La Tercera
Opinión
Filosofía

Tres ángeles en uno

Joaquín Trujillo S..

Tres ángeles en uno

Tres ángeles (no precisamente del Apocalipsis) son los que ilustran metafóricamente nuestra situación. Uno procede de la filosofía, el otro de la religión y un tercero, de la poesía.

El filósofo Walter Benjamin, en sus tesis sobre la historia, meditó sobre una pintura de Paul Klee. A partir del ángel retratado en ella, Benjamin planteó que la “historia” podía describirse como un ángel, uno, en particular, que no dejaba de mirar hacia el pasado manteniéndose de espaldas al futuro. Una inmensa tempestad lo arrastra, mientras ante los ojos de aquel, aquella va acumulando los escombros del mundo, las ruinas de la historia. Es como si, a bordo de un automóvil y huyendo de un tornado, fuéramos observando en el espejo retrovisor la destrucción que parece perseguirnos mientras la vamos dejando atrás.

Acerca de esta célebre imagen se ha señalado la contraindicación del supuesto progreso humano. Por una parte, el progreso nos empuja siempre más lejos, por la otra, no deja de exhibirnos el estropicio del cual nos aparta. Como si, al persuadir a Lot para que abandonase Sodoma, los ángeles, en lugar de exigirle no mirarla nunca, lo hubiesen obligado a huir de ella mirando siempre su destrucción.

Otra idea del ángel es la que encontramos en las prédicas de la líder adventista Ellen G. White, precursora del vegetarianismo y los ayunos intermitentes. La famosa dama estadounidense enseñó junto con sus correlegionarios que, a partir de un momento en la historia moderna, un ángel anotador, una especie de notario cósmico, dejaba en un libro constancia de cada una de las acciones de los cristianos, hasta las más insignificantes, para tenerlo a la vista durante el juicio instruido por Jesucristo. La mirada de este ángel penetraba enteramente la realidad de la cual levantaba acta.

Ese ángel contrasta con el tercero, que fue imaginado por el poeta Rainer María Rilke en sus “Elegías del Duino”. Esta criatura era tan poderosa que se mantenía del todo indiferente a las cuestiones humanas. Y eso era lo conveniente, pues la sola mirada de aquel ángel bastaba para aniquilarnos en el acto, a buenos y malos por igual. Así, el poeta proclamaba que lo que experimentamos como belleza no era sino el primer atisbo de lo terrible de este ángel, lo único suyo que podíamos tolerar.

La sensación de una inmensa acumulación de lo terrible en la historia, un archivo que aumenta sin cesar, que está a la mano y que además descarga su juicio sumario aquí y allá, a veces a entero capricho, se ha incrementado con la disponibilidad de ese magma llamado internet. Antes, averiguar el historial, por ejemplo, de un político, suponía acudir a una hemeroteca. Eso significaba una investigación provista de una metodología. Hoy, la información, por defecto descontextualizada, erupciona a través de los hipervínculos sin mediar interacción con la historia, siquiera la reciente. El ángel anotador se transforma en la tormenta misma y, ante todo, no hay signos que anuncien su peligro, que adviertan que la próxima zona es de rodados.