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Obviedades de la naturaleza

Joaquín Trujillo S..

Obviedades de la naturaleza

A veces creemos conocerlas cuando de ellas no tenemos más que una vaga impresión, una que a la hora de la pluviosa realidad nos dejará en ridículo, si somos autoridades, y perjudicará catastróficamente, como ocurre con los damnificados.

El frente de mal tiempo enseña virtudes morales y políticas.

Los que siempre ya lo saben todo (antes de que se lo digan) responden una y otra vez: obvio, obvio, obvio. La pregunta que suscitan es también siempre la misma: ¿era tan obvio que nunca tuviste que aclararlo antes? Más interesantes son aquellas personas que se asombran, se confiesan ignorantes hasta ese momento, abren los ojos, deseosas de algo más.

Ciertamente, también están los que al toque de la verdad saben reconocerla y le dan la bienvenida con ese gesto, ese recibimiento que da carta de naturaleza. “Obvio”, en esos contextos, significa: claro que sí, no tengo objeción alguna.

Políticamente hablando, estamos en una situación en que se dicen muchas obviedades. pero no se hace nada por que sean realmente obvias. Me explico: todos están de acuerdo, dicen, en grandes valores, pero cuesta que se los aterrice en la práctica. A veces ocurre tal porque, en realidad, se habla en abstracto para eludir los puntos en que subsisten diferencias. De esta manera, la suma de obviedades que se pontifican no tiene otro objetivo que tranquilizar, desescalar, en suma, no verse en la necesidad de hacer algo. No niego que pueda haber una suerte de sapiencia en esa táctica de pacificación. ¿Puede, con todo, aplicarse a diestra y siniestra? Imposible vivir en un mundo donde los aviones jamás aterrizan, donde enfrentarse a lo concreto es, supuestamente, de toda violencia.

Esta suma de obviedades se combina con falta de imaginación a la hora del detalle. Nadie quiere ceder en el suyo tal vez por pura comodidad. Es más fácil ensimismarse, gruñir y comer. Tan solo imaginarse un punto de acuerdo es una traición imperdonable. Es más simple no tener que imaginarse nada y que amigos y enemigos sigan siendo los de siempre, cada grupo con su lista de reproducción de obviedades intransables.

Pero las obviedades de la naturaleza a veces reaparecen con una fuerza incontrarrestable, y en esos casos todos, querámoslo o no, quedamos atrapados en un problema común. El poeta T.S. Eliot escribió: “El río es un dios pardo… destructor que recuerda lo que los humanos prefieren olvidar”. La memoria que el agua guarda de sus caminos es un buen ejemplo. La civilización no tiene cómo negar las quebradas, antiguos canales de regadío, fosos negros ya cegados que abren socavones. Y si lo hace, si pretende modificar profundamente la organización de la naturaleza en su hidrografía, entonces requiere pensar muy a fondo, sin apoyarse en obviedades ni tampoco negarlas.

Porque algo tan obvio como un curso de agua puede ser negado, lo cual traerá estragos. Mientras que esta verdad, si solamente declaramos admitirla, pero no la llevamos a la práctica, también dará problemas.

De ahí que sea tan importante revisar siempre las supuestas obviedades. A veces creemos conocerlas cuando de ellas no tenemos más que una vaga impresión, una que a la hora de la pluviosa realidad nos dejará en ridículo, si somos autoridades, y perjudicará catastróficamente, como ocurre con los damnificados.