El Mercurio, 21 de noviembre de 2017
Opinión

Un terremoto discreto

Joaquín Fermandois.

Por el próximo mes tenemos garantizado que la política no será aburrida y que además se repetirá lo que viene de 1999, segundas vueltas más o menos ajustadas.

Salvo el Frente Amplio, todos los otros actores deben estar algo perplejos. Se trata de una inseguridad surgida de la extraña conducta tentada por la autodestrucción que acometió primero a la centroderecha en el 2013; y en estos últimos años a lo que había sido la Concertación, que quiso borrar con una mano lo que había escrito con la otra.

Con todo, no es algo extraño. En muchas democracias del globo los partidos tradicionales han visto mermar sus fuerzas o incluso se han evaporado, como la DC en Italia. El domingo, más de un tercio de los votantes se alojó en candidaturas nuevas (aunque ME-O lleva 10 años), algo parecido a lo que sucedió en Alemania y Francia, para no hablar de tantos países latinoamericanos. En este sentido, el protagonismo de dos fuerzas herederas del espíritu post-plebiscito de 1988 conserva una tenue vigencia. Ello es más cierto en la centroderecha, cuyas dos candidaturas obtuvieron el 44% y que casi gana la mayoría en la Cámara. Habría que regresar a los años 1930 para observar un panorama semejante en la derecha.

De los perdedores, en esta hora de ajuste de cuentas, la Democracia Cristiana ha sido el blanco favorito de la sorna. Se adivinaba desde hace años. Mantenía una clase política capaz, aunque perdiendo perfil de ideas y norte estratégico. Por otro lado, se da la amarga paradoja de que cuando decidió remozarse como centroizquierda auténtica, era tarde y había un desajuste entre el discurso ético de la candidata y el rumor sordo de las filas partidistas, preocupadas por los cupos en una alianza basada en acuerdos de pasillo. Además, en este caso las encuestas no se equivocaron.

La otra derrota fue de la ex Concertación y Nueva Mayoría (tampoco se equivocaron mucho las encuestas), cuyo candidato obtuvo el 22% de los votos. Su representación parlamentaria, siendo más amplia adolece del problema de la candidatura, que bailó demasiado al son de lo que se creía era el gusto de la calle y en vez de flexibilidad demostró pisar el suelo fangoso de la veleidad. Paradoja: tiene su oportunidad el 17 de diciembre.

Aunque estaba sobreaviso, la centroderecha fue sorprendida, como tantas veces, por un error de las encuestas y la cosa se pone ardua para Piñera. No fue sin embargo una derrota si se mira desde otra perspectiva. Logró lo fundamental, mantenerse como contrapeso abrumador ante cualquier desmadre del sistema gracias a su masa electoral, lo que la confirma como un polo en el juego político. No es la derecha frente al pueblo; es casi la mitad del pueblo (ojalá que la misma derecha no olvide que se votó por ella no por apoyar una oligarquía o al «capitalismo», sino que para atenerse a un camino que no ha sido nada de malo, por desconfianza además de las subastas de paraísos). No toda su representación dependía del maldecido binominal.

El error en las encuestas se focaliza en la indudable victoria del Frente Amplio, tanto de su candidata como de sus parlamentarios. Se terminó por consolidar una izquierda antisistema, aunque por ahora no es extrema izquierda. Reproduce dentro de lo que se puede al populismo latinoamericano. Debe hacernos reflexionar que, en política, en el mundo solo en parte de la Europa mediterránea y de América Latina existe algo así como un neo-marxismo con manifestaciones vitales. El tiempo dirá si será para vitalizar a una izquierda democrática o se mantendrá en su meta de una república de movilizaciones.

En todo caso, por el próximo mes tenemos garantizado que la política no será aburrida y que además se repetirá lo que viene de 1999, segundas vueltas más o menos ajustadas, con la excepción de Michelle Bachelet el 2013, este año de resultado más incierto que otros.