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De excesos y carencias

De excesos y carencias

Ciertamente liderar una coalición de gobierno que combina el chúcaro asambleísmo frenteamplista junto al tesón y voluntad de poder del PC exige un juego de máscaras. Pero no se puede abusar tanto del dios Jano.

Con buenas razones se ha comparado el estallido social del 2019 con el reciente estallido del Rechazo. Aunque hay diferencias, este ejercicio tiene asidero. En cierto sentido refleja ese vértigo pendular que tanto nos apasiona, esa excepcionalidad tan propia de nuestra tierra al sur del mundo, ese incansable ir y venir en busca del virtuoso medio aristotélico. En Chile aprendemos de nuestros excesos, pero vivimos de nuestras carencias.

El primer estallido fue gatillado y azuzado por la violencia, el fuego y la destrucción. A los pocos días el Presidente Piñera dio el pase al Congreso. En menos de un mes, las fuerzas políticas —sin el PC y sectores del Frente Amplio— firmaron el histórico “Acuerdo por la Paz y una Nueva Constitución”. Esta fue una válvula de escape política, una salida que permitió sostener la amenazada institucionalidad democrática. Pero para algunos actores que hoy son parte del Gobierno, el objetivo era otro: derrocar al gobierno de Piñera.

Nuestra democracia, no debemos olvidarlo, vivió en peligro. La violencia fue ignorada. Y a ratos, utilizada. Pocas voces se atrevieron a defender lo más esencial. En cambio, muchos se sumaron al desfile de ese coro trágico. Todo era malo. La culpa era de los demás. Y la palabra responsabilidad solo se usaba para exigir y acusar. Para la incipiente élite política, Piñera era Pinochet, la Concertación unos traidores, y los privados unos abusadores. Así nos llenamos de Erinias y Furias seguidas por bandadas de gorriones de alguna fe. El poder, ya lo sabían los clásicos, también tiene visos de tragedia.

El reciente estallido del Rechazo no fue gatillado por la violencia, el fuego o la destrucción, sino por las urnas. Fue, como señaló Ernesto Ottone, con “lápiz y papel”. Al reconocer la derrota, el Presidente Boric, en circunstancias muy distintas, hizo lo mismo que Piñera. Le pasó la pelota al Congreso. Y así como Piñera sacrificó a Chadwick, Boric entregó a Siches (eso sí, retuvo al compañero Jackson para mantener su círculo de hierro). Y como la historia se parece o rima, el chascarro de Cataldo incluso superó al de Ward y Blumel.

Pero existen carencias. Si la “reforma constitucional” era una prioridad baja de la ciudadanía antes y después del histórico Acuerdo —en la encuesta CEP solo aumentó del 3% al 7% entre mayo y diciembre de 2019—, las prioridades de la ciudadanía siguen siendo las mismas: seguridad pública (“delincuencia, asaltos, robos”), pensiones, salud y educación. Sabemos que las necesidades no siempre coinciden con las grandes y profundas ideas políticas. Lo que piensa y siente la ciudadanía no siempre es igual a lo que piensa y siente la política. Es más, lo que vemos en las calles y en las marchas —solo recuerde el masivo cierre del Apruebo— tampoco refleja lo que piensa y siente el país. Ahora el gran desafío es salir airosos del túnel constitucional y avanzar en las reformas que anhelan y esperan los chilenos. Para eso, el Congreso tiene la palabra. Y el poder.

El gran dilema lo tiene el Presidente Boric. Al reconocer la derrota, aseguró que no dará “ni un paso atrás”. En seguida agregó el eslogan de la “gradualidad sin renuncia”. Ciertamente liderar una coalición de gobierno que combina el chúcaro asambleísmo frenteamplista junto al tesón y voluntad de poder del PC exige un juego de máscaras. Pero no se puede abusar tanto del dios Jano.

Antiguamente los visitantes al oráculo de Delfos eran recibidos por dos máximas. Una decía “conócete a ti mismo” y la otra, “de nada demasiado”. En esta nueva oportunidad histórica hacia la convergencia, al añorado centro y a los acuerdos, solo cabe esperar que el Gobierno, así como lo ha hecho el país, también aprenda de sus excesos y carencias. Vaya desafío para el nuevo triunvirato de Carolina Tohá, Ana Lya Uriarte y Mario Marcel.