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Por más Berlin en el plebiscito constitucional

Luis Eugenio García-Huidobro H..

Por más Berlin en el plebiscito constitucional

Nadie duda que tendremos una nueva Constitución (la vigente reformada, la de la Convención Constitucional u otra), pero si queremos que nuestra democracia mejore debemos abandonar esta caricatura kantiana y abrazar aproximaciones más pluralistas de la política.

Hace algunos años el filósofo Raymond Geuss denunciaba que las principales democracias occidentales parecen estar impregnándose de un entendimiento kantiano de la política. Según esta concepción, la política no sería más que una expresión puramente performativa de una ética ideal y sustraída de particularismos históricos. Participar entonces en la vida pública supondría en última instancia aplicar máximas éticas que prescriben cómo debemos actuar políticamente, las que fundan en principios derivados de un racionalismo abstraído de lo empírico y de todos los matices que esto último supone. En su versión más caricaturesca –a la que tristemente nos estamos familiarizado– actuar éticamente en política supone defender ciertas ideas o votar por determinados candidatos.

Nada de esto resulta ajeno en Chile. Llevamos más de una década en que nuestra política está imbuida de lógica confrontacional profundamente moralista. La política de los grandes acuerdos y los cambios en la medida de lo posible son denunciados como errores del pasado y una abdicación de sus protagonistas a hacer política de verdad. Quienes los reniegan han buscado reemplazarlos por desalojos, descalificaciones y acusaciones grandilocuentes. También han buscado negarle al adversario la calidad de interlocutor válido. La multiplicidad de acusaciones constitucionales que se vienen presentando desde el año 2008 son un buen reflejo de ello.

Conviene no olvidar ello al aproximarnos al plebiscito de septiembre. El Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución se presentó como una oportunidad –excepcionalmente exitosa– de canalizar institucionalmente una crisis política muy profunda. Pero también constituía una oportunidad única para que la clase política implícitamente acordara una tregua. Tristemente, sabemos que nada de eso ocurrió. Las sucesivas elecciones del año pasado sólo contribuyeron a acrecentar la polarización y todo indica que, por lo que está en juego, este plebiscito será incluso peor.

Puede parecer intrascendente, pero no debemos minimizar las implicancias de esta oportunidad perdida. El Acuerdo del 15 de noviembre del 2019 no era otra cosa que un pacto político para dotarnos de una nueva y mejor democracia constitucional. Nadie duda que tendremos una nueva Constitución (la vigente reformada, la de la Convención Constitucional u otra), pero si queremos que nuestra democracia mejore debemos abandonar esta caricatura kantiana y abrazar aproximaciones más pluralistas de la política. Después de todo, ninguna democracia es viable como proyecto político de largo plazo si no va acompañada de reconocimiento del adversario, pluralismo y diálogo.

Como todo indica que no podemos esperar un cambio desde la clase política, tal vez deberíamos practicarlo como ciudadanos. Y si hemos de buscar una brújula o guía para adjurar de esta caricatura kantiana, tal vez podremos encontrar en las ideas de Isaiah Berlin un buen lugar la entender la importancia de conciliar la legítima defensa de nuestras posiciones políticas y el pluralismo que se requiere como exigencia mínima para el buen funcionamiento de una democracia. Según este filósofo liberal, debemos comenzar por abandonar la idea utópica de que la política podrá realizarnos y liberarnos de nuestros conflictos, algo presente desde Aristóteles.

Como escéptico de las respuestas finales (por todos los errores que éstas trajeron durante el siglo XX), Berlin ciertamente reconocía la necesidad de la política, pero fundada en que ella es inevitable en la vida social por cuanto irremediablemente entrarán en conflicto las aspiraciones y cosmovisiones de sus integrantes. La política es inevitable porque estamos condenados a elegir entre alternativas. Pero en una democracia liberal todas estas cosmovisiones compiten entre sí para sumar adherentes en condiciones de igualdad, por lo que uno de los principales propósitos del régimen democrático es permitir la coexistencia de todas estas visiones dentro de una misma arena política.

Para Berlin la democracia liberal es el mejor mecanismo para mediar entre las visiones de mundo contrapuestas, pero eso exige que todos sus participantes acepten y respeten que sus adversarios disientan sobre los fines últimos de la vida en sociedad. Igualmente importante, ante este disenso sólo cabe la persuasión y nunca la coerción, ni siquiera la discursiva. La democracia como la concibe Berlin puede ser útil para enfrentarnos a los desafíos que Chile tiene por delante, porque supone aceptar como requisito indispensable que todos quienes participan de ella deben tolerar como válidos la infinidad de proyectos de vida que coexisten en sociedades tan diversas como las nuestras.

Si queremos que nuestra democracia constitucional sea realmente la casa de todos –ese ideal que tanto nos gusta exigir, pero que rara vez practicamos– bien haríamos por empezar a practicar una concepción más berlinesa de la política, sobre todo si estamos sinceramente interesados en que el proyecto político que comenzamos en noviembre de 2019 contribuya de verdad y no sólo en el papel a la mejora de nuestra democracia.