«Como otro legado del “rechazo” y el “en contra”, pareciera que votamos para reemplazar lo malo con la expectativa de volver a lo bueno».
Buscando el equilibrio entre el fanatismo delirante (Convención Constitucional) y la obstinación valórica (Consejo Constitucional), los chilenos han dado otra muestra de equilibrio y sensatez. El vértigo pendular está en retirada. Hoy Chile es una sociedad más realista y liberal.
Partamos por las sorpresas simbólicas. En la gran batalla por Santiago, Irací Hassler cayó ante Mario Desbordes. No fueron creíbles sus esfuerzos por la seguridad y dejar atrás su activismo octubrista. El recuerdo de su pasado y sus credenciales comunistas —un anacronismo que en pleno siglo XXI cuesta entender— le pasaron la cuenta. De hecho, el gran afectado en estas elecciones fue el PC. Bajaron de seis a solo dos alcaldes y su “capital político” en votos se desplomó. Marx diría que faltó trabajo.
En Ñuñoa, la alcaldesa Emilia Ríos, que lideró su comuna con demasiado corazón, fue derrotada por Sebastián Sichel. Se perdió ese territorio emblemático de la nueva élite del Frente Amplio y “Ñuñork” vuelve a ser Ñuñoa. Mientras tanto el monumental proyecto en Plaza Egaña, detenido por una de esas corazonadas que azotaron la confianza en la inversión, avanza como lo exige el Estado de derecho.
Y quien se perfilaba como candidato presidencial, la tiene difícil. A Claudio Orrego Larraín se le apareció el viñamarino Francisco Orrego Gutiérrez. El alcance de nombres no es menor. Y lo que representan, tampoco. Esa elección será emblemática. Caerá mucha carne al calor de esa parrilla.
La inesperada derrota de Marcela Cubillos en Las Condes es otra señal simbólica. La comuna más rica de Chile, donde la derecha hace de las suyas, envía un mensaje potente: basta ya de esa política de amigos y enemigos. Si hasta el Frente Amplio asumió las lecciones del “por las buenas o por las malas”. Los Giorgio Jackson y Fernando Atria han sido desplazados por una nueva figura.
Tomás Vodanovic es una carta para el futuro. El alcalde reelecto de Maipú no viene de Ñuñork. Tampoco es de los que han visto peces jugando fútbol. Es un joven político con un perfil distinto, enfocado en la gestión. Tiene un tremendo potencial. Por eso, lanzarse ahora a una presidencial sería suicida. Como lo muestran las encuestas, los chilenos ya no quieren experimentos. Y menos la falta de experiencia que encarna Gabriel Boric.
Para qué hablar de Huechuraba. Max Luksic, el hijo del primogénito de la familia más rica, se atrevió, compitió y ganó. Esto habla bien de él y de Chile. Podría estar trabajando, navegando o conociendo el mundo, pero decidió lanzarse a la política en su país. Su ejemplo, ¿habría sido posible hace cinco años?
La compleja jornada electoral, con elevada participación y una ejecución admirable, fue ejemplar. La ciudadanía dio pautas de madurez cívica y realismo político. Pese a las habituales pretensiones de triunfo, los extremos sufrieron. El PC no puede sacar cuentas alegres. Tampoco el P. Republicano. Recordemos que en la última encuesta CEP los personajes políticos con mayor rechazo eran Lautaro Carmona y Camilla Vallejo junto a Arturo Squella y José Antonio Kast, presidentes y rostros del PC y republicanos. Esto se reflejó en las elecciones. La buena noticia es que hoy el desafío está en el centro.
Después de los treinta años más exitosos de nuestra historia y de un costoso paréntesis con cinco años de estancamiento, Chile vuelve a abrazar el realismo liberal. Como otro legado del “rechazo” y el “en contra”, pareciera que votamos para reemplazar lo malo con la expectativa de volver a lo bueno. Un liberal como Karl Popper lo describió de manera simple: la democracia nos permite cambiar a los malos. Los chilenos, hay que insistir hasta el cansancio, buscan seguridad, valoran lo propio, anhelan esa vieja moderación y quieren solucionar sus problemas. Basta mirar los resultados.