El Mercurio, 11 de mayo de 2018
Opinión

Prohibido prohibir

David Gallagher.

Hoy los jóvenes turbulentos de 1968 son abuelos. Algunos quieren revivir esos tiempos. Pienso en «abuelos» como Bernie Sanders, Jeremy Corbyn o Jean-Luc Mélenchon, y los jóvenes que hoy los rodean y veneran.

El 31 de diciembre de 1967, el general De Gaulle anunció que aguardaba el Año Nuevo con serenidad. «Imposible imaginar», dijo, «a Francia paralizada por una crisis como en el pasado». Cinco meses más tarde, las calles de París estaban tomadas, y el país paralizado como nunca. En realidad 1968 fue un año poco sereno en muchas partes, con protestas masivas también en Berlín, Praga, Chicago, Tokio y México.

Las protestas eran lideradas por los jóvenes del baby boom. Superadas las penurias de la guerra, habían crecido en un entorno en que cada año parecía mejor. Tal vez nunca una generación había disfrutado de tanto bienestar material. Por eso mismo esos jóvenes, como los de Chile en 2011, podían darse el gusto de soñar con utopías, y de desafiar a las autoridades -las de la generación de sus progenitores- en todos los frentes. Como ha dicho Daniel Cohn-Bendit, o Danny el Rojo, el líder estudiantil del «mayo 68» francés cuyo aniversario celebramos actualmente, jóvenes como él vivían en un «estado de exaltación».

El «mayo 68» francés se da en una década ya famosa por sus impulsos liberadores. Se da a menos de un año del Verano del Amor, el festival hippie que se realiza en Haight-Ashbury, San Francisco. En todo el mundo los jóvenes cuestionan las jerarquías, sean universitarias, sindicales, empresariales o políticas; y cuestionan todo prejuicio racial, sexual o ideológico. Pero las protestas en París son las más impactantes. Hay una foto famosa, tomada el 6 de mayo, en que un diminuto Danny está enfrentado a un enorme policía a la entrada de la Sorbonne. La única arma de este estudiante de 23 años es su sonrisa socarrona. Como dice Claus Leggewie en una conversación con él en el New York Review of Books, la imagen encarna lo que fue ese mayo 68: «arriba vs. abajo, régimen antiguo vs. juventud, sistema vs. movimiento, héroe vs. villano, poder vs. contrapoder, orden vs. anarquía».

Macron, nacido nueve años después, quiso celebrar la revuelta, pero después se arrepintió. Tal vez resolviera que no cabe idealizar el pasado reciente cuando uno no lo vivió. Yo, que sí lo viví, sí lo idealizo un poco. En ese momento yo tenía la edad de Danny y difícil no idealizar hoy lo que uno hacía a esa edad. Pero no es solo eso. En muchas cosas la revuelta parecía atractiva. Eran divertidos esos eslóganes como «sean realistas, pidan lo imposible», o «prohibido prohibir». Era agradable en general ser joven en una década de cambios tan profundos, en que se abrían horizontes y se rompían candados. Tal vez aun más en mi caso por poder vivirlos en una universidad -la de Oxford- que estaba por cumplir 800 años. Nada más sano que el cambio cuando se realiza sin alterar los cimientos de una tradición sólida. Además en Oxford nadie salió a la calle. Tal vez no era necesario porque ya éramos bastante libres de mente.

En París hacia fines de mayo muchos pensaron que había ganado «la revolución», sobre todo cuando el 29, De Gaulle desapareció. Después se supo que había estado con las tropas francesas en Alemania. Estas lo aleonaron. El 30 reaparece: en una alocución por radio de solo 160 segundos, anuncia la disolución de la Asamblea. El día siguiente salen 800.000 franceses a los Campos Elíseos a cantar la Marsellesa. En las elecciones del 23 y 30 de junio, los gaullistas obtienen 353 de los 486 escaños en la Asamblea. Fue la victoria más contundente de la historia, en que una gran mayoría mostró su rechazo a la turbulencia estudiantil.

Hoy los jóvenes turbulentos de 1968 son abuelos. Algunos quieren revivir esos tiempos. En su intento, cuentan con mucho apoyo juvenil. Pienso en «abuelos» como Bernie Sanders, Jeremy Corbyn o Jean-Luc Mélenchon, y los jóvenes que hoy los rodean y veneran.