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Soberanía

Joaquín Trujillo S..

Soberanía

Una persona, un individuo, que pareciera estar completamente solo, apartado de la sociedad, pero que, a pesar de tantos tropiezos, se las ha arreglado para tener un mundo propio consigo.

Figuraba yo hace un tiempo (verano, como ahora) en un bus interprovincial, uno que permanecía detenido en un terminal mientras lo abordaban sus pasajeros

Me disponía a ponerme los audífonos, cuando a mis espaldas, dos o tres asientos más atrás, oí que dos mujeres se encontraban, se saludaban, aunque al parecer no eran amigas. Quizá se vinieran recién conociendo. Quise no ponerles atención, pero fue inevitable.

La más joven, que hablaba muy fuerte, le contaba a la otra que aquel día domingo por la tarde volvía a una clínica, a dos horas de aquella ciudad de provincia, en la que seguía un proceso de rehabilitación. Su compañera de asiento tal vez le preguntó tímidamente en qué consistía ese tratamiento.

—Drogas— precisó ella con toda soltura.

A esas alturas, el silencio en el interior del bus, que ya se había llenado, daba a entender que todos los pasajeros seguían disimuladamente la conversación.

Ella no contaba en qué consistía, pero sí que, a partir de una etapa en la recuperación, se le autorizaba regresar los viernes en la tarde a ver a su familia, para volver en la del domingo inmediato.

Algunos (o tal vez solo yo) imaginaban la tristeza que seguramente la embargaba cada domingo a esa hora, después de almuerzo. En vez de quedarse junto a sus padres o sus hermanos o su novio o sus mascotas, tenía que salir de casa, bajo el sol, dirigirse a ese terminal e ir a encerrarse a dos horas de distancia. Otros, que probablemente sus familiares fueran pocos, quizá una madre nada más, que acaso la extrañaría, o bien no la soportara (la mujer hablaba demasiado fuerte). Si, había en sus modos una vulgaridad encantadora. Si bien decía muchas palabrotas, las combinaba con un léxico entre anticuado y del hampa clásico. Sus vivencias, de las que nos obligaba a enterarnos, tenían algo de ironía y, rimado con eso, melancolía. Llegué a pensar que gozaba de dotes de humorista, una que claramente carecía de público, no obstante dentro de ese bus lo estaba obteniendo.

Contaba a viva voz su antigua vida entre malas compañías, escapándose de su casa, tarde, borracha, sola.

Los motores se encendieron. Ella parece que se tornó hacia la ventana. Había alguien ahí que, de pie en el andén, la despedía.

—Mira— le dijo a su compañera de viaje—, esa que está ahí es mi hija.

—¿Y esos otros niños?

— Ese otro es mi hijo…¡Chao!

— ¿Y esos más chicos?

— Son mis nietos, los hijos de mi hija.

— ¿Y esas niñas?

— Una es mi prima chica, la otra es una sobrina.

— ¿Y esa señora?

— Mi tía.

— ¿Y esa otra?

— Esa vieja no sé quién será, pero igual me hace chao. ¡Chao!

— ¿Tanta gente te vino a encaminar?

Y mientras el bus se desplazaba sobre la losa del terminal, yo me quedé pensando en que la soberanía, de la que tanto han escrito los filósofos políticos, quizá sea algo como eso. Una persona, un individuo, que pareciera estar completamente solo, apartado de la sociedad, pero que, a pesar de tantos tropiezos, se las ha arreglado para tener un mundo propio consigo.