La Tercera
Opinión

Poema sin héroe 2

Joaquín Trujillo S..

Poema sin héroe 2

Desmontar a los héroes de sus bestias domadas tiene su riesgo. A veces salen a pelear a pie, y no sé sabe cómo pero el viejo esclavo no corta el lazo con su amo.

En la Antigüedad -la Biblia lo reprocha mucho- se erigieron monumentos a animales. En ellos no figuró siempre un hombre montándolos, sometiéndolos, dirigiéndolos. Eran declaraciones de amor al animal soberano y solitario, al dios, al ídolo. En la estatuaria de los cultos antropomorfos pareció como si los viejos dioses animales hubiesen cobrado forma semejante a la humana. Antes, la cabeza de un lobo, el torso humano unido al pez o al caballo… ¡El caballo! Un animal que fue incorporado al imperio sapiens injertado como las cuatro patas del guerrero. Los ha habido muy distintos: desde el Bucéfalo de Alejandro Magno al Rocinante de Don Quijote, pasando por el Babieca del Cid y los jamelgos de Michael Kohlhaas, cuyo maltrato origina una guerra civil. Retratos de los grandes emperadores modernos fueron lienzos ecuestres: el Carlos V a caballo en Mühlberg o el Napoleón cruzando los Alpes.

Recuerdo cuánto costaba doblegarlos. Las técnicas han variado, pero lo que vi en el campo imitaba una lucha cuerpo a cuerpo. El joven que lo montaba volaba adherido al indócil, corriendo peligro. Al final, ambos quedaban extenuados. ¿Ganaba invicto el humano? No. Cada caballo suponía una historia que era la de su doma. Los niños preguntábamos por ese historial: de eso dependía que no nos voltearan, que no cayésemos derrotados, herederos de una guerra mal ganada.

En su Don Quijote, Cervantes dejó en ridículo al héroe, al caballero andante. Definido por el animal al cual montaba, el caballero sin caballo tendrá en Otto de Habsburgo a uno huérfano: “Si no te dejan luchar a caballo hay que librar la batalla a pie”. Orfandad lastimera al final del Quijote, cuando en su lecho de muerte el loco caballero recupera la cordura, reniega de la caballería, salda sus deudas, y entonces, de improviso, el vulgar Sancho, entra en la ¿razón? del ideal:  “¡Ay! -respondió Sancho, llorando-: no se muera vuestra merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más, sin que nadie le mate, ni otras manos le acaben que las de la melancolía. Mire no sea perezoso, sino levántese de esa cama, y vámonos al campo vestidos de pastores, como tenemos concertado: quizá tras de alguna mata hallaremos a la señora doña Dulcinea desencantada, que no haya más que ver. Si es que se muere de pesar de verse vencido, écheme a mí la culpa, diciendo que por haber yo cinchado mal a Rocinante le derribaron; cuanto más, que vuestra merced habrá visto en sus libros de caballerías ser cosa ordinaria derribarse unos caballeros a otros, y el que es vencido hoy ser vencedor mañana” (II, 74).

Desmontar a los héroes de sus bestias domadas tiene su riesgo. A veces salen a pelear a pie, y no sé sabe cómo pero el viejo esclavo no corta el lazo con su amo. En cierto sentido, un héroe a caballo, desde que existen las armas de tiro, sea un blanco fácil, acaso un devaluado ideal.