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Volver a empezar

Juan Luis Ossa S..

Volver a empezar

Lo he dicho en otras columnas, pero vale la pena repetirlo: el cambio constitucional llegó para quedarse, de eso no hay duda. Lo importante ahora es unir algunos criterios básicos para tener una Constitución construida entre todos, sin arrogancias, exclusiones ni vetos. El plebiscito de septiembre es sólo el comienzo.

Las encuestas vienen mostrando un alza sostenida del “Rechazo”. Hay distintas razones para dar cuenta de dicha tendencia, aunque dos se repiten en casi todas las mediciones: por un lado, el espíritu poco dialogante -a veces incluso soberbio y arrogante- de los convencionales ha generado descontento y rabia en una población cada vez más deseosa de acuerdos transversales.

Por otra parte, muchos de los artículos de la propuesta de la Convención hacen de Chile un laboratorio experimental, con todos los costos que ello podría acarrear. Es cosa de ver cómo quedó el sistema político propuesto, construido en base a un extraño presidencialismo con bicameralismo asimétrico: de aprobarse el borrador, el nuestro pasaría hacer el primer país del mundo con un régimen con esas características. En momentos cuando la incertidumbre campea, ese salto al vacío simplemente no pinta bien.

Ello explica las voces de alerta. Los senadores Rincón y Walker han liderado las negociaciones para encontrar un mecanismo que permita continuar el proceso constituyente en caso de que triunfe el “Rechazo”, convencidos como están de que el mandato ciudadano en el plebiscito de entrada fue fuerte y claro: el país requiere y merece una nueva Constitución.

Los académicos también han hecho lo suyo. Constitucionalistas de centroizquierda, como Jorge Correa y Zarko Luksic, publicaron hace unas semanas el documento “Una Constitución alternativa para Chile”, el cual plantea que, así como no “resulta viable ni conveniente que la actual Constitución permanezca inalterada”, el borrador “elaborado por la Convención Constitucional” tampoco concita “el amplio consenso ciudadano que requiere una Carta Fundamental”. De ahí la necesidad de actualizar, mediante la preparación de un nuevo texto, “los elementos más genuinos de la cultura democrática chilena a la luz de los desafíos” del siglo XXI.

Desde la centroderecha ha ocurrido algo similar: la plataforma www.casadetodos.cl reúne una serie de “propuestas elaboradas sobre la base de Iniciativas Populares de Norma y de convencionales constituyentes de todos los sectores”. Es decir, lejos de desechar el trabajo de la Convención, esta “invitación” contempla nudos y conceptos ya discutidos con el objeto de contar (si es que el texto de los convencionales no es aprobado) con una “buena nueva Constitución” que sea representativa de la sociedad en su conjunto.

El uso de la palabra “invitación” no es casual: nadie está en condiciones de arrogarse la última palabra en una cuestión tan significativa como la creación de un pacto constitucional. Lamentablemente, la izquierda octubrista no piensa igual y, de hecho, está más interesada en convencernos de que la Convención sería una suerte de espacio sagrado e intocable que en reconocer la legitimidad de quienes piensan distinto. Vaya concepción de democracia esa que no acepta la crítica e impone una concepción única de la vida política y social.

Todo esto es especialmente grave. Lo que está en juego no es una ley o una reforma más, sino los pilares institucionales que sostendrán nuestra convivencia. Así las cosas, me pregunto si no habrá llegado el tiempo de volver a empezar; de asumir que el “Rechazo” puede ganar, pero que eso no significa tirar por la borda lo que hemos avanzado.

Lo he dicho en otras columnas, pero vale la pena repetirlo: el cambio constitucional llegó para quedarse, de eso no hay duda. Lo importante ahora es unir algunos criterios básicos para tener una Constitución construida entre todos, sin arrogancias, exclusiones ni vetos. El plebiscito de septiembre es sólo el comienzo.