El Mercurio
Opinión
Constitución
Política

¿Rima o se repite?

¿Rima o se repite?

En la franja televisiva hay algo ochentero. Viejos actores aparecen prometiendo. Y nuevos actores cruzan los viejos puentes.

A Mark Twain se le atribuye la frase “la historia no se repite, pero a veces rima”. Hay cierto consuelo en esa idea, algo que nos conecta con el pasado. Pero esa conexión es tenue. Es solo un vínculo, no una carga. Habría evolución, pero no repetición. Sin embargo, Darwin, el padre de la evolución, habría sido más provocativo: “la historia se repite y ese sería uno de los errores de la historia”.

Pronto se cumplirán tres años del estallido social del 18 de octubre. En medio del fuego, la violencia y las sentidas demandas por los cambios postergados, nuestro sistema político reaccionó rápido. En menos de un mes se firmó el “Acuerdo por la Paz y una Nueva Constitución”. Gabriel Boric, contra la voluntad del Partido Comunista y sectores radicales del Frente Amplio, firmó ese acuerdo. Esa firma le valió la Presidencia. El PC y sus socios querían derrocar al Presidente Piñera y disolver la institucionalidad democrática. Boric primero derrotó al PC y a Jadue. En seguida le ganó a JAK. Encarnó la promesa del cambio. Pero no cualquier cambio.

La nueva Constitución fue una válvula política para salvar la democracia. Esa promesa estaba cargada de esperanzas y símbolos. Sería la nueva transición. Con rigor republicano y esmero legal se preparó el camino. Y con un extraño sistema electoral elegimos 155 convencionales. Nuevamente éramos “únicos y excepcionales”. El mundo nos observaba. Y volvíamos a ser un nuevo laboratorio. La emergencia de independientes, la paridad, los escaños reservados, eran solo algunos ejemplos. Era la “nueva vía”. Y si antes vivimos bajo la hegemonía de los economistas, ahora era el turno de los abogados.

La puesta en escena auguraba dificultades, pero se mantuvo la esperanza de la “casa de todos”. El bullado caso Rojas Vade fue un balde de agua fría. La Lista del Pueblo rápidamente cambió su nombre. Se definió una hoja de ruta y comenzó la discusión. El país se puso a disposición de la Convención. Hubo iniciativas populares. También universidades, organizaciones civiles, centros de estudio e intelectuales que le pusieron el hombro. Y académicos de todo el mundo venían a observar este nuevo experimento.

Poco a poco las ideas de “dignidad” y “empatía” fueron desapareciendo. El grupo dominante asumió las riendas del poder constituyente. Entonces se acuñó la diferencia entre los “octubristas” y los “noviembristas”. Los primeros ostentaban el poder por sobre todos los poderes. Eran los hijos de la revolución de octubre llamados a dibujar un nuevo Chile. Ya no eran solo 30 años, sino 200 o 500 años de sufrimientos. Este grupo, al alero del Partido Comunista, que sumó a los pueblos originarios y movimientos sociales, fue un imán poderoso. Atrajo a sectores del Frente Amplio, de Independientes No Neutrales y del Colectivo Socialista.

El resultado fue un texto muy largo y excesivamente ambiguo. Una suma de anhelos, deseos y preferencias. Aunque hay cosas positivas, adolece de serios problemas de fondo. Es, como lo calificó el semanario The Economist, un confuso desorden. Pero este ejercicio ha sido exitoso. El cerrojo de los 2/3 de la actual Constitución fue eliminado en el Congreso. Y en otra ironía de la historia, el cerrojo ahora queda con el Apruebo. En simple, será más fácil cambiar la Constitución con el Rechazo.

En medio de la polarización, la campaña del Rechazo versus el Apruebo tiene algo del Sí y el No. En la franja televisiva hay algo ochentero. Viejos actores aparecen prometiendo. Y nuevos actores cruzan los viejos puentes. Hay una épica algo cansada. Se refleja un desgaste, un tedio que puede ser algo más profundo. Tal vez la discusión constitucional pasó a ser una cuestión de élites, algo demasiado político. Quizá llegó la hora de volver a la realidad. Y para eso nada mejor que preguntarnos si nuestra historia reciente rima o se repite.