El Mercurio, 25 de diciembre de 2016
Opinión

Perversilla

Ernesto Ayala M..

Lo primero que seduce de «Elle» es su textura, su ritmo cuidadosamente envolvente, una gama de colores que se mueve entre el ocre, el azul y el negro en un París elegante, calmado, oscuro, de puertas adentro, de alta burguesía.

Elle.
Dirigida por Paul Verhoeven
Con Isabelle Huppert, Laurent Lafitte, Anne Consigny. Francia, 2016
130 minutos

Es un mundo donde el buen gusto y el patrimonio cultural se juntan con la tecnología para crear una suerte de «occidente ideal», reino del confort y el bienestar. Es un mundo donde a casi cualquier espectador le gustaría vivir y un paisaje donde Michèle Leblanc (Isabelle Huppert) se mueve a sus anchas justamente porque ella lo ha creado para sí. Michèle ha superado una infancia muy inusual y hoy, a los cincuenta y tantos años de edad, es la dueña de una exitosa compañía de videojuegos. Maneja su Audi con toda confianza, tal como maneja la vida de cuantos la rodean: su madre, a la que mantiene; su hijo, un tipo inepto y sin oficio claro, al que también mantiene; su amante, que conserva a raya con frialdad; su ex marido, al que vigila y humilla con una mezcla de cariño y desdén; y, por supuesto, a sus empleados, a los que sabe poner en su lugar cuando la ocasión lo merece. Sí, Michèle no es una mujer cariñosa, simpática o encantadora, pero posee una lengua afilada, un carácter férreo y una inteligencia fría que le ha permitido armar un reino que domina.

Este reino, sin embargo, se rompe en el primer minuto de la cinta, cuando un tipo enmascarado entra violentamente a su departamento y la viola sobre el suelo. Siguiendo la premisa hitchockiana de que llamar a la policía después de un crimen puede arruinar una película, en «Elle» Michèle no formaliza una denuncia y prefiere ella hacerse cargo del problema, decisión que se ve reforzada cuando el violador comienza a enviarle mensajes.

Dirigida por el zorro de Paul Verhoeven, holandés que obtuvo la cumbre de su dominio en Hollywood con «Robocop» (1987), «El vengador del futuro» (1990) y «Bajos instintos» (1992), «Elle», sin embargo, no es exactamente la investigación de un crimen y su correspondiente venganza. Se parece, más bien, a la investigación de un deseo. Michèle se debate entre resguardar su seguridad y abrirse a un deseo sexual que parecía no conocer, asociado a la sumisión y la violencia, a perder la seguridad y el control que ejerce en los otros terrenos de su vida. Para un sicólogo quizás no existe aquí un material especialmente original -el sexo como contracara a la vida cotidiana-, pero Verhoeven pone en escena el descubrimiento de Michèle con toda la maldad y buena parte de la lujuria de la que es capaz. La película, así, seduce con una historia oscura, de violencia y erotismo, un sabroso sondeo en las torcidas capas en que se pliega el deseo sexual. Puede ser. Pero vista con cierta distancia, una vez que pasa el encantamiento de su exquisita puesta en escena, una vez que su halo erótico se ha disipado, «Elle» no es más que la historia de una burguesa, algo infeliz en su reino de confort, que descubre cuánto le gusta que le den duro. No hay mucho más allá de eso. Michèle no obtiene otras revelaciones sobre sí misma o los demás. El espectador tampoco tiene acceso a verdades, grandes o chicas, del género humano. Todo no es más que un sofisticado espectáculo para adultos. «Elle» es una película perversilla, filmada con lujo y elegancia, pero no está ni cerca de ser gran cine.