El Mercurio, 8 de julio de 2018
Opinión

Tito, mi amor

Sebastián Edwards.

Hoy, cuando Tito Fouillioux ya no está con nosotros, y la selección tampoco está en el Mundial, conviene recordar ese día casi mágico, cuando hace 56 años se vivió una de las mayores gestas del deporte nacional.

Vi jugar por primera vez a Tito Fouillioux el domingo 11 de junio de 1961. Fue en el viejo estadio Independencia de la Universidad Católica. Ese día la UC se enfrentó a la Unión Española, en la segunda fecha del campeonato. Yo estaba por cumplir ocho años, y este era el primer partido que veía. Fui a la cancha con mi tío Juan Pablo, entonces estudiante de medicina. Esa tarde la Católica goleó cinco a dos, y Fouillioux marcó tres goles. Lo recuerdo como si fuera hoy: las tribunas de maderas carcomidas, la pintura de los asientos descascarada, el marcador de antaño y enclenque.

Según consigna la revista Estadio, esa tarde asistieron a la cancha 7.830 personas, las que pagaron un gran total de 4.081 escudos, equivalentes a cerca de 4 mil dólares. Recuerdo a Fouillioux como un hombre flaco y rubio -él tenía apenas 20 años, pero para mí era un adulto hecho y derecho-, de una velocidad impresionante, que transitaba por el terreno de juego sin cansarse nunca. Sus tres goles fueron seguidos, a principios del segundo tiempo: a los 2, 5 y 9 minutos. Mi fanatismo por la Católica empezó ese mismo día. Desde ese momento, y durante varios años, la seguí con devoción.

Además, desde ese mismo día quise ser futbolista, llevar el número 10 en la espalda, estudiar en la Católica y jugar por ese equipo. También quería que mi sobrenombre fuera Tito. No logré casi ninguno de esos objetivos, pero ver a Fouillioux jugar siguió siendo una fuente de alegría.

Tito apareció en la portada de Estadio N° 987, correspondiente al 26 de abril del 62. Viste la casaca roja de la selección, tiene una pelota en las manos, y su mirada se pierde, tranquila, en el horizonte. Fue titular de la selección mundialera, y jugó en los dos primeros partidos, contra Suiza e Italia. En ese último encuentro se lesionó, y fue reemplazado por Armando Tobar, un delantero eficiente, que también terminaría jugando en la Católica.

Tobar tuvo un rol indirecto, pero fundamental, en el triunfo de la selección sobre la Unión Soviética (2-1), el 10 de junio en Arica. A las 2:39 de la tarde fue derribado en el vértice derecho del área grande.

Los chilenos reclaman penal, pero el árbitro Leo Horn decreta tiro libre.

Lev Yashin, el famoso arquero soviético, les da instrucciones a sus jugadores. Como siempre, está vestido de un negro severo. Las piernas son enormemente largas y mueve los brazos con parsimonia mientras ordena la pared humana que se interpondrá entre su valla y el balón. Sus manos parecen gigantescas y están metidas dentro de guantes, también negros. La distancia, calcula, es de veinticinco metros, y si bien no sabe quién es el encargado del disparo, no le da mayor importancia. La Araña Negra -como es conocido por la afición mundial- ha participado en jugadas como esta en cientos de ocasiones y casi siempre lo ha hecho con éxito. De pronto recuerda, como un mal presagio, el juego disputado hace unos días contra el desconocido equipo colombiano y el sorprendente empate 4 a 4. Con esa disciplina aprendida durante sus años en el ejército, aparta esas imágenes y malos pensamientos y se concentra en el tiro libre que está por ejecutarse. Decide formar una barrera compuesta por solo tres hombres. El resto, indica a gritos, debe ubicarse en el centro del área a la espera del balón que, está convencido, llegará por el aire en busca de las cabezas de los delanteros rivales.

En el lugar de la infracción, Leonel Sánchez toma la pelota en sus manos. La coloca con suavidad sobre el césped, y luego la vuelve a acomodar. Mueve su brazo izquierdo como un molino, en un gesto que los comentaristas interpretan como una orden que dice ‘Todos al área, a cabecear’.

Leonel Sánchez empieza a retroceder. Da uno, dos, tres pasos hacia atrás, y se detiene. Se lleva la mano a la frente para darle una última mirada al arco rival. Es la mano izquierda, algo que Yashin ha notado y que le confirma que el pateador es zurdo; ahora tiene la certeza de que el peligro vendrá de los cabeceadores. Leo Horn toca su silbato indicando que es hora de cumplir la falta. Pero en vez de tomar carrera, Leonel Sánchez da un nuevo paso hacia atrás.

La pelota se eleva y su trayectoria parece ser la convencional. Avanza y, al mismo tiempo, gira sobre sí misma. Pero hay algo fuera de lo común. En vez de girar de izquierda a derecha, lo hace en el sentido contrario. Es por eso que el disparo no se curva -o no se curva aún- hacia el centro del área, donde se encuentran apiñados delanteros y defensas.

Ahora es evidente que algo extraordinario está sucediendo.

En vez de superar la barrera de tres soviéticos por la derecha de Yashin, como todo el mundo esperaba, la pelota está por sobrepasar la muralla humana por la izquierda. Cuando finalmente el arquero entiende que el trayecto del balón no es el que suponía, ya es muy tarde. El disparo, que viene a gran velocidad, sigue curvándose, alejándose de donde se ha ubicado; ahora sabe que Sánchez busca el arco y no a sus compañeros. A pesar de sus famosos reflejos, la Araña Negra no alcanza a lanzarse por los aires en un esfuerzo por detener ese volcán en erupción.

Hay una fotografía que captura el momento a la perfección: Con su gran número 1 en la espalda, Yashin torna la cabeza y ve que la pelota está por cruzar la línea de gol. Honorino Landa alza su brazo derecho con el puño apretado. Tobar, la víctima de la infracción, el que lleva el número de la suerte en la espalda, el que según muchos fue derribado dentro del área, aparece como principal testigo de lo que un comentarista llamará «Justicia Divina».

Chile 1- URSS 0.

Luego vendrán el empate soviético, y el magnífico gol de Eladio Rojas, que sellará la victoria de la roja.

Hoy, cuando Tito Fouillioux ya no está con nosotros, y la selección tampoco está en el Mundial, conviene recordar ese día casi mágico, cuando hace 56 años se vivió una de las mayores gestas del deporte nacional.