La Tercera, 21 de diciembre de 2014
Opinión

Una infinidad de propuestas mejores

Sebastián Edwards.

En su entrevista en la revista Capital, la Presidenta Bachelet dijo que el suyo es un gobierno que dialoga; un gobierno que escucha a los ciudadanos, a los políticos de oposición y a la sociedad civil. Con esto negó que en su administración operara una retroexcavadora. De hecho, la Presidenta fue más allá y dijo: “[si] ustedes creen que tienen una propuesta mejor, plantéenmela”.

«El problema con esta aseveración es que hay decenas de propuestas mejores que el proyecto de reforma educacional del gobierno. En vez de apertura de mente y flexibilidad, los arquitectos de la reforma han mostrado rigidez y un cierto dogmatismo. Porque la verdad es que el proyecto presentado por el gobierno es malo”.

Es excesivamente complejo, confunde a los padres, hace cambios mayúsculos sin haber contado con planes piloto, y propone mecanismos de selección burdos e ineficientes. Además, ignora la realidad del sistema educativo nacional y, lo que es más serio, parte por donde no debiera haber partido.

Diagnóstico y realidad

Es verdad que Chile tiene un sistema educativo desigual y segregado. También es verdad que el sector se ha mercantilizado, que la educación pública ha sido abandonada y que la educación religiosa tiene un papel que no se condice con un país moderno.

La segregación escolar, a todos los niveles, incluyendo el universitario, ha ido minando la cohesión social y el sentido de nación. Nada de esto es bueno, y necesita ser confrontado. En ese sentido, todo el mundo (o casi todo el mundo) está de acuerdo con una reforma que termine con la segregación, mejore la calidad y reduzca la mercantilización. La pregunta no es si se debe hacer una reforma, la pregunta es cómo hacerla, y en qué orden. Qué hacer primero y qué hacer después, con qué énfasis y con qué salvaguardias.

También es cierto que la educación chilena es de mala calidad. Pero -y esto es muy importante- siendo mala, no es una educación “súper pésima”. De hecho, de acuerdo con las pruebas más confiables, y en particular según la prueba Pisa, Chile tiene la educación de mayor calidad en América Latina, mejor que Uruguay, Argentina, Brasil, Colombia, Perú. En la Pisa de matemáticas del 2012 (la última disponible) los niños chilenos obtuvieron 423 puntos, el país latinoamericano que lo sigue es México, 10 puntos más abajo; en la prueba de lectura el puntaje chileno fue 441, con México 17 puntos más abajo, y en ciencias, Chile obtuvo 445 puntos, seguido de Uruguay, con 29 puntos menos. En cada una de estas pruebas el último lugar le correspondió a Perú, con 368, 384 y 373 puntos en cada una de estas pruebas.

Desde luego, el que tengamos la mejor posición dentro de América Latina no debe traducirse en complacencia o inmovilismo. Pero tampoco debe ser ignorado en el momento de diseñar una reforma. Es posible que si la reforma no se hace bien, se produzca un retroceso y que pasemos del sistema deficiente actual a uno de verdad muy malo. Es justamente en este contexto que las palabras de la Presidenta Bachelet cobran fuerza. Le dijo a Capital: “Mi primer sentido fue partamos por la educación pública…”. Pero por razones no del todo claras, el “primer sentido” de la Presidenta no fue considerado. En vez de seguir las ideas de Bachelet se prefirió aplacar a la bancada de diputados juveniles y empezar por el “lucro” y el “copago”.

Partir por el principio

En Alicia en el país de las maravillas el rey le dice a Alicia en un tono grave: “Empiece por el principio, y continúe hasta que llegue al final; entonces, deténgase”.

Esta idea es una de las piedras angulares de la teoría moderna de decisiones, y está siendo violada en el proceso de reforma educativa en Chile. En vez de partir por el comienzo, la reforma está empezando en la mitad. Uno de los riesgos es que el proceso se detenga antes de llegar al verdadero final, y que quede trunco, sin nunca haber abordado con seriedad los problemas de la educación pública y de la calidad.

Al hablar de políticas públicas los sajones distinguen entre políticas que “atraen” de aquellas que dan “empellones” – en inglés se habla de la diferencia entre políticas de “pull” y políticas de “push”. Las primeras están tan bien diseñadas que el público se siente atraído por el nuevo régimen o sistema, y voluntariamente se mueven hacia él; las segundas -las políticas de “push”- consisten en obligar, por medio de empujones, a que la gente abandone el sistema actual y migre al nuevo.

La reforma educativa chilena está basada en los empujones. En contraste, una reforma educativa consistente con el “primer sentido” de la Presidenta hubiera estado basada en la “atracción”. La idea es generar mejoras tan importantes en la educación pública, que prácticamente ninguna familia quiere tener a sus hijos en el sistema privado o subvencionado.

«Imagínese lo siguiente: colegios públicos con bibliotecas bien surtidas, con sistemas computacionales de última generación, con un gimnasio moderno, con profesores de calidad, con un preuniversitario y con formación bilingüe. Y todo esto gratis. Ante esta realidad, los padres se moverían voluntariamente -serían atraídos y no empujados- a este nuevo sistema. La atracción sería tal, que en un período corto de tiempo los colegios que cobran se irían quedando sin alumnos. Esto es, precisamente, lo que sucede en los países modernos; esto es a lo que debiéramos aspirar; este es el proceso que la reforma debiera haber seguido”.

Claro, dirá más de alguien, esa es una ilusión, ya que no hay recursos para tal maravilla. No lo sé. Pero lo que sí tengo claro es que invertir en este proyecto, en vez de subsidiar a la clase media alta y a las elites por medio de la gratuidad universitaria, es más justo y eficiente. En esto, como en otras cosas, las prioridades del gobierno no son del todo consistentes con el objetivo de mayor igualdad y libertad.

Esta reforma está cambiando el mejor sistema de América Latina, sin tener la menor idea de si su sustituto va a ser mejor.Y esto es una tremenda irresponsabilidad. Lo correcto, lo consistente con “empezar por el principio”, es haber implementado tres o cuatro planes piloto en distintas comunas del país. Una vez que estos planes piloto han sido evaluados se puede hacer una propuesta de reforma seria y responsable. ¿Toma tiempo? Desde luego que sí. Pero de eso justamente se trata, de hacer las cosas bien y con calma. Al fin y al cabo, estamos hablando de la vasta mayoría de los niños de Chile. Pero a los arquitectos de la reforma -y a muchos parlamentarios de la Nueva Mayoría- parece no importarles, después de todo aquí no está en riesgo el futuro de sus hijos y nietos; esos niños van a colegios del barrio altos, a colegios de curas que no serán tocados por la reforma.

Asignar bien

Terminar con la selección hace todo el sentido del mundo. Los colegios no deben discriminar entre sus alumnos. Pero nuevamente nos encontramos con la pregunta de cómo hacerlo. Y aquí hay problemas. El proyecto actual opta por la solución más fácil y pedestre: tómbolas locales, loterías descentralizadas que difícilmente se pueden supervisar y que, posiblemente, terminen en corrupción y arreglines.

El problema de cómo asignar a estudiantes a distintas escuelas ha sido estudiado en gran detalle por expertos en el mundo entero. Hace tan sólo unos días (el 5 de diciembre) el New York Times publicó un artículo explicando cómo en la ciudad de Nueva York se usa un sistema centralizado que asegura que los estudiantes son asignados, por medio de un programa computacional, a los colegios públicos de manera óptima. El sistema se llama “algoritmo de aceptación diferida” y está basado en el análisis sobre estabilidad matrimonial que realizó mi colega de Ucla (y premio Nobel) Lloyd Shapley en los años 1960. La característica básica de este sistema es que una vez realizada la asignación -proceso que toma en cuenta las preferencias de los alumnos y de los establecimientos-, nadie piensa que estaría mejor si hubiera sido asignado a una escuela diferente. Según el New York Times, antes de que se usara este sistema el proceso era “un desastre…, un caso típico de mercado congestionado”.

El nuevo modelo fue diseñado en los años 2000 por un equipo liderado por Alvin Roth, otro premio Nobel, y ha resultado en alivio, eficiencia y tranquilidad. Hace unos días los expertos de Centro de Estudios Públicos (CEP) -institución de cuyo consejo formo parte- propusieron que, como parte de la reforma, Chile adoptara el sistema de Shapley-Roth. Es una idea buenísima y probada, una idea eficiente que no experimenta con el futuro de nuestros niños. Una propuesta que, en el lenguaje de la Presidenta, es “mejor”, una idea que debe ser incorporada a la reforma.