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Una madre fantástica

Joaquín Trujillo S..

Una madre fantástica

Claudio Arrau había sido hijo de la guerra. Su padre Carlos Arrau Ojeda, oftalmólogo, junto a sus hermanos Eduardo y Maximiliano también médicos, participaron en la Guerra del Pacífico, en varias campañas. Otra guerra le quitó a su mejor discípulo.

Desde su invención en el siglo XVIII el piano se fue perfeccionando mientras proliferaban quienes le extraían todo su potencial. Se sucedieron maestros y discípulos en el abordaje de esta máquina. Franz Joseph Haydn educó a uno de los más grandes compositores para este instrumento, el atormentado Beethoven, quien, a su vez, hizo lo propio con Carl Czerny, al que se debe el desarrollo más extraordinario de la técnica del piano moderno. De él fue discípulo Franz Liszt, el titán adherido a la máquina. Luego, su discípulo Martin Krause fue el maestro fundamental de este instrumento en el mundo del cambio de siglo. Sin embargo, el certamen indiscutible, el Premio Liszt se mantenía desierto por décadas, no había ningún pianista en toda Europa que pudiera ganarlo.

Mientras tanto, en el fin del mundo, una mujer en Chillán tocaba a Bach. Su pequeño hijo le pedía más y ella intuyó que podría tener talento. Comenzó a darle clases ella misma. En 1906, el terremoto de esa ciudad echó abajo la casa en que vivían. Ella lo creyó muerto, pero el niño salió de entre las ruinas.

Poco tiempo después, este niño se demostró una gran promesa del piano. Siempre junto a su madre, ella consiguió que el Congreso Nacional de Chile le concediera una beca para continuar estudios en Alemania. Viajaron a aquella capital de la música. La pianista chilena Rosita Renard lo presentó al maestro Martin Krause, ese mismo, el que había sido discípulo de Czerny. “Este niño será mi obra maestra” dijo él, a pesar que el chico no fue capaz de lograr en tres días dos de los doce estudios trascendentales de Liszt.

En 1914 estalla la Gran Guerra que iría involucrando a todas las potencias del planeta. Una especie de agujero negro succiona a Europa en su mismo centro. La cultura se suspende, cientos de miles de jóvenes talentos son arrastrados a la aniquilación. Muchos huyen a América, el continente de la paz. Los sistemas de pago se rompen, Lucrecia no sabía hablar alemán y su hijo ya no reciben la beca. ¿Acaso ustedes no volverán a su país?, le preguntan. No, no volverían todavía. La educación del niño no podía quedar trunca. Ni siquiera esa destrucción absoluta bastaría para doblegar las más finas sutilezas que el piano tenía que entregar.

Otra vez entre las ruinas, esta vez de una Europa humiente, aquel ya joven llamado Claudio Arrau León ganó el Premio Liszt, ese imposible de lograr.

Había triunfado Lucrecia León. La estupidez de los grandes hombres no había podido interrumpir lo más importante, la genealogía de lo bello y lo que un niño es capaz de dar.

Claudio Arrau había sido hijo de la guerra. Su padre Carlos Arrau Ojeda, oftalmólogo, junto a sus hermanos Eduardo y Maximiliano también médicos, participaron en la Guerra del Pacífico, en varias campañas. Otra guerra le quitó a su mejor discípulo. Karlrobert Kreiten comentó a sus amigos que Alemania perdería la Segunda Guerra, y una vecina lo escuchó. La Gestapo lo arrestó durante un concierto y lo colgó en la horca.

A 40 años del Premio Nacional de Arrau, no olvidar a la madre del cordero.