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Verdad y libertad

Joaquín Trujillo S..

Verdad y libertad

Si fuese por solo cuidar la verdad, la libertad nunca hubiese existido.

Es cierto que la verdad debe ser defendida, pero no a despecho de la libertad. Y, entre muchas, hay una razón que es de clásica política romana.

¿Podemos vivir sin la verdad? ¿Acaso no la empleamos en cada uno de nuestros procesos, actos, trámites? ¿Por ejemplo, surgir mintiéndonos acerca de nuestro presupuesto mensual? Y entonces, ¿por qué se insiste en que la verdad sobre nuestra historia común pueda dejarse a merced de las falsedades propaladas por desvergonzados? ¿Tiene sentido exigir la verdad, en un caso, y evadirla, en otro? Requerimos de ella, no podemos prescindirla por mucho tiempo.

Pero ¿cuáles son los métodos para obtenerla y preservarla?

Uno de ellos ha sido la libertad propia de la curiosidad, investigación, palabra y divulgación. Ante los errores y las mentiras, es esa libertad la que puede resarcir la verdad, devolverla al lugar que le pertenece. Ausente, todos los caminos de restitución quedan bloqueados.

Sin embargo, se dirá que esa libertad puede ser utilizada precisamente para reforzar los errores y las mentiras. ¿Es correcto, como dijo Goethe, que solo defienden la libertad de prensa aquellos que quieren abusar de ella? ¿No sería por lo mismo conveniente restringir esa libertad para que la verdad no sufra menoscabo? Esta pregunta asume que la verdad ya la conocemos y que, por lo tanto, la libertad valiosa es solamente aquella que contribuye a pulir esa verdad.

Si fuese por solo cuidar la verdad, la libertad nunca hubiese existido.

Es cierto que la verdad debe ser defendida, pero no a despecho de la libertad. Y, entre muchas, hay una razón que es de clásica política romana.

Los errores y las mentiras tienen vocación de mártir. Basta con que les demos una persecución más allá de lo prudente para que adquieran una aureola, y que pasen a confundirse, a mezclarse, con los exponentes más genuinos, esos defensores de la verdad que resisten el paso de los siglos. Los mentirosos no mienten solo una vez, así que se los puede redescubrir. Pero menos si han alcanzado la alta vanidad de (falsas) víctimas.

El error o la mentira perseguidos en nombre de la verdad se diseminan como pandemia. Se transforman en una clave privada y esotérica, trabajan el paralenguaje, circulan por vías casi telepáticas, siempre con certeza animal. La proscripción les facilita un vasto campo, una realidad alternativa en la que moverse a placer. Como ya no se autodelatan en el espacio común, se vuelve un enredo interpelarles críticamente.

De ahí que perseguir la libertad, en el nombre de la verdad, es un pésimo negocio para la verdad misma.

El ser humano es homo verax, uno que averigua la verdad, que no se sosiega mientras olfatea la contradicción. Por eso, disminuir la libertad de palabra o divulgación no ayuda en nada a la verdad. Tiende sobre ella el manto de la siguiente duda: ¿por qué esta verdad, si lo es tal, necesita que la defiendan tanto? Y claro, hay quienes mienten tan seguido que temen que la mentira pueda jugarles en contra. Les asusta al extremo de sacrificar la libertad.

De forma tal que a las tremendas palabras “La verdad os hará libres” puede siempre sumarse: la libertad os hará veraces.