La Tercera, 3 de agosto de 2014
Opinión

Vidas paralelas: Pablo Neruda y Graham Greene

Sebastián Edwards.

Hace unas semanas se cumplieron 110 años del nacimiento de Pablo Neruda. La ocasión fue celebrada a lo largo y ancho del país: nuevas ediciones de su obra fueron publicadas, se dictaron conferencias, hubo recitales y lecturas de sus poemas.

Lo que pocos saben es que ese mismo año 1904 nació otro grande de la literatura universal, el novelista inglés Graham Greene, cuya vida tuvo interesantes paralelos con la de nuestro poeta.

Graham Greene se convirtió al catolicismo en 1926. A los pocos años de casado, se enamoró en forma perdida de otra mujer, pero como buen católico -o mejor dicho con esa estrictez de los conversos-, descartó de plano la posibilidad de divorciarse. Esto no sólo lo hizo sufrir, sino que, además, se reflejó en su obra, la que está plagada de instancias donde los personajes enfrentan decisiones morales que los paralizan y que, una y otra vez, terminan destruyéndolos. Quizás una de sus novelas más bellas que trata sobre estos temas es El fin del affaire, llevada dos veces al cine -la primera en 1955 con Deborah Kerr y Van Johnson, y la segunda en 1999, con Ralph Fiennes y Julianne Moore.

La insistencia de Graham Greene por introducir una moralidad católica en sus novelas enfureció a más de un crítico, al punto que muchos creen que ello le costó el Premio Nobel.

Neruda y Graham Greene tenían mucho en común. Ambos fueron fervientes defensores de la doctrina a la que se habían convertido -Neruda al comunismo y Greene al catolicismo-, y ambos mantuvieron luchas internas por tratar de vivir de acuerdo a esa doctrinas. Pero lo que de verdad los unía era la isla de Capri. En 1948, y con el dinero obtenido con la venta de un guión, Greene compró una casa blanca y simple en Capri. Como todas las casas del sur de Europa, la vivienda tenía un nombre, Il Rosaio, y quedaba en la cima de la rocosa isla, en Anacapri, no muy lejos de Saint Michele, la famosa villa del escritor sueco Axel Munthe.

Greene usó Il Rosaio como un nido de amor, y ahí vivió los primeros meses de su tórrido romance clandestino con Catherine Walston, una americana riquísima, que tenía un curioso matrimonio “semi- abierto” con un aristocrático inglés, el que, además de encargarse de sus negocios, fungía como político del Partido Laborista. Y como es bien sabido -y fue captado de manera magistral en el filme Il Postino-, fue también en Capri donde Neruda vivió los meses más intensos de su relación secreta con Matilde Urrutia.

De hecho, fue en la isla donde Neruda escribió Los versos del capitán, uno de los libros más hermosos, intensos y eróticos del siglo pasado. Libro que en un comienzo fue publicado en forma anónima, para así proteger a las dos mujeres más importantes en la vida del poeta: Matilde Urrutia y su segunda esposa, la pintora Delia del Carril (“La Hormiga”).

Neruda y Matilde llegaron a Capri en 1952, cuando el romance entre Greene y la Walston ya estaba en vías de extinción, no por falta de interés por parte de él, sino que porque ella, quien para emularlo también se había convertido al catolicismo, empezó a tener dudas sobre la moralidad del arreglo.

Durante el otoño de 1952, la Walston decidió no viajar a Capri, y se quedó junto a su esposo en Londres. Devastado y tristísimo, Greene emprendió la romería hasta Il Rosaio junto a un amigo que lo ayudó a paliar la desesperación bebiendo una interminable sucesión de gin and tonics. Y ahí, en medio del desconsuelo, Greene pensaba en el suicidio, cuestión que también lo complicaba, ya que según la Iglesia Católica quitarse la vida es uno de los pecados más serios que alguien puede cometer.

Me imagino que en un par de ocasiones cenaron en el Gran Caffé, un restaurante rústico en la piazzetta de Capri, que era el favorito de Greene. No sé si habrán hablado sobre amores ilícitos y lealtades divididas, sobre traiciones y exilios, sobre conversos o ascetas. No lo sé, pero supongo que sí lo hicieron. Los veo compartiendo una botella de vino. Dos hombres de letras, exitosos, de la misma edad, y tan diferentes el uno del otro: uno latino hasta la médula y el otro flemático y sajón. Los veo intercambiando, en forma discreta, experiencias y vivencias, contándose algunas infidencias sobre amores y amantes, las que, se sobreentendía, quedarían entre ellos, y jamás serían divulgadas a terceros.

Supongo que también habrán hablado sobre Chile y la “ley maldita” de González Videla, ley que había obligado a Neruda a sumirse en la clandestinidad y a abandonar el país. Los imagino conversando sobre México, donde Greene situó una novela tristísima y desgarradora -El poder y la gloria-, y donde, supuestamente, Neruda había recién publicado El Canto General. (La verdad es que el magistral libro fue impreso clandestinamente en Chile, por un grupo de obreros linotipistas dirigidos por Américo Zorrilla, quien años después fuera ministro de Hacienda del doctor Salvador Allende).

Durante toda su vida Greene tuvo una relación curiosa con América Latina, y si bien despreció al México autoritario y corrupto del PRI, amó a la Nicaragua sandinista y a todos los movimientos contestatarios y guerrilleros de la región. En particular, admiró la temprana revolución cubana, a cuyos líderes ayudó en los años 50, cuando viajó varias veces a la isla con motivo de la filmación de su novela Nuestro hombre en La Habana.

Además de escritor, Greene fue, durante la Segunda Guerra Mundial, agente secreto de su majestad británica. Pero si bien sus labores encubiertas duraron poco, los rumores persistieron hasta el final de su vida. Lo acusaron de ser espía en varios países: en Indochina los franceses estaban convencidos de que aún trabajaba para MI6, y en los Estados Unidos le negaron una visa, ya que el Departamento de Estado sospechaba que tenía un pasado, aunque quizás también un presente, de lealtades comunistas.

Pero lo más curioso es que durante años un personaje turbio y escurridizo, que se hacía pasar por Graham Greene, lo suplantaba en fiestas y lecturas de textos, en tertulias y galas cinematográficas. El individuo en cuestión aparecía fotografiado en Ginebra o Cannes, cuando el verdadero Greene se encontraba en Panamá o en Saigón. Incluso, dicen, más de una mujer se equivocó y terminó en la cama del falso novelista.

Graham Greene estuvo en Chile en sólo una oportunidad, y cuando lo hizo Pablo Neruda no estaba en el país, era nuestro embajador en París. En 1971 el escritor viajó desde Buenos Aires, ciudad que había visitado para hacer las últimas revisiones de su novela El cónsul honorario, la que había situado en Argentina. En Chile, Greene paseó por los cerros de Valparaíso y se reunió con el Presidente Salvador Allende. Fue un almuerzo largo y privado. Al terminar, el novelista se retiró a su hotel luego de hacer declaraciones escuetas en apoyo del proceso político chileno. Hoy en día esa visita ha sido casi olvidada. Y entre los pocos que la recuerdan, hay algunos que aseguran que quien compartió empanadas y vino tinto con el doctor Allende no fue el verdadero novelista; dicen que fue el impostor, el falso Graham Greene, el aprovechador y timador de mujeres.