La suspensión de las clases presenciales tiene sus propios riesgos y hacemos mal en ignorarlos.
El retorno a las clases presenciales ha sido ampliamente debatido en el resto del mundo y son varios los países que de forma flexible están volviendo a ellas, pero en nuestro país parece un sacrilegio el mero hecho de plantear la pregunta. Resguardar la salud de la población es sin duda lo más importante, pero también es esencial visibilizar los efectos negativos que genera el cierre de establecimientos en un contexto de distanciamiento social y que afecta de forma dramática a los niños y jóvenes más vulnerables. Estos efectos, a diferencia de los sanitarios, son más difíciles de visibilizar, pero no por ello menos devastadores. La Organización de las Naciones Unidas estima que a nivel mundial el número de niños desnutridos aumenta cada mes en 500 mil como consecuencia directa del cierre de las escuelas. Al problema de alimentación se suma la preocupación por el aumento del maltrato infantil, el abuso de menores, los problemas de salud mental, la deserción escolar y las brechas en los logros de aprendizaje.
En un reciente artículo, publicado en Estudios Público, analizamos la distribución en la población escolar de los principales factores que inciden en las posibilidades del aprendizaje a distancia, tales como las características y el equipamiento físico de los hogares, posibilidades de apoyo de adultos, así como las habilidades lectoras e informáticas con las que los escolares enfrentan este desafío. Los resultados son desoladores.
Por una parte, como país estamos al debe en el desarrollo de habilidades críticas para el aprendizaje a distancia, que supone mayores grados de autonomía. Por ejemplo, el 90% de los escolares de 8° básico no cuenta con las habilidades y conocimientos mínimos para usar de forma independiente un computador como herramienta para recopilar y manejar información (ICILS 2018) y la mitad de los estudiantes de 2° medio no es capaz de comprender un texto de baja dificultad (SIMCE 2018). Por otra parte, las inequidades, ya presentes en el sistema escolar, se exacerban aún más. En casi todas las dimensiones analizadas los alumnos se enfrentan al aprendizaje a distancia desde puntos de partida tremendamente dispares, con mayores desventajas entre los alumnos de establecimientos municipales, zonas rurales y menor quintil de ingresos. Mientras el 96% de los escolares pertenecientes al quintil de mayores ingresos tiene acceso a internet y al menos a un computador en la vivienda, sólo el 47% de los hogares del primer quintil cumple con estas condiciones. Esta medida subestima la brecha y sobreestima el acceso a estas herramientas de los niños más vulnerables, pues los hogares con menores recursos tienen en promedio más niños y menos herramientas tecnológicas que los hogares de más recursos. Esta desigual distribución se repite en las distintas dimensiones analizadas.
Actualmente, sólo el 40% de los escolares ha tenido acceso a educación a distancia (Mineduc 2020). Mientras el 89% de los niños del quintil de mayores ingresos ha accedido regularmente a educación remota, sólo el 27% de los escolares del quintil de menores ingresos ha accedido a ella. Este bajo acceso a la educación eleva el riesgo de la deserción escolar y su desigual acceso y las diferencias en la calidad profundizan las brechas de aprendizaje, no solo al interior del aula, sino también entre grupos socioeconómicos. Ambos riesgos pueden tener consecuencias de largo plazo en términos de oportunidades de vida.
Mirando la evidencia y los riesgos en salud física, mental y emocional de los niños y jóvenes, creemos fundamental debatir la necesidad de retornar lo antes posible a las clases presenciales en la medida que las circunstancias sanitarias lo permitan. Para eso, además de asegurar la implementación de protocolos sanitarios, se requiere diseñar planes flexibles y dinámicos, que permitan adecuar la realidad de las diversas comunidades educativas a las nuevas exigencias sanitarias.
En momentos en que el congreso está debatiendo prohibir en todo Chile el retorno a las clases presenciales este año, independiente de las condiciones sanitarias locales, es importante tener presente que no existe un escenario libre de riesgo. La suspensión de las clases presenciales tiene sus propios riesgos y hacemos mal en ignorarlos.