico. Sin embargo, el último dato del INE trajo un respiro: la tasa de desempleo cayó a un 8,2%, cinco décimas menos que el año anterior. ¿Estamos frente al comienzo de una recuperación genuina?
Todo apunta a que no. Lamentablemente, la caída en la tasa de desempleo se explica más por una disminución en el crecimiento de la fuerza laboral que por la creación de nuevos empleos. De hecho, la generación de puestos de trabajo sigue una tendencia descendente y ha alcanzado su nivel más bajo desde 2021, cuando la pandemia golpeaba con fuerza al mercado laboral. En términos desestacionalizados, no se han creado nuevos empleos desde julio del año pasado. El aumento significativo de personas que, aunque disponibles para trabajar, no lo busca activamente, sugiere la presencia del fenómeno de desaliento laboral, lo que podría significar que esta baja en el desempleo sea solo temporal.
Es así como aún estamos lejos de los niveles de ocupación previos a la pandemia, con cerca de 250 mil empleos menos en comparación con la tendencia de ese periodo. El último dato sitúa la tasa de ocupación en un 56,5% de la población en edad de trabajar, un nivel que no veíamos desde 2010.
Es cierto que factores estructurales, como la gratuidad en la educación superior y la PGU, han influido en la lenta reincorporación de los jóvenes y de las personas mayores al trabajo. Sin embargo, no debemos perder de vista que son los jóvenes los que enfrentan las tasas de desocupación más altas, y que el impacto en los mayores se extiende incluso a edades donde la PGU no aplica.
Toda esta situación ha resultado en una significativa pérdida de ingresos para los hogares. La masa salarial –que combina remuneraciones y empleos– es un 11% inferior a la tendencia previa a la pandemia. Este deterioro podría explicar por qué las familias están ahorrando menos que antes de la crisis y por qué el consumo de bienes durables, como electrodomésticos y vehículos, sigue por debajo de la tendencia previa. Lo más inquietante es que las señales económicas no auguran una recuperación que permita revertir estas pérdidas.
Resulta urgente avanzar en un plan y políticas que dinamicen el mercado laboral. Hasta ahora, la agenda legislativa no sólo no ha sido exitosa en este propósito, sino que, en algunos casos ha generado efectos adversos.
Un ejemplo es el aumento del salario mínimo, que desde mayo de 2023 ha crecido un 17% en términos reales, encareciendo considerablemente el costo laboral. De acuerdo con el Banco Central, este incremento ha reducido el empleo formal en las pymes, con un impacto que figura entre los más altos registrados en estudios sobre el tema. Esta disminución se ha producido incluso con el subsidio otorgado a las pymes, cuya expiración en abril próximo podría agravar aún más el panorama.
La recuperación del mercado laboral chileno parece aún lejana. A pesar de la caída en la tasa de desempleo, la falta de mayor dinamismo en la creación de trabajo sigue siendo un problema grave. Este escenario genera interrogantes sobre la orientación de las futuras políticas laborales. Reformas como nuevos aumentos al salario mínimo, la negociación ramal o el reparto en pensiones podrían agravar los desafíos actuales. Es urgente replantear las estrategias laborales, priorizando incentivos a la contratación formal, para evitar que la recuperación siga siendo solo una aspiración.