El académico defendió la coerción en el ámbito democrático, analizó el surgimiento del anarquismo, y relevó el rol de la democracia representativa por sobre la voz de la calle.
Por Fernanda Valiente Deichler
Los cargos con los que puede ser presentado Óscar Godoy pueden llegar fácilmente a una decena. Cientista político, doctor en filosofía, académico de la Pontificia Universidad Católica de Chile, miembro del Consejo Honorario del Centro de Estudios Públicos (CEP) o exembajador de Chile en Italia son algunos de los más recurrentes. Y sus ámbitos de estudio son igual de vastos. Aunque hay dos que son principalmente interesantes en la compleja coyuntura político-social que vive el país: teoría política y teoría democrática.
Godoy tuvo una extensa conversación sobre la crisis actual con Cristián Warnken en su programa Desde el Jardín, de radio PAUTA. Y su visión es crítica desde múltiples ángulos. A su juicio, se están confundiendo conceptos fundamentales, como la coerción dentro de un estado democrático o la esencia misma de la democracia representativa. Y a esos errores mayúsculos, Godoy les da un nombre: imbecilidades de la razón. «Nosotros estamos viviendo en Chile imbecilidades de la razón» asegura.
A su juicio, la seguridad es un derecho que hoy está muy denostado y subordinado en el país. «La seguridad es algo que como que se pone entre paréntesis, y se confunde el uso de la coerción democrática con el uso de la coerción despótica y autoritaria. El uso de la coerción en el marco de la Constitución y las leyes de un Estado democrático y republicano, con la coerción de un déspota o un tirano», explica el académico. «Mucha gente, con una candidez o ignorancia muy grande, dice que estamos viviendo escenas de la dictadura… Y eso es falso. Y ahí hay, en consecuencia, una imbecilidad de la razón, a mi juicio», cuestiona.
Otro ámbito que demuestra este problema es la sobredimensión que se le asigna a la calle. «El transformar la democracia representativa en un poder directo de la masa, y confundir un millón de manifestantes con la decisión soberana del pueblo a través del sistema representativo es otra imbecilidad de la razón».
Godoy es particularmente crítico con el rol que ha tenido el Ejecutivo en este plano. «Que el Estado mismo, el Gobierno, se haga, por así decirlo, cómplice de esa situación, como a mi juicio lo es el actual Gobierno, es insólito e increíble. Y yo lo rechazo, lo repudio y lo acuso con mucha fuerza».
Modelo prodigioso
El filósofo político no está de acuerdo con las críticas de que Chile permanece detenido en cuanto a la equidad. «Yo tengo más de 40 años en la docencia universitaria y he visto llegar muchachos y muchachas que representan a alguien que estuvo en la pobreza hace treinta años y que hoy día han salido de la pobreza, y pueden preparar a sus hijos para entrar a la universidad. ¡Eso es prodigioso!», sostiene.
Para él, resulta inaceptable que «una asonada brutal como la que estamos experimentando» paralice todo el progreso alcanzado durante las últimas décadas y nos muestre ante la opinión pública como un país que está sufriendo la aplicación de políticas estructurales de orden económico y político que han sido ineficaces en reducir la pobreza y aumentar el ingreso de los habitantes.
El exembajador explica que los avances en la igualdad son siempre graduales, ya que a lo largo de la historia existen cambios significativos en los derechos de los ciudadanos. El problema, indica, es que se crea la sensación de un estancamiento en los períodos de crisis.
—Se ha dicho en Chile que su gran talón de Aquiles es su desigualdad […] que se requiere una transición igualitaria. ¿Qué crees de esa afirmación?—, pregunta Cristián Warnken.
—Rechazo absolutamente esa proposición. Eso es falso, porque resulta que en los últimos 30 años, hemos dado pasos fundamentales hacia la igualdad—, responde.
Consultado por Warnken de por qué existe entonces una percepción o sensación de que «vivimos en una desigualdad tremenda», Godoy explica que el proceso igualitario es continuo. «En situaciones de crisis, da la impresión de que ese proceso se suspende o se paraliza o pierde su fuerza […] y eso produce enormes desacuerdos»—, sostiene.
Peligros virtuales
Godoy es relativamente optimista respecto de una posible salida a esta situación, pero también mira con mucha cautela el devenir de esta crisis. «Si esto continúa en la misma línea en la que está trazada, hay que estar dispuestos, digamos, a que aparezca la contraviolencia. […] Generalmente ocurre en todos los países cuando hay hastío y desesperación y la autodefensa. Y ¿cómo surge eso? Son grupos violentistas anti-violentistas […] con graves peligros de derivas hacia una guerra civil o hacia dictaduras o hacia liderazgos de ultra derecha. En fin, todos peligros virtuales hoy día en nuestro país», afirma.
El surgimiento de grupos anarquistas también es algo que ha venido acompañado con la irrupción del vandalismo y el pillaje, ejemplificado en los atentados al metro, en los ataques al espacio público y, recientemente, en las profanaciones de iglesias.
Para Godoy, hay una conexión íntima entre el hiperindividualismo y el anarquismo. «En las últimas décadas, lo público ha sufrido una enfermedad y una decadencia que es notoria hoy día», asegura. Y ha sido la exacerbación del individualismo lo que ha llevado al abandono de lo público, con un hiperindividualismo que no conduce a una vida social.
—El anarquista es la radicalidad del individualismo— sostiene Godoy.
—Nuestra sociedad produjo su propio Frankenstein—, replica Warnken.
—Exactamente— responde el académico.
Hacia un régimen parlamentario
A juicio de Godoy, llegó la hora de darle la oportunidad a una reforma constitucional que camine hacia un régimen parlamentario. En un plano contemporáneo, el filósofo político explica que la regulación del poder del primer ministro requiere del apoyo de la mayoría parlamentaria.
—Eso debilitaría la figura del Presidente. ¿No hay un riesgo con debilitar esa figura?—, pregunta Warnken.
—Creo que no—, responde Godoy, para quien un régimen parlamentario funcionaría si es que trabajara con mayor inteligencia.
Sostiene que la posibilidad de tal régimen aseguraría una flexibilidad y reduciría las sorpresas. «Si vas a votar y le das mayoría a un partido, ese partido […] en consecuencia va a poder elegir su propio primer ministro», destaca. De esa forma, con el respaldo del parlamento, los proyectos de ley obtendrían una tramitación distinta.